Todo empezó en los archivos del Foreign Office. Allí descubrió en 1985, el historiador británico Arthur Dixon, la doble contabilidad que utilizaron los directivos de la empresa, que cobraban fuera de España, en libras esterlinas el equivalente de sus sueldos en pesetas de la compañía Barcelona Traction, propietaria de los saltos de agua del Ebro y del Pirineo. Con parte de este dinero se cubrían en Londres las necesidades del contraespionaje británico durante la Segunda Guerra Mundial y de ahí que los movimientos de una compañía acabaran en los archivos desclasificados en el Ministerio de Exteriores británico. En los años 40, la Barcelona Traction, conocida con el sobrenombre de La Canadiense a causa de que su domicilio social estaba en Toronto (Canadá), y gestionada en sus inicios por el ingeniero norteamericano Fred Pearson, vivió un cuello de botella contable por la imposibilidad de operar en divisas y vio como sus obligaciones emitidas en la City de Londres caían en picado. En 1948 la compañía fue a la quiebra. El conocido financiero mallorquín Juan March había ido adquiriendo las obligaciones a bajo precio en Londres y agrupó estos activos en Fecsa, una compañía recién creada y presidida por Joan Alegre Marcet, uno de sus hombres de confianza. March exigió la conversión de las obligaciones en acciones y, tácitamente, se convirtió en el primer accionista de la Barcelona Traction.
Aquel proceso concursal movilizó a economistas como Josep Lluís Sureda y Fabián Estapé y abogados como García Valdecasas en el bando de la Fecsa creada por March entre las sombras y regida por sus testaferros. Frente a ellos estaba Joaquín Garrigues y Díaz-Cañabate (autor del libro La quiebra de la Barcelona Traction, requerimiento notarial o propósito de un dictamen), en calidad de defensor de los antiguos accionistas de Traction, los herederos del ingeniero Pearson y el antiguo consejero delegado, Daniel Heinemann. El proceso se convirtió en delirio con la entrada en el pleito de Ramón Serrano Suñer, Rodrigo Uría y Antonio Polo (que resumió su experiencia en La quiebra de la Traction Light anb Power). La quiebra de la Barcelona Traction marcó un hito en plena autarquía económica. Fue un combate judicial entre los fieles al régimen (March y sus expertos) y los defensores de los derechos históricos de los representantes de una burguesía liberal, partidaria de la convertibilidad de la peseta y contraria a la rigidez de la Dirección de Transacciones Exteriores, que velaba armas ante el delito de evasión de divisas.
La pugna se alargó hasta 1970, pero Juan March había ganado la batalla en 1952, en la subasta de los activos de la Barcelona Traction, que tuvo lugar en un juzgado de Reus. El asunto trascendió en la prensa internacional por el valor inmenso de la compañía (no reflejado en la contabilidad de la época), con un titular en The Times de Londres referente al fallo arbitrario de un magistrado inexperto, acostumbrado a delitos de ganado y lindes.
El financiero mallorquín (al que Arthur Dixon atribuye “el mayor acto de piratería financiera del mundo”, en su libro Señor monopolio. La asombrosa vida de Juan March, de Planeta) había atesorado una inmensa fortuna a través del contrabando de tabaco. Ganó la subasta por diez millones de pesetas, precio irrisorio de unos activos valorados entonces en 6.000 millones. Fecsa quedó libre de costas con los obligacionistas extranjeros (el 88% de los obligacionistas eran ciudadanos belgas) y se convirtió así en la propietaria de los embalses del Ebro y de las cuencas pirenaicas. El ingeniero Pearson, que había muerto en un naufragio a bordo del Lusitania durante la Gran Guerra (1915), debió retorcerse en su tumba. Su sucesor en la Traction, el judío americano Daniel Heinemann, perdió al final una batalla librada frente a March, que empezó estrellándose como comprador agresivo, pero que acabó ganando como cazador bajista.
Antes del desenlace judicial, Heinemann había perdido la batalla civil al no conseguir los apoyos del lobby de Francesc Cambó, Bertrán y Musitu o los Arnús-Garí impulsores de la Lliga Regionalista. Juan March, como hombre del régimen franquista, no quiso tomar parte en una batalla por la hegemonía entre clanes del mundo industrial y financiero y combatió siempre al catalanismo político. Cambó, que había fundado en Argentina la compañía eléctrica Chade, estaba presente en el comercio de activos eléctricos entre el Cono Sur y España. March trató de bloquear este comercio y contó con el apoyo del almirante y ministro Juan Antonio Suanzes para que el Gobierno no autorizara el uso de divisas en el pago en libras esterlinas a Barcelona Traction. Este pago hubiese acabado mostrando el valor real de la compañía propietaria de las centrales eléctricas que iluminaban el área metropolitana de Barcelona y sus grandes zonas industriales. La salida a la luz pública del precio real de la Traction hubiese frenado la operación de March, tal como argumenta el historiador económico Francesc Cabana, aportando un arsenal de datos sobre este caso en varios de sus libros.
Aquellas centrales hidráulicas que quedaron en manos de Fecsa significaron la fuente energética de lo que podíamos llamar la segunda revolución industrial catalana, con el desembarco de grandes multinacionales químicas, siderometalúrgicas, cementeras, etc hasta casi el final de la pasada centuria. Fecsa fue un conglomerado eléctrico con origen en los embalses de montaña, que abordó una transformación al inicio del XXI, con los ciclos combinados, la apuesta por el gas natural, el mantenimiento de sus activos nucleares y el fin del carbón como energía fósil. Cuando los años del pan negro habían pasado a la historia, Barcelona creció exponencialmente. Su mundo cultural y urbano vivió la etapa de las fortunas fáciles empujadas por el viento inflacionario, cuando el Madrid de Julio Camba (amigo personal de March, que le regaló de por vida una habitación en el Palace) se alineaba con la manga ancha de Néstor Luján en la Barcelona cosmopolita. Durante la última etapa de Josep Maria de Sagarra en la revista Destino, el gran maestro acuñó su mordacidad contra los nuevos ricos, frente a los pequeños accionistas perdedores ("Abriguem la ferma convicció / que en aquest món de sátrapa i de xai / les putes sempre tenen la raó / i els accionistas no la tenen mai", soltó el gran escritor en una cena de colegas en el Set Portes).
Se iba forjando la Fecsa de los Alegre Marcet, José Zaforteza, Delgado o Montañés (sobre una entrevista titulada Conversaciones con Carlos Montañés, Barto Roig Amat publicó el esclarecedor libro-documento Orígenes de la Barcelona Traction) y de sus accionistas financieros, como los bancos Central, Hispano, Valencia, Pastor o Santander. Aquella sociedad fue el centro de la Endesa catalana, que uniría a Sevillana de Electricidad y Gesa (un compañía mallorquina fundada por March). Sin embargo, el mundo económico nunca ha olvidado las arbitrariedades de aquel pecado original: el vaciado de la Traction, Light and Power Company Limited, en beneficio de la Fecsa naciente y sin pasivos. Aquella incautación creó una desconfianza creciente en los mercados de referencia internacionales que retrasó la entrada en España de la inversión extranjera. Su puso también el éxito incontrovertible del uso intensivo de la energía en la industria pesada de entonces.