Este 25 de noviembre se celebra el Día Internacional contra la Violencia de Género y como sucedió el pasado 8 de marzo, millones de mujeres en todo el mundo se unirán para protestar y visibilizar las distintas formas de violencia que les afectan por el simple hecho de ser mujeres.

Las calles de ciudades en distintos continentes se teñirán de violeta. Recordaremos a las mujeres que han sido asesinadas por sus parejas --44 en España y 6 en Cataluña en 2018-- pero también a las menos visibles de este iceberg gigantesco que bajo el agua esconde maltratos físicos, psicológicos, acoso, abuso sexual, pero también trata y explotación.

Según la última Encuesta de violencia machista de Cataluña, un 64% de las mujeres confiesa haber sido víctima de violencia de género en algún momento de su vida. Un 17,6% la sufrió a lo largo del último año consultado. Son datos que dan una idea del problema pero que no lo reflejan en su verdadera magnitud.

Algunos estudios puntuales realizados en Cataluña revelan que el 20% de las niñas ha padecido abuso sexual durante la infancia. Los datos coinciden con las cifras que se manejan en los países de nuestro entorno. Sin embargo, las cifras oficiales registran menos de un 2% de estas agresiones que siguen quedando mayoritariamente en el silencio y la impunidad.

Las cifras oficiales tampoco suelen incluir la violencia que afecta a las miles de mujeres, pero también niñas, que en nuestro país se ven obligadas a prostituirse, que llegan traficadas desde el Tercer Mundo por mafias que se lucran de su pobreza y vulnerabilidad y que, como describe el último documental de Mabel Lozano, El Proxeneta, representan en estos momentos una “mercancía” más rentable que el tráfico de drogas. Estas mujeres no aparecen en las estadísticas: ni en las listas de mujeres asesinadas --que incluyen sólo la agresión en el entorno de la pareja-- ni tampoco en las de maltrato porque cuando un hombre, ya sea un proxeneta o un “cliente”, da una paliza o viola a una prostituta, ésta no acude a los servicios de atención a las víctimas de violencia machista.

El 25 de noviembre es un día para reclamar por todas estas cuestiones, para recordar que la igualdad entre hombres y mujeres sigue estando lejos y que todavía falta invertir muchos recursos, sobre todo educativos y de sensibilización, para provocar un cambio real en la sociedad. Pero también es un día para luchar por las mujeres que sufren otras formas de violencia más allá de nuestras fronteras: matrimonios forzados de niñas que apenas han alcanzado la pubertad, mutilación genital femenina o esclavitud.

Los datos de la ONU no dejan dudas sobre la gravedad de la situación. En todo el mundo, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual. Sólo el 52% de las mujeres que viven en pareja decide sobre sus relaciones sexuales o el uso de anticonceptivos. El 71% de las víctimas de trata en todo el mundo son mujeres y niñas y 3 de cada 4 son utilizadas para la explotación sexual. Casi 750 millones se han casado antes de cumplir los 18 años y al menos 200 millones se han visto sometidas a mutilación genital femenina, una práctica que tiene consecuencias devastadoras en su salud y que en algunos casos provoca la muerte.

La ONU dice que en uno de cada dos casos de mujeres asesinadas en el mundo, el autor es su compañero sentimental o un miembro masculino de su familia. También que la violencia es una causa de muerte e incapacidad entre las mujeres en edad reproductiva tan grave como el cáncer y con efectos tan negativos en su salud como los accidentes de tráfico y la malaria.

El 25 de noviembre tenemos que unirnos para luchar no sólo por la erradicación de la violencia que tenemos más cercana sino por aquella que probablemente nunca nos tocará personalmente. Por las mujeres y niñas que son violadas por los ejércitos en África que han convertido esta práctica en un arma de guerra. Por las afganas que son lapidadas. Por las niñas más pobres de la India que son víctimas de violaciones terribles que quedan en total impunidad. Por las mujeres refugiadas que están expuestas a todo tipo de abusos por su situación de especial vulnerabilidad. Es una lucha global que traspasa las fronteras y que requiere más que nunca de la hermandad y la solidaridad entre mujeres que desprende la palabra sororidad.