Marcelino Domingo nació en Tarragona en 1884 y estudió magisterio en este capital catalana donde vivía con sus abuelos maternos. Su padre, oficial de la Guardia Civil, después de varios destinos terminó en Tortosa y fue en esta ciudad de las tierras del Ebro donde inició su extraordinaria carrera periodística y política. En 1906 ya ejercía como maestro, al año siguiente inició su colaboración con La Publicidad, el periódico de Solidaritat Catalana, y tres años después entraba como concejal de esa efímera y ecléctica formación catalanista y republicana en el ayuntamiento de Tortosa.
Su liderazgo político se fue consolidando al frente de la Unión Federal Nacionalista Republicana, siendo elegido diputado nacional por primera vez en 1914 por la circunscripción tortosina. Su paso por la dirección de La Publicidad duró apenas dos años y en abril de 1917 funda La Lucha, órgano del Partit Republicà Català (PRC), su partido. Sus artículos se convertirán en agitadores contra la monarquía y el ejército, y por Soldados será detenido y encarcelado a pesar de su aforamiento como diputado. Entre 1914 y 1921 se le abrirán más de cien causas judiciales, en su mayoría por “delitos de imprenta” por artículos publicados en una decena de periódicos contra Alfonso XIII, los gobiernos, el ejército, la guerra de Marruecos, etc. “Liquidemos de una vez a los Borbones”, repetía una y otra vez.
En los años sucesivos defenderá en sus discursos en el Congreso de los Diputados un Estatuto para su tierra de origen: “Cataluña siente las inquietudes nacionales más hondamente, con mayor dolor que el resto del país”, afirmó desde esa tribuna el 29 de enero de 1919. Para Domingo la sociedad catalana tenía un mayor dinamismo que la del resto de España, de ahí que pensase que el catalanismo era el que debía liderar la transformación del Estado. Los catalanes “no piensan en la desmembración de la nacionalidad española; no entra siquiera en su pensamiento (no digo en su deseo, ni en su voluntad, ni en su palabra) el querer hacer pedazos la nacionalidad española; lo que quieren es organizar nuevamente el Estado español, darle una organización distinta a la que el Estado español tiene ahora”. Ello no fue obstáculo para que Domingo utilizase la amenaza separatista si con ese gesto conseguía zarandear el inmovilismo parlamentario en Madrid.
Su táctica política pasaba por una alianza entre republicanos y catalanistas que podía dar sus frutos si los primeros ayudaban a los segundos a conseguir --al menos-- la autonomía y los segundos acompañaban a los primeros en el desbroce del camino hacia la república. Ante la deriva conservadora del republicanismo radical que encabezaba Lerroux, Domingo propuso como tercer compañero de viaje al socialismo. Así el cóctel debía ser el resultado de cruzar movimiento obrero, republicanismo y catalanismo.
La síntesis de su proyecto la recogió en su libro ¿A dónde va España?, prologado por Gregorio Marañón y publicado en 1930. En él negaba la existencia de la nación española que aún debía ser construida por la causa republicana. No existía nación bajo la monarquía porque “no es soberana si no puede elegir también al Jefe del Estado”. En realidad su propuesta era la de impulsar un nacionalismo español republicano, porque “para España --afirmaba en su libro-- sólo existe ya un régimen posible: la República. Hacia él va España”.
Participó en la mayoría de las conspiraciones republicanas y en la fundación de ERC en marzo de 1931 al mismo tiempo que seguía liderando su propio partido (PRC), no en vano fue el único al que se le permitió la doble militancia. Con la proclamación de la República fue nombrado ministro de Instrucción Pública y, en apenas unos días, puso en marcha sus primeras medidas: una ley de bilingüismo para Cataluña, la supresión de la enseñanza religiosa y la creación de 23.435 escuelas.
Desde la proclamación del 14 de abril surgieron reiteradas desavenencias con sus colegas de ERC que lo atacaron duramente por dar prioridad a la consolidación de la República antes que poner en marcha la autonomía catalana. En 1932 abandonó ERC y Macià consiguió que tuviese que abandonar Cataluña para presentarse como candidato en las elecciones de 1933 por Bilbao, al frente de su nuevo Partido Radical Socialista, organización que poco después se fusionó con las formaciones de Azaña y de Casares Quiroga para crear Izquierda Republicana. Tras el triunfo del Frente Popular y su nombramiento, otra vez, como ministro de Instrucción Pública, sus diferencias con los dos líderes le llevó abandonar el gobierno, aunque aceptó el encargo de defender a la República en el exterior después de la sublevación militar de julio de 1936.
Su exilio terminó por derrumbarle política y emocionalmente. Con apenas cincuenta y cinco años moría en Toulouse el 2 de marzo de 1939, en circunstancias poco claras, el político que creyó que el mejor futuro para su país pasaba por la escuela pública y por una república de ciudadanos libres. Su ansiado proyecto de sumar la tradición republicana catalanista y el nacionalismo español republicano nunca nadie lo volvió a enarbolar.