Vivimos tiempos de amenazas híbridas. Ángel Gómez de Agreda explicaba, en un reciente seminario universitario sobre las teorías de la conspiración que las guerras actuales son espacios mixtos donde se inventan fake news para desestabilizar y vencer al enemigo. Citaba como ejemplo al ejército ruso y el modo de desmovilizar a los soldados ucranianos que están en sus trincheras. Primero hacen un barrido, detectan sus móviles y les envían mensajes advirtiéndoles que van a ser bombardeados. Después rastrean las redes sociales de esos soldados y mandan mensajes a sus familias en los que un falso ministerio de defensa de Ucrania les comunica el fallecimiento de sus hijos. De inmediato, los padres los llaman para comprobar si siguen vivos, y estos asustados por el primer mensaje y la posterior llamada huyen de la línea de combate. El camino queda expedito sin gasto alguno de material bélico y sin víctimas en ninguno de los bandos.
Hoy en día, los soldados mejor preparados son aquellos que están muy bien pertrechados de ordenadores y ubicados en unas nuevas trincheras desde donde se fabrican trolls y falsas noticias. Se ha escrito si las factorías rusas de San Petersburgo fueron las primeras en inventarse el 1-O. Es posible que desde allí se lanzasen las primeras fake news en la que se “informaba” sobre la represión policial. El acierto fue que comenzaron a “informar” de las cargas a las ocho de la mañana, antes de que se empezase a votar, había que movilizar a tantos actores/votantes como fuera posible. Primero se inventaron la noticia y después otros hicieron fotos. Además, todo apunta a que la cifra de los centenares de heridos se lanzó antes de que la primera porra golpease a un ciudadano o ciudadana. Se comprende que no se hayan hallado el casi millar de partes médicos sobre los heridos. Aquella batalla la ganaron las factorías de fake news, otro asunto es el que el éxito lo administrara el movimiento nacionalista en un continuo proceso de invención del 1-O y de sus efectos colaterales, algunos tan ridículos como el mantra del “mandato popular”.
Ahora que algunas plazas se están renombrando como 1 de octubre, cabe preguntarse si esos actos de control gráfico del espacio público no son también gestos intencionados para seguir avivando los frentes en la guerra civil catalana de información que aún perdura. Un conflicto en el que siguen teniendo protagonismo las fake news. La clave del impacto movilizador por esta sobrecarga informativa es conocida: el control del relato. No se trata de convencer sino de contaminar el lenguaje, de dejar referencias que marquen la tendencia en el debate público, si lo hay.
Con las falsas noticias de hace un año, sobre la ahora redenominada pomposamente como “revolución de las urnas”, el objetivo fue desestabilizar a un Estado de la Unión Europea, y se consiguió. El error de interpretación lo han tenido aquellos que han creído que con esa infoxicación se construía la república. Erraron, no era ese el objetivo de los bots y trolls que lanzaron el aluvión de fake news.
Es comprensible que el separatismo más violento se muestre nervioso ante la permanente y cansina reinvención del 1-O. En su adicta carrera hacia Ítaca necesitan desayunar cada mañana con una dosis de nuevos relatos con formato de fake news. Esta ansiedad es una muestra de su propia debilidad por confundir el mensaje con los medios, y los medios con el fin. De ahí la división entre los que creen estar viviendo ya en una República Catalana y los que aún no han perdido el sentido finalista del movimiento.
Además, es importante distinguir en ese segundo grupo entre los partidarios de otro referéndum y los que prefieren seguir trabajando por la República Catalana. Junqueras, el líder de esta última opción, ha decidido esperar, como haría un avezado jesuita, a que el objetivo final caiga como una fruta madura. Una generación más y la independencia será votada por el 65% del electorado, ha debido pensar. No es rentable ante la comunidad internacional seguir integrando en el relato nacional nuevas falsas noticias. Se trata de continuar reinventado el relato que ya se tiene, sin olvidar la pionera fake news catalanista: aquella que retomó y relanzó Pujol sobre el supremacismo del pueblo catalán y el latrocinio e incapacidad mental del español. Eso sí, todo depende de que una parte importante de la sociedad catalana siga anestesiada, todo depende de que los independentistas sigan controlando TV3 y la educación. De seguir así, el éxito, más tarde o más temprano, está asegurado. Salvo que en esta guerra de fake news cambie el emisor de bando.