Cuando un régimen financia y ampara unas fuerzas de asalto, de combate callejero, cuenta que le van a ser útiles para intimidar y apalear al enemigo y para hacerle dueño de las calles, de manera que sean indiscutiblemente tan suyas como los despachos. Para eso su combatividad juvenil es muy útil.
Pero hay que saber que sus victorias en la lucha callejera, máxime si se ha derramado algo de sangre, ajena o preferiblemente propia, les hará considerarse sujetos políticos merecedores de poder, con derecho a decidir. Está en su naturaleza venirse para arriba, exigir el cumplimiento de promesas imposibles, incluso convertirse en un peligro para el régimen que las creó.
Llega el momento en que el poder ya está asegurado y entonces la proclividad de esos grupos al enredo y la violencia, al uso de la fuerza bruta --innecesaria cuando el enemigo ya ha sido desactivado--, su naturaleza escandalosa y, en fin, impresentable ante la sociedad biempensante, les convierte en un engorro para el mismo régimen que los creó. Entonces no queda más remedio que disolverlos, por las buenas o por las malas.
A Adolf Hitler le fueron de extrema utilidad las S.A de Ernst Röhm, un cuerpo de fanáticos que, como le explicó aquel genio incomparable de la agitpro soviética que fue Willi Münzemberg a Arthur Koestler, eran “pardos por fuera pero rojos por dentro”.
Llegó el día en que las S.A. crecieron demasiado y acumularon demasiado potencial de dominio y hubo que desactivarlas, lo que se hizo de la manera traicionera e implacable propia del Führer, en la “Noche de los cuchillos largos”.
En la Rumanía de entreguerras la función de las S.A. alemanas la cumplía la Guardia de hierro o Legión del arcángel san Miguel, acaudillada por el “capitán” Codreanu. Fue muy útil la Legión para extender el nacionalismo por todos los rincones de un país que había duplicado la extensión de su territorio gracias al botín de la victoria en la primera Guerra Mundial. Pero cuando el rey Carol II comprendió que Codreanu hablaba con Hitler y se erigía en alternativa de poder, la sometió a una purga sangrienta sin contemplaciones.
Etcétera, etcétera. La historia reciente abunda en casos parecidos. ¿Pero qué tendrán que ver, aparte del culto a la “acción” y el ultranacionalismo que las hermana, esas organizaciones fascistas con nuestras bandas de matones ultraizquierdistas de la CUP, de Arran, de los CDR, que se irán volviendo progresivamente más violentas cuanto más frustradas se sientan, que vandalizan las sedes de los partidos y los periódicos de la oposición, intimidan a sus líderes y a sus familiares, asaltan a las entidades democráticas en las universidades y en las plazas públicas, hostigan a los intelectuales disidentes en las redes y hasta “plantan cara” en la calle a la Policía Nacional, esto último con una altanería e impunidad inauditas?
Sí, qué tendrá que ver un matón cualquiera de las S.A. que aporreaba comunistas o judíos con unos chicos que destruyen un tenderete de Societat Civil Catalana, boicotean en la Universidad una conferencia quijotesca o en el metro de Urquinaona agreden por la espalda a un desconocido que se atrevía a llevar una bandera nacional y si no le descalabraron es porque tuvo suerte…
Aún no han matado a nadie, pero cada vez se acercan más a ese punto de no retorno que algunos intelectuales del régimen alientan desde sus tribunas y desean en sus sueños más húmedos. Es bien conocida la profecía de Churchill de que “los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas”. El futuro ya está aquí y los fascistas ya se llaman a sí mismos antifascistas.
Todavía en estos tiempos de zozobra los CDR tienen cierta utilidad para el régimen. Y es probable que cuando llegue el momento ideal, tal vez con motivo de la celebración de los juicios a los golpistas o el dictado de las sentencias, haya que darle a las fuerzas de choque el protagonismo que reclaman y pedirles que extremen su celo.
Por consiguiente, hace bien ahora el presidente de la Generalitat en darles palmaditas y agradecerles que “aprieten”, pues son útiles para mantener el pulso, la tensión, el ruido y la furia y la idea de dominio.
Pero él mismo, o su sucesor, tiene que ir pensando en que llega siempre el momento en que los servicios que esta clase de entidades prestan al régimen son menores que los problemas que le causan.
Es decir, que hay que ir pensando ya en cómo liquidarlas; eso sí, de una manera lógicamente democrática y menos expeditiva que la que en su día se aplicó a las S.A. o a la Guardia de Hierro. No cabe duda de que la República Catalana dispondrá de cárceles catalanas y centros de reeducación catalanes para culminar sin mayores dificultades tan higiénico objetivo.