"Voy a intentar centrarme, ¿eh?", es la frase más prometedora que hasta ahora ha pronunciado el diputado Rufián. Es una expresión acertada y en perfecta consonancia con los tiempos que atraviesa su formación política. ERC busca el centro catalanista, entendiendo por centro el viejo autonomismo tacticista, desleal y excluyente. La estancia en la celda ha hecho meditar a Junqueras sobre la errónea estrategia independentista que desde hace años ha estado alentando. Viniendo de postulados populistas y totalitarios, ERC se desliza hacia el centro en busca de oxígeno para sobrevivir y, cuando la masa electoral acompañe, volver a intentar la ruptura.
Unos van y otros vienen, debe haber pensado el preso beato. Son muchos los efectos destructivos que ha generado el separatismo pirómano. Fuera del soberanismo, el más llamativo ha sido la exhibición muscular de Vox, consecuencia directa de la rauxa independentista. En España, la derecha nacionalista y autoritaria tiene una larga tradición anterior incluso al franquismo, con muchos episodios en los que el españolismo y el catalanismo se han espoleado mutuamente. Nada nuevo en el solar hispano.
Pese a todas las similitudes, Vox y ERC no son iguales. La primera diferencia entre unos y otros es el adjetivo --español y catalán--, aunque el sustantivo sobre el que basan sus reivindicaciones es el mismo: una Nación grande y libre. La segunda característica que los distingue es que Vox no tiene complejo alguno en autodenominarse facha, mientras el independentismo republicano no admite hacer públicos los incuestionables orígenes y fundamentos totalitarios de su partido. La tercera diferencia es la condescendencia de sus adversarios: Vox es calificado como reaccionario por las voces y demás organizaciones de izquierda y ERC no, en tanto que al parecer los independentistas no les parecen xenófobos ni intolerantes. Es asombrosa la tozuda ceguera de esa izquierda que es incapaz de apreciar la enfermiza y reaccionaria hispanofobia del nacionalismo catalán. ¿Puede ser un partido que bebe del odio ser de izquierdas? La histórica aversión que manifiestan hacia millones de españoles es contraria a los derechos humanos y, por tanto, es antidemocrática, ahora y en la Segunda República.
Rufián bien podría ser diputado de Vox como lo es de ERC. Ni siquiera tendría que caerse del caballo, tránsfugas más sorprendentes ya hemos visto. ¿Alguien podía imaginar que un secretario general de la Alianza Popular más reaccionaria se iba a convertir en un ideólogo de Podemos? ¿O que varios militantes del PCE acabaran siendo ministros con Aznar? ¿Por qué nadie se extraña que consellers socialistas se hayan convertido en beligerantes adalides de la intolerancia? En nuestra democracia los partidos son vasos comunicantes, incluso los votantes también se mueven según las circunstancias. ¿Acaso los que ahora votan a Ciudadanos y antes los hacían al PSC o al PSOE han dejado de ser progres para ser fachas? Aún más, ¿cómo es posible que Montilla durmiese tranquilo habiendo entregado educación y TV3 a un partido identitario e hispanófobo como ERC?
Mientras no se haga una detenida reflexión sobre de dónde vienen unos y otros, mientras no se distinga entre los discursos y las prácticas políticas y solo nos dejemos llevar por el simbolismo de sus lemas, el binomio izquierda-derecha es totalmente inútil para explicar la política del presente. Quizás debamos recuperar un debate público sobre las ideas básicas por las que aquellos diputados franceses se sentaron en 1789 en lados contrapuestos: libertad e igualdad. Y asumamos, como ironizaba Fontana, que ni siquiera en aquel momento hubo fraternidad, todos defendían su propiedad, como ahora.