Este inicio del curso político marca también el final del estado de gracia del presidente Macron. Desde que el caso Benalla les zumba en los oídos y el cascabel Hulot se les enrosca en los pies, el baile político se hace difícil para los Marcheurs.
Los más cándidos descubren hasta qué punto el "nuevo mundo" se parece al antiguo. Quizá un día caigan en la cuenta de que los relatos sobre la “novedad” son tan viejos como la idea misma de democracia. Vacíos y sin interés. No se juzga a un político por sus promesas de “novedad”, sino por su programa, sus aliados y su trayectoria. Ésta última es la que nos da una idea de a dónde nos va a conducir.
En el caso del presidente Macron, podía preverse que los pensionistas, la población más desfavorecida y el propio planeta no iban a ser los grandes ganadores de este “nuevo mundo” que anunciaba, orientado hacia la empleabilidad, la flexibilidad y los emprendedores. Solo compartiendo el entusiasmo sincero de un Nicolas Hulot podía esperarse añadir una gota de ecología --y sin duda, mejor eso que nada-- en un néctar tan untuosamente neoliberal. Por lo demás, no hay sorpresas. Salvo para aquellos que compraron el nebuloso discurso sobre la regeneración a base de personal político cooptado entre la sociedad civil. Pero, ¿quién se pudo creer por un solo instante esta tomadura de pelo? ¿Quién pudo comprar que haber trabajado en el sector privado podía servir para defender los intereses del Estado y las prioridades medioambientales, mejor que la ENA [Escuela Nacional de Administración] o una trayectoria de responsabilidades políticas y militantes?
Es casi tan aberrante como la farsa que propone uno de esos blogueros populistas tan apreciados de la extrema derecha a la extrema izquierda. Para renovar a los electos, propone simplemente, ¡escogerlos aleatoriamente! Así, además de incompetentes, los legisladores serán potencialmente peligrosos, y más fácilmente corruptibles. Por una razón simple: un diputado que no quiere ser reelegido, que no aspira a hacer carrera en política, tiene menos cuentas que rendir a la ciudadanía. Si su paso por la política no es más que un breve paréntesis, será más sensible a la presión de los lobbies, cuya benevolencia le será preciosa para su vida posterior. En consecuencia, prestará menos atención a las cuestiones éticas.
Ya sea liberal o “antisistema”, este lugar común sobre el valor añadido de los electos surgidos de la sociedad civil es de una arrogancia absoluta. Desde luego, permite tener electos que entienden mejor las empresas, está claro, pero eso no es lo mismo que dotar a la nación de electos al servicio del interés general. Y, sin embargo, este lugar común se ha extendido rápidamente, hasta el punto de haber llevado por delante a los representantes de la Asamblea Nacional. Simplemente, porque pecábamos del extremo contrario.
Nuestro Parlamento estaba efectivamente repleto de profesionales de la política anquilosados, desgastados a fuerza de practicar el arte del compromiso y la síntesis. El súbito rejuvenecimiento impuesto por La República En Marcha [el partido presidencial] ha tenido el incontestable mérito de renovar los rostros. El mismo golpe ha barrido a jóvenes brotes prometedores de liderazgo, en beneficio de jóvenes lobos sin convicciones profundas. Hay excepciones, por supuesto; hay en LREM nuevos talentos genuinos, y antiguos militantes socialistas que únicamente han cambiado de etiqueta. Pero, por lo demás, hemos reemplazado un personal político militante, formado para servir al Estado, por lobistas prematuros.
Como la naturaleza humana aborrece el vacío de ideas, esta República En Marcha dará lugar a una “nueva” ola. A través del ejercicio de sus funciones, los nuevos diputados ya empiezan lentamente a prestarse al juego del debate y la confrontación de ideas. Acabarán por tener convicciones más profundas que la mera “regeneración”. Aparecerán las líneas de fractura. Quizá surjan nuevos partidos, verdaderos partidos en los que se confronten posiciones de fondo... y no solamente recetas para ganar. Hay que confiar en ello.
Porque fuera de eso, sólo hay desierto o extremismo. No hay que olvidar que, si una mayoría de franceses ha hecho profesión de fe en el “nuevo mundo” de Macron, ha sido sobre todo por evitar la extrema derecha. Y ese argumento no valdrá en las próximas elecciones. Cuando el “nuevo mundo” se haya convertido en el viejo, será percibido como el del neoliberalismo “europeísta”, multicultural y cosmopolita, en manos de los lobbies. Se dará rienda suelta a todas las fantasías que encajan con esa caricatura. En ese momento, no habrá más que dos alternativas. La primera será regresar al mundo viejo: buscar hombres y mujeres de Estado entre los que hayan sobrevivido. La segunda consistirá en arriesgarse a ver cómo un joven populista, sin duda aún desconocido, triunfa vendiendo la novedad de ser aún más nuevo que el nuevo mundo. Y que arrase con todo.
[Artículo traducido por Juan Antonio Cordero Fuertes, publicado en Marianne.net y reproducido en Crónica Global con autorización]