En las últimas semanas se ha especulado bastante sobre si Ciutadans debería o no presentar una moción de censura contra el president de la Generalitat. Es la única fuerza en el Parlament con el número suficiente de diputados para hacerlo (se necesita un mínimo de 27, es decir, un quinto del total) y razones para expulsar a Quim Torra no faltan. Los ejemplos se suceden sobre la ausencia del Govern en actos importantes de la vida económica, social y cultural, lo que demuestra su desprecio por todo aquello que no sea la causa secesionista. El plantón en la entrega del Premio Planeta es solo el último ejemplo del sectarismo con el que actúa. En Cataluña no se gobierna, solo se lloriquea y gesticula. El president se comporta como un agitador o un cabecilla de los CDR en lugar de como el máximo representante institucional. Inés Arrimadas se expresó en estos mismos términos en el debate de política general a principios de octubre. Desde entonces la fractura entre JxCat y ERC se ha hecho evidente y el bloque independentista ha perdido la mayoría en la cámara catalana. El fracaso de la legislatura salta a la vista. Con todo, es cierto que hoy una moción de censura no prosperaría porque, al ser de naturaleza constructiva, tiene que ir acompañada de un candidato y un programa de gobierno alternativo que reúna la mayoría absoluta de los diputados. La líder de Cs a lo sumo lograría el apoyo del PP. Ahora bien, descartar dicha iniciativa con este argumento resulta insuficiente.
Excepto la moción de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy, no ha habido ningun otro caso exitoso en el Congreso de la Diputados. Tampoco en el Parlament, que vivió dos, en 1982 y 2001, ambas contra Jordi Pujol, la primera por parte de Josep Benet, en nombre del PSUC, y la segunda del socialista Pasqual Maragall. Pero las mociones se presentan con otra finalidad: subrayar el agotamiento de quien gobierna y proyectar una alternativa política tanto personal como programática. Pero es cierto que existe el riesgo, aún peor, de que se conviertan en una derrota del candidato propuesto en la moción, que acabe proyectando una mala imagen y recibiendo mas golpes dialécticos de sus rivales. Felipe González le sacó enorme rédito a la que le planteó a Adolfo Suárez en 1980, a diferencia del triste papel que hizo Hernández Mancha, en nombre de Alianza Popular en 1987, de quien nunca más se supo. Que las mociones son consideradas desde entonces una peligrosa arma de doble filo lo demuestra que no volviera a plantearse otra hasta 30 años después, en 2017, contra Mariano Rajoy por parte de Pablo Iglesias, de la que hoy nadie se acuerda. En Cataluña, la de Benet fue absolutamente anodina, mientras a Maragall no le fue bien, porque Pujol no se dignó a intervenir ni una sola vez y, en cambio, consolidó a Artur Mas como futuro líder de los convergentes.
Por todo ello se entiende la prudencia de Ciutadans, aunque reflexionándolo a fondo sorprende su negativa a plantearla en estos momentos tan críticos para Cataluña y sus instituciones. La formación naranja ganó las elecciones el pasado 21 de diciembre porque capitalizó el voto contrario a los años del procés, recogiendo apoyos en una horquilla ideológica bastante amplia, que va desde el electorado del PP hasta más a la izquierda del PSC. Fue un voto constitucionalista útil con la esperanza de que hubiera por fin una alternativa de gobierno no nacionalista. Y eso último es lo que el partido de Arrimadas todavía no ha explicado en detalle y profundidad. Una cosa es ser duro con el separatismo desde el atril y otra es convencer a la ciudadanía de que se dispone de un proyecto global para Cataluña, señalando claramente prioridades, proponiendo políticas concretas y la voluntad de alcanzar grandes acuerdos.
Las mociones se presentan casi siempre para perderlas en el parlamento pero para ganarlas en la opinión y la calle. El contraargumento de que una iniciativa así no conviene porque podría aglutinar al independentismo ahora que está más dividido que nunca, es también pobre. Y sobre todo es una estrategia muy conservadora que sitúa a Ciutadans como una formación que se acaba definiendo básicamente a la contra o nacida para estar en la oposición. A sus rivales les gusta subrayarlo. No presentar una moción de censura a corto plazo es una oportunidad perdida para Arrimadas que necesita proyectarse como alguien que de verdad quiere gobernar la Generalitat, que lo ambiciona y sabría qué hacer al día siguiente. La incertidumbre es total sobre cuánto tiempo durará todavía esta legislatura. Puede ocurrir cualquier cosa. Pero la líder de Cs cometería un error no arriesgándose a dar este paso antes de que vayamos a nueva elecciones. Puede acabar haciendo buena la critica de que tener 36 diputados no le ha servido absolutamente de nada.