Presenciamos a veces crepúsculos armoniosos, pero ahora mismo el independentismo se hunde en el horizonte con el fragor de una catástrofe cuyas consecuencias son y serán gravosas para la sociedad catalana. Es una descomposición acelerada en cuya escenificación tiene un papel central el descrédito ya enquistado de un Parlament implosionado por Torra y Puigdemont días después de que fuera asediado por fuerzas extremistas cuyo cuadro clínico está en los manuales más elementales de psicología de las masas. ¿Nuevas elecciones y nuevo Parlament?
A diez años de la caída de Lehman Brothers y en el aniversario de una consulta totalmente ilegal, los anuncios de otra crisis global para 2020 en coincidencia con lo que es una de las horas más confusas de la historia de Cataluña pone más de relieve el bien de la seguridad jurídica, la fragilidad de los mercados, el difícil equilibrio para la convivencia y las ventajas de la senda constitucional. Y ahora, en retrospectiva, la intervención de Felipe VI de hace un año muestra claramente su razón y sentido porque la Cataluña secesionista estaba dispuesta a todo más allá de la ley, incluso al naufragio de la Cataluña de todos.
Aunque el crepúsculo independentista se consuma lo antes mejor, la retrogresión institucional de estos últimos tiempos tendrá un coste económico, social y moral que la ciudadanía tendrá que pagar de una u otra forma. Si se intenta una nueva concordia abundarán los obstáculos pero las ventajas --caído el secesionismo-- son muchas. Renovarse políticamente para salvar las instituciones: es imprescindible.
Inasequibles al desaliento, los penúltimos independentistas se consuelan atribuyendo todos los males a los jueces. Es una interpretación muy primitiva y fraudulenta de lo que es el conflicto en un Estado de derecho. Al final, anteponer a la ley un inexistente derecho a decidir, el impacto de los desórdenes callejeros y la grotesca incompetencia de la clase política del independentismo impondrán en las clases medias --afectadas por la crisis y deseosas de estabilidad-- un punto y aparte. Seguirá habiendo independentismo y, desafortunadamente, cabe una kale borroka: frente a eso, una Cataluña dinámica y emprendedora sabe cuáles son los retos y que el futuro no está escrito ni pasa ineludiblemente por la proclamación de una república catalana.
Dar por hecho que la secesión era un derecho histórico e imparable, siempre al alcance de la mano, contrasta --por ejemplo-- con el no de la consulta pactada en Escocia y con los resultados de las elecciones en Quebec: los secesionistas del Partido Quebequés solo han tenido un 17 por ciento de los votos. El nacionalismo sube y baja, y mucho más en su versión populista. Lo único que de verdad cuenta es la ley y la ciudadanía.