En España, cada partido político tiene su propia especialidad, personal e intransferible. La del PP, como hemos podido comprobar repetidamente, es la corrupción, instalada de forma democrática, de arriba abajo, en todos los sectores de la formación. La del PSOE, en mi modesta opinión, consiste en cagarla o, dicho de una manera más fina, decepcionar a sus sufridos votantes en cuanto se les presenta la menor ocasión. No es una teoría científica, pero se basa en la atenta observación de las actividades del PSOE desde 1982, cuando ganó las elecciones generales aquel andaluz tan simpático y dicharachero llamado Felipe González. ¡Qué contentos nos pusimos entonces los ciudadanos progresistas de este bendito país! Hasta le veíamos la gracia a Alfonso Guerra, ¡que ya es ver!, pese a su natural siniestro y malaje y su obsesión por los versos de Mahler y las sinfonías de Machado (¿o era al revés?). Luego vinieron los GAL, las trapisondas de Juan Guerra y el apoteósico Luis Roldan, un tipo capaz de embolsarse el dinero de las viudas de los guardias civiles asesinados por ETA.
Volvimos a depositar cierta confianza en José Luís Rodríguez Zapatero, o le votamos para perder de vista a Aznar, no lo sé muy bien. Pero no tardamos mucho en comprobar la inanidad del sujeto --no te puedes fiar de alguien que no añade ningún adjetivo al sustantivo talante, que en soledad no quiere decir absolutamente nada--, que se dedicó a promulgar leyes con las que hacerse el progre en vez de entrar a fondo en los problemas de España, cosa que tampoco hizo González. Zapatero no vio venir la crisis económica hasta que le estalló en las narices. Eso sí, legó a la historia una foto familiar de su visita a la Casa Blanca que es de traca gracias a su sonrisita a lo Mr. Bean y a sus hijas góticas: Barack Obama nunca se había topado con el equivalente español de la Familia Addams.
Ahora el PSOE nos pide que confiemos en Pedro Sánchez, tan inane como Zapatero, pero que por lo menos habla inglés. Una vez más, con tal de perder de vista al presidente pepero --en este caso, Mariano Rajoy, el holgazán agalbanado más espectacular que jamás haya pasado por la Moncloa--, hasta nos ilusionamos un poquito con aquel gobierno tan guay que se montó, en el que hasta había un astronauta. Y sucedió lo de siempre y el PSOE la volvió a cagar. Primero hubo que cesar al ministro de Cultura, Màxim Huerta , sin que nadie entendiera cómo le podía haber caído semejante cargo; luego le tocó el turno a la señora Montón; y ahora estamos con la ministra de Justicia, Dolores Delgado --Lola para los amigos y para el tóxico comisario Villarejo--, largando más de la cuenta en una cena y con el astronauta pasando unas penas muy terrícolas por haber puesto una mansión a nombre de una sociedad chunga para ahorrarse el pago de cuatro impuestos diferentes, cuatro.
El PSOE le debe la vida al PP. Para librarse de los populares, los españoles bienintencionados otorgan una y otra vez su confianza (o algo parecido) a un partido condenado a cagarla hasta el fin de los tiempos. Más que nada porque las alternativas son unos Ciudadanos cada vez más de derechas y unos Podemos que son una pandilla de bolcheviques tronados más antiguos que Beria. ¿Habrá alguna manera de romper el hechizo del PSOE y conseguir que deje de cagarla? Me encantaría creerlo, pero tengo mis dudas.