Hoy se hará oficial la candidatura de Manuel Valls a la alcaldía de Barcelona. De momento, su irrupción en la política catalana ha servido para poner de los nervios al establishment. La virulenta reacción de soberanistas, Barcelona en Comú e incluso socialistas, que lo han atacado ad hominen, a través de sus portavoces y de sus opinadores de cabecera, muestra la reacción corporativa de una clase política cómoda en un ecosistema político degradado que ha empleado sus menguadas energías en alimentar el victimismo y mantener extramuros a los ciudadanos que no se resignan a aceptar en silencio la hegemonía del nacionalismo y sus compañeros de viaje.
Una vez la primera línea de defensa ha sido desarbolada por la evidencia de que la candidatura de Valls desborda ampliamente los limites de Ciudadanos --pese a ser su apuesta--, los ataques personales han pasado a primer plano. Ponerle en la diana, táctica habitual para preservar lo que consideran su coto privado, no les va a ser suficiente. No van a poder evitar que los ciudadanos de Barcelona tengan que optar entre el sectarismo ideológico y la incapacidad gestora del actual gobierno municipal, la pretensión secesionista de acabar de provincializar Barcelona sometiéndola al proyecto soberanista, o un proyecto que pretende revitalizar Barcelona como capital europea y del Mediterráneo, como puente hacia Latinoamérica, a través de un programa ambicioso y con un liderazgo y equipo de capacidad gestora contrastada. Todo ello abordando efizcamente los problemas cotidianos de los vecinos, desde la seguridad hasta la vivienda pasando por la exclusión social, el turismo, la cultura, la movilidad o la transición ecológica.
Porque, en contra de lo que algunos suponen, la candidatura de Valls va a convertir a Barcelona en el centro del debate. Desde una catalanidad abierta a España y al mundo, que se hace fuerte en el plurilingüismo de los catalanes, su capacidad emprendedora y su ambición de liderazgo, que entronca con el catalanismo, entre otros, de Vicens Vives y Valls i Taberner, que tiene en Barcelona su expresión más auténtica.
Los barceloneses ya han ganado. Las candidaturas de los partidos van a tener que sacudirse su modorra, su apuesta por burócratas anodinos y emplearse a fondo en el debate que se avecina. Las descalificaciones ad hominen y las fake news no les serán suficientes.