La administración Colau ha puesto en marcha dos iniciativas de esas que los barceloneses llevamos pidiendo a gritos desde hace tiempo. No, no me refiero a solucionar definitivamente el problema de los narcopisos o el del top manta, sino a la caza y captura de jueces franquistas que se cebaron en su momento con el colectivo LGTBI y la de aviadores italianos que participaron en el bombardeo de Barcelona durante la Guerra Civil. Como decía un personaje de El Roto, “hay que tener presente el pasado para quedarse a vivir en él”. Estamos ante la versión barcelonesa de un problema muy español: la obsesión por el pasado, por desfacer entuertos que ya no tienen solución, por arrojarnos mutuamente los muertos a la cabeza, por cualquier asunto que no tenga nada que ver con el presente, que, como bien saben en Can Colau, es complicado y difícil de gestionar.
Evidentemente, esos jueces franquistas debían de ser de abrigo. Y tampoco resulta muy edificante la actitud de los aviadores italianos a los que les tocó bombardear Barcelona en los años treinta (supongo que después de esto, el ayuntamiento pedirá la extradición y juicio de la tripulación del Enola Gay, recurriendo al principio de justicia universal). El colectivo homosexual no tuvo una vida muy agradable durante el franquismo, aunque tampoco puede decirse que la de los heterosexuales fuese una fiesta permanente. Como gesto de apoyo a la comunidad LGTBI resulta simpático, pero llega un poco tarde, pues a las víctimas del momento nadie les va a devolver los años de talego injustificado. Otra cosa es que, al impulsor del asunto, Jaume Asens, le haga ilusión emular a Simon Wiesenthal, el célebre cazador de nazis, para lo que va a necesitar mucha suerte, ya que esos jueces franquistas deben estar muertos o haber llegado a una edad provecta. Alguno quedará, eso sí, cosa que no puede decirse de los aviadores italianos --otra idea de Asens--, que deben estar todos criando malvas desde hace tiempo (y si queda alguno, no recordará su participación en la barrabasada porque hace tiempo que no sabe ni cómo se llama). Pero supongo que lo importante, como casi todo en la administración Colau, son los gestos: con un par de iniciativas inútiles, el señor Asens cree contribuir a la memoria histórica, aunque lo suyo más bien nos parezca memoria histérica.
Hay hechos más recientes que a nuestro cazador de fantasmas no le quitan el sueño. Y alguno le afecta a él directamente. Pienso en cuando defendió como abogado a Rodrigo Lanza, el okupa sociópata que dejó cuadraplégico a un guardia urbano durante un desalojo y que fue elevado a los altares en el documental de Xavier Artigas y Xapo Ortega Ciutat morta, que se llevó un premio Ciudad de Barcelona (los directores se negaron a saludar al alcalde Trias, pero se quedaron el dinero que venía con la estatuilla para dedicarlo, sin duda alguna, a actividades antifascistas). Asens se sumó a la teoría conspiranoica según la cual Lanza era una víctima del sistema, pero no pudo evitar que a éste le cayeran seis años de cárcel (2006-2012). Para demostrar de manera fehaciente que era un chaval estupendo, Rodrigo Lanza se cargó en 2017 a un señor de Zaragoza que lucía unos tirantes con la bandera española, motivo por el que vuelve a estar en el trullo.
No sé ustedes, pero yo nunca he oído al señor Asens disculparse por haber defendido a semejante sujeto. Ni a los directores de Ciutat morta por haber contribuido a su beatificación. Para según qué asuntos no existe la autocrítica. Y total, los afectados por la violencia del muchacho eran un guardia urbano y un facha, ¿verdad? O sea, dos mindundis fáciles de olvidar --junto a su verdugo, que es otro mindundi--, para poder dedicarse a temas más serios, como la caza de franquistas y de fascistas italianos (aunque estén tan muertos como el de los tirantes). Y es que a Jaume Asens, a sensible no le gana nadie.