Albert Rivera no figura en el santoral de mis devociones, sin embargo, es justo reconocerles que acaba de protagonizar la primera maniobra parlamentaria digna de este calificativo desde hace mucho tiempo en el Congreso. Levantando el veto a la modificación de la ley de Estabilidad Presupuestaria que mantenía junto con el PP, le corta la retirada al PSOE ante un posible fracaso de su negociación con los grupos independentistas, invita al PP a seguir compitiendo con Vox, mientras él sale volando hacia el centro, de nuevo.
La capacidad de veto del Senado en materia de déficit público seguramente quedará anulada, porque Ciudadanos votará con PSOE y Podemos en este sentido. El gobierno de Pedro Sánchez verá allanado el camino para fijar el déficit que prefiera para su proyecto de presupuestos. No tendrá ninguna excusa para no hacerlos, la única razón por la que el país puede quedarse sin presupuestos será la negativa de los socios parlamentarios del PSOE, que pierde con esta jugada, la posibilidad de argumentar un avance electoral, retirando los presupuestos y echando la culpa al frente irresponsable y antipatriótico de PP y Ciudadanos.
Al impedirle esta salida, Rivera empuja a Sánchez a darse con el muro de los grupos independentistas, construida a base de exigencias impropias de un estado de derecho, dejando al país sin presupuestos, o a aceptar las condiciones de estos y asumir una campaña de desprestigio como el Judas de la Constitución. Le plantea uno presupuestos de alto coste político o un fracaso indiscutible.
Ante este movimiento de Ciudadanos, los socialistas podrían girar bruscamente para buscar el apoyo del grupo de Rivera, extremo difícil de darse, por la previsible oposición de Podemos, y porque entonces la maniobra se volvería contra su autor, al beneficiar al PSOE, que tendría sus presupuestos sin haber tenido que pactar con los independentistas, e indirectamente también al PP que vería algo más despejado su espacio de oposición.
Sánchez tiene, claro está, otra salida: conseguir aprobar los presupuestos con los votos independentistas, sin haber cedido a sus pretensiones de interesar ante la Fiscalía una rebaja en los tipos penales previstos para los dirigentes procesados. Difícil pero no imposible si la inteligencia política de quienes están dialogando a diferentes niveles permite distinguir las prioridades de cada etapa, dando más valor al continuum negociador que a los éxitos de cara la galería, a corto plazo. De confirmarse una hipótesis tan compleja (exige un ataque de lucidez de los dirigentes independentistas), el PP señalaría, sin duda, a Rivera como el hombre que abrió la puerta a la continuidad de Pedro Sánchez en la Moncloa.
Aun considerando esta posibilidad, la maniobra de Rivera tiene interés y algunas posibilidades de triunfar. De tres opciones, maneja una directamente (ayudar al PSOE a aprobar las cuentas, la más improbable por el factor Podemos); apuesta por la peor (la cesión del PSOE ante los independentistas) y arriesga a ser víctima de una jugada maestra de Sánchez (obtener los votos de PDeCAT y ERC sin comprometer la independencia judicial ni arriesgarse a una rebelión de los fiscales). La contraposición de ventajas y riesgos para Ciudadanos parece ponderada.
Todo esto es cálculo, puro tacticismo, claro. Lo relevante, la cuestión de estado, debería ser el debate sobre las consecuencias negativas para la economía de tener que renunciar a un nuevo presupuesto socialmente más ventajosos para muchos que los heredados del PP. Y si se conviniera que es urgente más gasto social y más inversión pública por disponer de un cierto desahogo en la política del déficit, entonces ver que riesgo está dispuesto a asumir cada partido para sacarlos adelante, aun en contra de sus intereses partidistas.