España --se ha convertido en una costumbre-- es continuamente desdeñada o situada en el furgón de cola de todo tipo de estudios, comparaciones o rankings que, con una creciente frecuencia, son pasto de muchos medios de comunicación y redes sociales, como si encontraran en esas valoraciones negativas un éxtasis de satisfacción imposible de alcanzar por otras vías, elevando a lo más alto el aforismo periodísticogood news, no news", que convive con ese otro que pone de relieve que  “no news, good news”. ¡Todo sea por mantener vivo el hispánico sentimiento trágico de la vida!

Recientemente hemos tenido la oportunidad de asistir a esa ceremonia del negativismo patrio con motivo de la celebración (?) del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, una suerte de llamada de atención sobre los asuntos que atormentan a las sociedades modernas y que, si empezó por una docena de conmemoraciones, hoy posiblemente ya supera el medio millar, lo que significa que hay días que la ONU, la Unesco o cualquier otro organismo supranacional nos regala hasta con dos aldabonazos diarios hasta el extremo de que se ha convertido un sinvivir recibir tantos impactos negativos.

A lo que íbamos. Los estrategas que inventaron y diseñaron este tipo de “celebraciones” no encontraron mejor fórmula de levantar conciencias que arrojarnos una maraña de datos, a cual más terrible, y que extrapolado al país correspondiente permite, al menos en España, sacar conclusiones demoledoras. ¡Vamos, que somos lo peor de lo peor y nos regodeamos de ello? Salvo en trasplantes que, al parecer, lideramos todos los rankings planetarios, por lo general quedamos más que mal en casi todos los segmentos estudiados.

Aceptando que la crisis del 2008 ha generado elevadas cotas de desigualdad en España, este Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza “celebrado” el 17 de octubre pasado ha servido, como tantos otros sucedáneos que se conmemoran a lo largo del año para recordarnos, por ejemplo, que el 1% de la población española más pudiente acapara la cuarta parte de la riqueza nacional, lo que sitúa a España como el tercer país más desigual de toda la Unión Europea y donde más ha crecido la desigualdad desde 2007 en todo el continente. Habrá que creer lo datos de Oxfam Intermon, aunque procedan de la oenegé que protagonizó este verano una escandalera de dimensiones cósmicas cuando tuvo que admitir que algunos de sus directivos fueron acusados de abusos sexuales en Haití.

A tenor de las estadísticas que nos regalan el día de marras, España presenta una de las tasas más altas de pobreza infantil de la Unión Europea siendo el tercer país tanto en pobreza relativa como en pobreza anclada (40% de la población infantil), solo por detrás de Rumanía y Grecia (Unicef dixit); que según el INE un 6,4% de la población --casi tres millones de personas-- no tiene para comer carne o pescado al menos cada dos días, o no consigue irse de vacaciones al menos una semana al año, o no puede permitirse una lavadora; que más de 1,4 millones de personas en situación de pobreza se beneficiaron del Programa Europeo de Alimentos concluyendo que se "cronifica" la situación de pobreza de los beneficiarios que permanecen en el programa, de los cuales un 90% están en pobreza extrema; que según la OCDE el 28,6% de la población española está en riesgo de exclusión social y tiene problemas para cubrir sus necesidades básicas, lo que supone que 12,9 millones de personas, vive en riesgo de pobreza y exclusión social, aunque algunos medios situaron magnánimamente esta cifra en 10,2 millones de personas con una renta por debajo del umbral de la pobreza, lo que se traduce en una tasa del 22,3%, siendo el tercer país europeo en desigualdad, por detrás de Rumanía y Bulgaria y “empatado” con Lituania. Cáritas, por su parte, pone cifra al precariado social señalando que en España hay 6 millones de personas viviendo al día y al borde de la exclusión y cuatro millones más se encuentran en exclusión severa, un 40% más que hace diez años y además, según algunos de estos indicadores apuntan, que España tiene el dudoso honor de ser el séptimo país en el mundo con mayor proporción de trabajadores pobres.

Todo ello nos retrotrae a la campaña electoral de hace tres años durante la cual la candidata a la alcaldía de Madrid, Manuela Carmena, anunciaba desde el Hotel Ritz, que en Madrid hay 25.563 niños --ni uno más, ni uno menos-- en riesgo de malnutrición, y que el Ayuntamiento daría más de 100.000 raciones de comida para alrededor de 2.700 niños durante los tres meses de aquel verano, las mismas que daba el anterior consistorio. Nunca más se supo de ese plan, ni que pasó con los 22.000 niños que no fueron bendecidos por la mortadela municipal.

Lejos de hacer chanza con la situación que dice muy poco de todos nosotros, los ciudadanos españoles y de sus gobiernos, no estaría mal que alguien tratara, no tanto de crear alarmismo para sensibilizar a la población via acciones de propaganda, sino de velar por la pureza de estos estudios y estadísticas para que supiéramos con más exactitud dónde estamos, a donde vamos y como se puede resolver esta situación, sea más grande o más pequeña. Porque da la sensación de que existe una desenfrenada carrera competitiva entre órganos y asociaciones para encontrar y no perder su sitio en este mercado tan competitivo.

No seré yo el que ponga en duda esos datos de tan prestigiosos organismos, instituciones y oenegés, pero permítanme que ponga en duda, al menos, la metodología científica utilizada para sacar tan negativas conclusiones, en el caso de que exista tal metodología.

Que hay desigualdades en España, nadie lo pone en duda; que estas han aumentado, también; que hay gente que pasa hambre, a miles; pero habrá que convenir que con cerca de 30.000 dólares de PIB per cápita (economía sumergida aparte) merece que se revise la metodología con que se elaboran estas estadísticas. Por lo que se refiere a la renta per capital, durante el año 2017, esta rozó los 25.000 euros, que supone igualar a la que se tuvo durante el año 2007 antes de la gran crisis.

De lo contrario habrá que pensar, aunque sea en clave de humor negro, que la malnutrición y el hambre, no son tales, sino una suerte de dieta beneficiosa que va a permitir que España lidere en 2040 la lista de países con mayor esperanza de vida con 85’8 años, según la revista The Lancet, que no es cualquier cosa. Y eso pasando hambre como dicen los organismos vigilantes de nuestra dieta y leyendo el británico The Guardian de hace unos días que se deshace en elogios hacia nuestro país al que califica del mejor sitio donde nacer.