Mi cabeza es un volcán en permanente ebullición. Al alba tenía tres ideas para desarrollar, pero cuando escribo la primera frase despejo la incógnita como si resolviera un problema de trigonometría. Ya lo tengo claro.

También desconozco el título, pero me lo dará la última frase del artículo. Acompáñeme en su búsqueda. No me deje solo sin saber cómo he llegado a la desembocadura…

El domingo por la mañana me envió un whatsapp una regidora de Castellón por Ciudadanos muy activa –pertenece a mi Club de Lectores, como tú— diciéndome que iba a Alsasua (Navarra). Horas después, fue protagonista, abriendo todos los informativos, la bronca contra Albert Rivera, a la que se sumó el partido socialista.

Los partidos constitucionalistas no se jibarizan como los separatas. Eso los indepes lo hacen mejor porque los nacionales (con perdón) se sienten fuertes al tener la justicia, la policía y, lo más importante, una mayoría social que es imbatible. Es la fuerza del Estado…

Dicho esto también digo que no soy antinada, tampoco antinacionalista, porque también amo a mi tierra natal como los nacionalistas, pero de otra manera… por más que critique al nacionalismo centrífugo; el grito de “los españoles, primero” me parece fatal, viéndolo en el espejo vomitivo de Italia y de Trump. Por eso no soy nacionalista.

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Vuelvo a Alsasua. No estuve el domingo porque no soy de ningún partido, pero una vez estuve comiendo en una tasca de pinchos de esta villa Navarra yendo a Sanse.

Era en San Juan, iba con un amigo de primera juventud de Lleida, en 1980 tenía veintidós años; él, uno más. Estando en la tasca vi los ojos de odio en una mesa de cuatro jóvenes de aspecto batasuno porque sospechaban que dos desconocidos teníamos que ser una pareja de txakurras.

Esa mirada de odio no la olvidaré jamás… De Pamplona hacia arriba es la Navarra vasca que ha dejado atrás la Ribera. Se ve a la vista con los ojos, es otro paisaje más verde y frondoso.

Amo al País Vasco como a Cataluña, pero con distinto amor. Para mí, Cataluña es la patria chica y España la patria grande que no la entiendo sin el País Vasco.

Me gusta oír el gallego, que se entiende, y el vasco, que no entiendo nada, pero que es la lengua íbera que ha llegado hasta nuestros días.

El castellano ha aprendido del vasco la sonoridad rotunda de las cinco vocales y hablar como se escribe, que es la gran ventaja del castellano con respecto a las lenguas romances como el catalán.

En el monasterio de San Millán de Yuso (La Rioja), en el mismo pergamino cisterciense está la primera palabra vasca y la primera castellana en el mismo documento del siglo X. No son palabras de un mismo tronco lingüístico, pero sí de un mismo lugar geográfico.

PD. Los ojos del odio son una mirada equivocada.