El Gobierno prepara una fortísima subida de impuestos. Pedro Sánchez ha dicho que quiere exprimir el ahorro acumulado por los ciudadanos y castigar las rentas más altas. Arguye, según su peculiar visión, que “la gente rica no paga apenas nada al fisco”.
Para Sánchez, quienes ingresan por encima de los 140.000 euros al año son unos potentados de tomo y lomo. Por tanto, va a propinar a tales plutócratas un hachazo añadido de tres o cuatro puntos del tipo marginal.
De esta forma pasarán a abonar a Hacienda el 48% de sus rentas. En algunas comunidades autónomas como Cataluña, cuya administración ha situado el tipo máximo aún más arriba, el mordisco “a los ricos” ascenderá hasta el 52% de sus ingresos, un nivel claramente confiscatorio.
Semejante medida afecta de lleno al gran preboste de la Generalitat, el racista Quim Torra. Devenga casi 147.000 euros anuales, un 82% más que el propio Pedro Sánchez, pese al desigual tamaño de las administraciones que gestionan uno y otro.
El anuncio de la escalada impositiva significa la claudicación de Sánchez frente a las exigencias de los marxistas que lideran Podemos, ansiosos por disparar el gasto público a todo trapo.
El erario nacional registra un cuantioso déficit desde 2008. En estos diez años de desfase presupuestario, la deuda que gravita sobre las espaldas de la población ha aumentado nada menos que en 760.000 millones y ya se sitúa en la astronómica suma de 1,1 billones.
Ante tamaña losa, toda mente sensata trataría de comprimir el descuadre de la contabilidad estatal por la vía de reducir los desbocados dispendios, en vez de achicharrar con recrecidas exacciones a los obligados tributarios.
Pero Sánchez parece sentir una alergia irreprimible a las prácticas saludables de saneamiento y se entrega con fruición al peligroso deporte de gastar a troche y moche lo que no tiene.
Valga un caso palmario. Ejemplifica como pocos la alegría con que se malversa el dinero de los contribuyentes por nuestras latitudes. Tiene de protagonista a Carmen Montón, la ministra de Sanidad que acaba de dimitir por el flagrante plagio de su máster. La buena señora se ha ido a su casa dejando a la feligresía un regalo envenenado. Cuando cesó acababa de aprobar la sanidad gratuita para todo bicho viviente, sean españoles o no, tanto si están en el país de forma legal como ilegal.
Se calcula que este formidable óbolo le va a costar al sistema sanitario una suma adicional de 1.100 millones de euros, con una clara tendencia a seguir inflándose. ¡Cuán fácil y cómodo es lanzar brindis al sol con el dinero ajeno!
El PSOE adolece de una representación parlamentaria muy menguada. Es la más pobre que ha disfrutado un jefe del Gobierno en los últimos decenios. Sólo así se explica que Sánchez se haya echado en brazos de las diversas formaciones y grupúsculos antisistema que pululan por la cámara legislativa.
El presidente del ejecutivo es un triste rehén de los separatistas catalanes, los exetarras de Bildu y los leninistas de Podemos. Dicho con otras palabras, debe el cargo al apoyo de quienes quieren destruir, por todos los medios habidos y por haber, el orden jurídico establecido.
De ahí su demagógico empeño en arremeter contra “los ricos”. Quienes ingresan más de 140.000 euros al año componen un colectivo de poco más de 90.000 personas. No representan ni siquiera el 0,5% del conjunto de los declarantes, pero a diferencia de lo que sostiene Sánchez, aportan nada menos que el 11% de los ingresos por IRPF que recauda el Estado.
Reza un viejo aforismo del mundillo económico que quien siembra impuestos acaba recogiendo tempestades en forma de paro. Parece una especie de plaga bíblica. Cada vez que el PSOE empuña el bastón de mando, da en apretar las tuercas de las gabelas, multiplica el gasto público en derroches sin cuento y acaba por desencadenar unas crisis económicas de caballo. Es el funesto sino que arrastran los gerifaltes de ese partido.