Pasó este 11 de septiembre, y con él una nueva Diada Nacional de Cataluña, con otra gran e innegable demostración de la capacidad de movilización ciudadana del movimiento secesionista. Por séptimo año consecutivo, y sin duda con mayor claridad que en las seis ediciones anteriores, la Diada ha sido una manifestación de carácter exclusivamente independentista. Con ello, a diferencia de lo que venía sucediendo antes del inicio del célebre "proceso de transición nacional", la fiesta nacional catalana ha excluido a la mitad o a más de la mitad de la ciudadanía de Cataluña, que una y otra vez no ha votado a ninguna de las formaciones secesionistas.
No obstante, incluso a pesar de que el propio presidente Quim Torra dijo de forma pública y reiterada que se convocaba una manifestación independentista, el argumentario recurrente de todos los sectores del secesionismo sigue basándose en que en Cataluña no existe ningún tipo de división o fractura social. Se empeñan en negar una realidad contrastable en todo tipo de ámbitos, desde el institucional y político hasta el familiar y vecinal, desde el estudiantil hasta el deportivo, desde las relaciones de amistad hasta el campo de lo profesional, sin olvidar el decisivo ámbito de los medios de comunicación, públicos y también privados.
La división, la fractura social catalana no deja de crecer y extenderse. Se niegan a reconocerlo aquellos que viven de forma permanente encapsulados en un entorno que mantiene una especie de soliloquio solipsista interminable, encerrados con un solo juguete y sin querer oír ni ver nada que pueda distraer su obsesiva y única dedicación al proceso separatista, objeto exclusivo de su ocupación y preocupación. De ahí que justifiquen la apropiación patrimonialista, partidista y sectaria del conjunto de la ciudadanía de Cataluña al servicio único de su causa irredentista, hasta el punto de despreciar, ignorar o ningunear a cualquiera que no comparta dicha causa.
Pero la fractura social catalana es mucho más grave de lo que parece a primera vista. Porque no se trata tan solo de una fractura entre los partidarios y los contrarios a la independencia de Cataluña. Aunque quizá no sea una fractura tan visible, en la sociedad catalana existen otras fracturas tanto o más importantes que esta. Porque cada vez son más evidentes las fracturas en el seno del mismo movimiento separatista, y no solo entre la CUP y JxCat y ERC sino también entre estos dos grupos parlamentarios, e incluso en el interior de JxCat, y también en el seno mismo del PDeCAT, entre quienes se resisten todavía a enterrar lo poco que queda de CDC y aquellos que se han plegado ya a las órdenes que les da Carles Puigdemont desde su Waterloo particular, con Quim Torra como aplicado ejecutor de las mismas.
Las cada vez más evidentes tensiones entre la ahora tan radicalizada ANC presidida por Elisenda Paluzie y el parece que algo más moderado y realista Òmnium Cultural que actualmente dirige Marcel Mauri tienen su correlato en las profundas divergencias estratégicas y tácticas, cada día más notorias, entre JXCat y ERC, e incluso en el interior de cada una de estas des grandes formaciones políticas. Por no hablar también de los enfrentamientos, en algunas ocasiones incluso violentos, entre grupos independentistas de extrema derecha y de extrema izquierda. O de las descalificaciones que desde la ANC, las CUP y en especial los CDR se repiten contra el Gobierno de la Generalitat presidido por Quim Torra.
Pero estas fracturas no se producen solo en el campo secesionista. Se dan también en el terreno constitucionalista. En poco o en nada coinciden Cs y PP, por un lado, con PSC y ECP por el otro. También hay divergencias importantes en este sector de la sociedad catalana, que según los resultados electorales de los últimos comicios es, aunque por poco, el mayoritario entre la ciudadanía de Cataluña. El único denominador común entre todas estas formaciones políticas, así como entre las entidades más o menos emparentadas o relacionadas con ellas --La Tercera Via, Societat Civil Catalana, Federalistes d'Esquerres, Portes Obertes del Catalanisme-- es su oposición a la vía independentista, y más en concreto a la vía unilateral. Alguna que otra coincidencia existe entre Cs y PP, con Albert Rivera y Pablo Casado pugnando ahora a cara de perro en convertirse en el macho alfa del antindependentismo, pero tienen notables diferencias entre sí en este terreno. Y otro tanto sucede entre PSC y ECP, aunque ahora se advierten mayores coincidencias entre estas dos formaciones que se reclaman del catalanismo progresista.
Las divisiones y fracturas sociales existentes en Cataluña no pueden ser negadas u ocultadas. Están ahí, por mucho que no nos agraden, incluso por mucho que nos preocupen y angustien. Hoy, Cataluña es un espejo roto. No roto solo en dos grandes pedazos, como algunos afrman, sino partido en gran número de pedazos. Y la única solución posible después de tanta división, de tanta fractura, de tanta y tanta rotura, pasa y pasará, de forma inevitable e inexorable, por la recomposición completa del espejo roto. De todos y cada uno de los pedazos del espejo roto.