Este sábado se ha cumplido un año de la fallida declaración unilateral de independencia (DUI) y un año y un día de la jornada del 26 de octubre en la que todo pudo cambiar si Carles Puigdemont hubiera finalmente convocado las elecciones autonómicas que ya había decidido. Como narra muy bien Lola García en los dos trepidantes capítulos que cierran su libro El naufragio, Puigdemont tenía hasta redactado su discurso en el que aseguraba que quería “ser el presidente de todo el país, no solo de una mitad”.
Esa misma idea ya la había expresado en la reunión que se inició a las ocho de la tarde en el Palau de la Generalitat con la asistencia de los miembros del Govern, los dirigentes de los partidos y de los grupos parlamentarios independentistas y los representantes de las entidades soberanistas. Allí, Puigdemont anuncia que va a convocar elecciones porque no quiere “ser el presidente de un país virtual”, reitera que la proclamación de la independencia no alumbrará un país nuevo de la noche a la mañana, que las estructuras de Estado no están listas para aplicarse si no hay un mínimo acuerdo con el Estado, que Europa no ha dado señales de que pueda haber un reconocimiento internacional y que le preocupa sobre todo la eventualidad de que se produzcan enfrentamientos en las calles. Y recurre a un símil curioso: "No quiero ser el presidente de Freedonia [el país inexistente de los hermanos Marx]. Me niego a ir por el mundo repartiendo tarjetas de una república inexistente”, añade, según el relato de El naufragio.
Es toda una declaración de realismo que podría suscribir cualquier malvado “unionista” y que demuestra que todo lo que ha venido después ha sido una farsa de la que el propio Puigdemont ya era consciente hace un año y que, pese a ello, ha ejercido el papel de presidente de un país virtual y se ha pasado los meses repartiendo tarjetas de una república inexistente. Es más, repite ahora que su mayor error ha sido no “implementar” la DUI.
Puigdemont le reconoció al lendakari Íñigo Urkullu, que había actuado de mediador, que no se había atrevido a disolver el Parlament por la oposición de ERC y por las defecciones en su propio partido. “Los míos me han dejado solo”, le dijo. Para justificar lo sucedido, sin embargo, se vende ahora la especie de que si Puigdemont no convocó fue porque no había garantías por escrito de que Mariano Rajoy no aplicaría el artículo 155. Un argumento que se cae por su propio peso cuando se comprueba que Rajoy tenía tantas ganas de que hubiera elecciones para ahorrarse el 155 que las convocó él mismo al día siguiente.
Un año después, el Tribunal Supremo acaba de ordenar la apertura de juicio oral contra 18 dirigentes del procés. Al menos por el momento, se mantienen las acusaciones de rebelión, malversación y desobediencia para los principales dirigentes, mientras la existencia de un nuevo Gobierno en Madrid presidido por Pedro Sánchez ha agravado las divergencias entre los partidos independentistas. ERC, responsable en gran parte de que no se convocaran elecciones y se llegara a la DUI, ha cambiado de estrategia y se alinea en el lado de los pragmáticos, mientras Puigdemont, su vicario Quim Torra y una parte del PDeCAT y del grupo parlamentario de Junts per Catalunya (JxCat) se apuntan al irredentismo y a intentar por segunda vez lo que ya fracasó a la primera. El nuevo instrumento para ello es la Crida Nacional per la República.
Pero basta una sola ojeada a los titulares de un día de esta semana en un diario soberanista para ver que el independentismo parece el ejército de Pancho Villa: La CUP dejará vacíos sus escaños en el Parlament cuando no se aborden propuestas rupturistas en “la legislatura más frustrante del soberanismo”; la ANC convoca concentraciones para el sábado 27 para forzar al Govern a publicar en el DOGC el decreto de la DUI; la Crida se plantea aplazar el congreso constituyente a la segunda quincena de enero en lugar de celebrarlo el 6 de diciembre.
La decisión de JxCat de no aceptar la suspensión de cuatro diputados por el juez del Supremo Pablo Llarena y la distancia tomada por la CUP han dejado al independentismo sin mayoría en el Parlament. Pero la consecuencia es que la Cataluña real se ha convertido en ingobernable porque el bloque constitucionalista tampoco alcanza la mayoría y además es incapaz de ponerse de acuerdo. La Cataluña virtual, sin embargo, sigue produciendo cada día nuevos inventos --Consell de la República, Foro Cívico constituyente, etcétera-- cuya única finalidad práctica es marear la perdiz.