No contenta con eliminar el término "género" de las leyes contra la discriminación, la Administración Trump amenaza con asignar a la fuerza, y retroactivamente, a toda persona a sus "genitales de nacimiento" o a sus cromosomas. De un día para otros, los transexuales norteamericanos podrían encontrarse sin papeles, sin existencia legal y sin identidad.

Esta guerra ideológica, porque de eso se trata, no va a detenerse ahí. La democracia norteamericana está sufriendo un enorme retroceso hacia una visión biologizante, autoritaria, supremacista y religiosa de la sociedad.

"No seremos borrados" (“We won't be erased”): ese es el grito de guerra y el hashtag de resistencia que han lanzado organizaciones como el National Center for Transgender Equality, aterradas tras las últimas declaraciones que vienen de la Casa Blanca. Con razón: el presidente que recomienda agarrar a las mujeres "por el coño" parece tener una tendencia casi fetichista a meter sus narices en los genitales del prójimo, aunque no haya sido invitado.

Tan pronto fue elegido, Trump quiso excluir a los transexuales del Ejército. Su presencia resultó ser tan numerosa que tuvo que renunciar. Pero su Administración ha endurecido las condiciones de reclutamiento, para intentar cerrarles el paso. Ahora pretende directamente reformatear por la fuerza a 1,4 millones de ciudadanos que han alterado su identidad sexual: una asignación de Estado de una increíble violencia.

Se equivocan los que nunca se inquietan. Los que no vieron venir la victoria de Trump, ni sus vínculos con Putin, se calmaron pensando y explicándonos que, de todas formas, no haría nada catastrófico. Falso. Siempre es arriesgado escoger a un personaje inestable y deficiente al frente de la mayor democracia del mundo. Porque las democracias son frágiles; sus avances se desvanecen más fácilmente que se logran. Lo demuestra el hecho de que estemos asistiendo, con la boca abierta, una serie de reacciones violentas que eran inimaginables tan sólo unos años atrás.

En un mundo en que los políticos se muestran incapaces de reducir en serio las desigualdades, nos gustaría poder creer que, por lo menos, los derechos formales sí progresan. En este terreno, Estados Unidos han sido ejemplares durante mucho tiempo. Pero se acabó: bajo influencia de la extrema derecha supremacista e integrista, esa brújula ha dejado de marcar el norte. Y su ejemplo ya no sirve para elevar al mundo.

¿Quién incitará ahora a ciertos países de África, a Chechenia o a Rusia, a revisar sus leyes homófobas y transfóbicas, si los propios Estados Unidos se suman al concierto de naciones que pisotean esas libertades? ¿Qué quedará de la liberación sexual en Europa si todos los partidos de extrema derecha, sostenidos por Putin, se coordinan para azuzar la homofobia y la transfobia, con la que no cejan de agredir, e incluso de asesinar?

El llamado mundo occidental podría situarse detrás del Irán de los mulás en materia de tolerancia. Los integristas chiítas detestan tanto como los integristas cristianos la transgresión de sexualidades e identidades. Sin embargo, incluso en Irán se puede cambiar de sexo y de identidad civil. ¡Y el Guía supremo no pretende volver atrás! Trump, sí.

Empujado por un vicepresidente integrista y una derecha religiosa que ha gangrenado el Partido Republicano, Trump ha empezado por desecar la contribución norteamericana a los fondos de la ONU para la planificación familiar. Aficionado a un vocabulario más bien limitado, quiere ahora eliminar los términos "feto", "vulnerabilidad" y "científicamente probado" de todas las Administraciones públicas norteamericanas. Las páginas sobre el calentamiento global han desaparecido del sitio web de la Presidencia. Con su bendición, muchas familias de la Norteamérica profunda han retirado ya a sus hijos de las escuelas públicas para enseñarles, en casa, que los dinosaurios nunca han existido. Numerosos Estados han empezado a proteger el "derecho" de las empresas religiosas a discriminar a los homosexuales. La Corte Suprema no deja de laminar los avances en materia de lucha contra las discriminaciones. What’s next?

Con la nominación de Brett Kavanaugh, que culmina la constitución de una mayoría ultraconservadora en el seno del tribunal, la Corte Suprema de los Estados Unidos puede perfectamente convertirse en un instrumento al servicio de la revancha contra el feminismo. Un día, el derecho federal al aborto, instituido por la sentencia Roe v. Wade, acabará por ser desmantelado. Ese día, todo el mundo se caerá del caballo, oiremos decir que nadie lo vio venir. Y sin embargo, todas las señales estaban ahí.

[Artículo traducido por Juan Antonio Cordero Fuertes, publicado en Marianne.net y reproducido en Crónica Global con autorización]