A las puertas del Brexit, el mundo financiero europeo escoge a París, Frankfurt, Dublín o Amsterdan como alternativas a la City de Londres. La banca internacional dice a las claras que en España hay dos problemas para invertir: la ausencia de una fiscalidad blanda y la inestabilidad política, causada por el desafío catalán. Estamos al cabo de la calle: el Gobierno propone unos Presupuestos keynesianos, (a la portuguesa), la bicha vamos, y además, la crisis del procés ahuyenta el negocio. Demanda pública e inseguridad regulatoria, los dos enemigos de la inversión privada.
¿Qué piensan nuestras élites? Odian el procés por lo que tiene de entropía y desconfían del New Deal de Pedro Sánchez. Que nadie se llame a engaño y mucho menos Joaquim Nadal (ex líder del PSC y ex alcalde de Girona, autor del recién publicado Catalunya: mirall trencat; Portic) cuando celebra la apuesta catalana de Amazon. No sé si Quim Nadal lo pilla, con todos los respetos, porque Amazon es un mamotreto logístico y digital, que no creará riqueza como la crean Volkswagen (la soberbia factoría de Martorell) o la Google instalada en Dublín... Si no amaina tenemos para rato. Y no amainará tal como pinta el ignominioso procés que, a pesar de los que diga Javier Cercas (El País Dominical 18-11-1918), no cuenta precisamente con el apoyo de las élites. No vale dejarse impresionar por emprendedores de nicho audiovisual (Mediapro) y químicos deslocalizados gracias al bajo precio de una comoditie llamada plasma (Grifols).
El peso de la acumulación bruta de capital es demasiado importante como para no darse cuenta de que su vector industrial se derrumba, como ha dicho Javier Escrivá, el responsable d la Autoridad Fiscal Independiente (IDI). Nadie invierte en proyectos de nueva planta por puro miedo. Lo han dicho de forma intermitente, el Cercle d’Economia (no su filósofo de cabecera, el tercerista Josep Ramoneda, sino sus economistas); la patronal Foment del Treball y la Cámara de Comercio de Barcelona y hasta el mismo Idescat, el instituto de Estadística catalán, que no puede mentir por ley, aunque se lo exijan los políticos populistas que nos desgobiernan.
Cercas cita a Christopher Browning y a Éric Vuillard para recordar que la élite económica alemana de entreguerras, los Opel, Krupp, Siemens, o Bayern, se entregaron a Hitler pensando que una vez instalados en el poder podrían controlar al Reich. Y no, claro. Ellos simplemente se rindieron ante las SS. El terror se incardinó en la endogamia, como mostró Lucino Visconti en La caída de los Dioses. Para salvar la analogía entre Alemania y Cataluña conviene salir de Babel para visitar los cuarteles generales de nuestros blue chips: La Caixa, donde Isidre Fainé oficia de catalanista sí, pero nunca de irresponsable anti-constitucional; o el consejo del Banc Sabadell, donde Josep Oliu ha desmontado muchas veces el populismo nativista de Mas, Puigdemont y Torra (no lo confundan con el apoyo humano recibido por Junqueras en prisión). Veamos a las grandes químicas, como Almirall, donde los Gallardo muerden si se les habla de salir del marco legal; a la ola siderúrgico-medica de los Rubiralta; a las energéticas y cotizadas como Gas Natural (la actual Naturgi)… y así. Nadie de arriba confunde su sentimiento catalanista con la astracanada del procés. Podríamos dar decenas de ejemplos de niveles de decisión en los que los indepes generan desdén por su inconsistencia política.
Pero las élites no se acaban en la empresa. Marcan músculo en los centros de excelencia (el equipo de Baselga en el Clinic, sería solo un caso); en la Fundación de Can Ruti (Hospital de los hermanos Trias), en las cátedras de la Politécnica libres de subvención (¿queda alguna?); en los mejores departamentos del IESE, en los parques tecnológicos...Las élites tampoco se agotan en la economía. Pasan también por la cultura, los museos, la academia, los laboratorios de astro-física, pero desgraciadamente este segmento depende de los fondos públicos, el mejor antídoto contra la libertad de opinión. Son muchos los que sienten y padecen, pero no hablan y a ellos podemos incluirlos en la hipérbole.
Nuestras élites son como nuestras querellas: limpias sobre el mantel y tocinas debajo la mesa. Cataluña no es un país imperialista (aunque lo escriba Ucelay da Cal), pero sí es imperioso, por lo menos ahora, cuando adopta su variante autoritaria. Quienes aspiran a poseerla disfrutan ahora, en pleno Antiguo Régimen, cuando las jerarquías aguantan todavía el peso de la desobediencia sin llegar a romperse. El mundo nos contempla, pero no por lo que creen los dirigentes del procés. En plena negociación del acuerdo para el Brexit entre Reino Unido y la UE, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), ha responsabilizado a la crisis catalana del modesto "papel de España a la hora de captar entidades y empresas procedentes de territorio británico”. La revolución tiene bolcheviques de hoja parroquial y aves de rapiña que tratan de librarse del poder teocrático del euro, para enriquecerse. Cuenta incluso con niños asilvestrados, que practican la kale borroka, de momento. Si nadie programa el futuro, será que somos el pueblo escogido.
Los mejores, de entre los que no aceptamos la murga, callan pero no otorgan. Que yo sepa, el silencio oficial de las élites no será punible el día de la quema en la pira de los infieles. Esto del procés no es Hitler, pero si seguimos en babia, algún día lo será.