Años antes de que llegara al palacio del Elíseo, le preguntaron a Nicolas Sarkozy en una entrevista en televisión si por las mañanas, cuando se afeitaba, pensaba en ser algún día presidente de la República. “No solo cuando me afeito”, contestó el hombre que finalmente cumplió su sueño en mayo del 2007. Si le hubieran hecho la misma pregunta a Manuel Valls, hubiese contestado lo mismo o algo parecido porque en Francia, a diferencia de en España o en Cataluña, las ambiciones no se ocultan. Valls no lo consiguió y terminó su carrera política como primer ministro. ¿Le descalifica eso para aspirar a la alcaldía de Barcelona como le reprochan muchos de sus críticos?
En absoluto. El nivel de insultos y menosprecios que ha tenido que encajar Valls incluso antes de confirmar su candidatura ha sido directamente proporcional al miedo y al nerviosismo que provoca su decisión de cambiar de vida y querer ser el próximo alcalde de Barcelona. Y más cuando ha asegurado que, pase lo que pase, se quedará en la ciudad. Personajes que no han llegado ni a concejal le califican de “fracasado” o le acusan de desconocer la ciudad, un reproche que, como dijo alguien en Twitter, presupone que los demás candidatos sí que la conocen, que es mucho suponer.
El contenido de su discurso de presentación demuestra que Valls ha hecho una inmersión a fondo en los problemas de Barcelona porque les dedicó gran parte de su alocución y porque su diagnóstico –fracaso de la política de vivienda, demonización del turismo, inseguridad, mala gestión del espacio público, narcopisos, top manta, etcétera— es certero y constituye una opa hostil hacia la política de la alcaldesa Ada Colau.
Ante otra de las acusaciones recurrentes, ser derechista y el candidato de los ricos, Valls se reivindica como hombre de izquierdas, procedente del socialismo francés y abraza la moderación. Una frase de su rueda de prensa del miércoles resume su pensamiento en cuestiones de orden público. A propósito de los manteros, dijo: “Es un problema que no se ha de tratar de manera brutal, pero se ha de resolver. Esconder un problema favorece a la extrema derecha”. Esa ha sido su política en Francia, la que defiende que la izquierda no debe menospreciar y orillar los temas, como la inseguridad y la inmigración, que más preocupan a la derecha y al electorado que la vota.
Aunque acepta el apoyo de Ciutadans (Cs) y de otros partidos, Valls ha tomado la decisión inteligente de desmarcarse del partido de Albert Rivera y optar por una candidatura transversal. Su intención es que la opinión pública perciba que quien elige la lista y fija las políticas es él y no Cs, algo similar a lo que ocurre en Madrid en la relación entre Manuela Carmena y Podemos.
Quedan muchos meses y muchas cosas por ocurrir, pero ya puede decirse que la candidatura de Valls es una de las dos operaciones políticas más inteligentes de cara a las municipales de mayo de 2019. La otra es la decisión de ERC de designar a Ernest Maragall y reemplazar a Alfred Bosch. Esta decisión confirma que las primarias son para los partidos un mero instrumento propagandístico, como los principios para Groucho Marx --tengo unas primarias, pero, si no le gustan, tengo otras--, pero, dejando de lado esta incoherencia, la candidatura del hermano del exalcalde olímpico es una buena elección, y no solo por el apellido.
Maragall tiene el inconveniente de la edad --75 años--, pero, para ERC, todo lo demás son ventajas: bloquea la lista única independentista, que nunca ha querido Esquerra, a no ser que Carles Puigdemont acepte que la encabece el actual conseller de Exteriores; resta importancia a una eventual candidatura de Ferran Mascarell por el PDeCAT y prepara el camino para un posible pacto entre los republicanos y los comunes, en la línea de la ampliación de las bases soberanistas que propone ERC para el conjunto de Cataluña.
Que estas dos sean las dos operaciones más inteligentes no significa que las elecciones se vayan a dilucidar solo entre Valls y Maragall. Pese a las graves deficiencias de su gestión y a la debilidad política en que la equidistancia de Ada Colau ha situado a los comunes --el abandono de Xavier Domènech es el mejor ejemplo--, la actual alcaldesa tiene aún margen de maniobra para intentar repetir mandato. Si Valls lograra un buen resultado, pero necesitara los votos de otras formaciones para llegar a la alcaldía, los independentistas preferirían la continuidad de Colau, y lo mismo harían los comunes si el mejor colocado fuera Ernest Maragall, a quien apoyarían para que Valls no pudiese gobernar.
Por esta razón, para el campo constitucionalista, es una mala decisión que el candidato del PSC, Jaume Collboni, se empeñe en descalificar a Valls como candidato de derechas, cuando es muy posible que su única salida sea pactar después con el exprimer ministro francés. Aunque puedan disputarse un mismo electorado, al PSC le conviene, de cara al futuro, que Valls no aparezca solo como el representante de Ciutadans.