Los moriscos catalanes y su expulsión
Los conversos deportados de Cataluña en el siglo XVII tuvieron poca trascendencia por su escaso peso demográfico y económico en comparación con Valencia o Aragón
16 septiembre, 2018 00:00Es muy curiosa la islamofilia actual que vive Cataluña. El territorio catalán conoció una Reconquista fugaz y fueron escasos los moriscos (cristianos de origen musulmán) en su escenario histórico, a diferencia de lo sucedido en el resto de las coronas de Aragón y Castilla, donde proliferaron estos conversos. Poco antes de la expulsión, en 1609, el jesuita Pere Gil decía de los moriscos catalanes que "son pochs i bons cristians i habitan en la ribera del Ebro". Según los datos de Lapeyre, podemos evaluar el total de casas moriscas en Cataluña, en 1645 con un global de 5.144 moriscos repartido en un total de 16 lugares situados en los valles del Ebro y del Segre mayoritariamente. Los pueblos con más moriscos fueron Ascó, Aitona, Alcanar, Serós y Miravet. Ciertamente, el número de moriscos había crecido en Cataluña a lo largo del siglo XVI. Los hogares moriscos representaban tan sólo un 2% de los de todo el principado de Cataluña. La actividad básica de estos moriscos fue la agricultura complementada por la ganadería y la alfarería.
A diferencia de los moriscos valencianos, la actitud de los moriscos catalanes fue mucho más propicia a la integración, lo que repercutió como veremos en el tratamiento que se les daría en la expulsión. En la visita que el obispo don Gaspar Fuster hizo a su diócesis tortosina, se refería a los moriscos de Tortosa, Benissanet, Ascó y Ribarroja como "moros, quasi como los de Valencia, aunque algo más disimulados", y a los de Tirenys, Benifallet, Mera, Tivissa y Garcia como "los más, cristianos viejos y lo nuevos no tienen resabio ninguno de moros". Es significativo que, a ese respecto, de 1580 a 1614 sólo fueron procesados por la Inquisición valenciana (que era el tribunal que tenía jurisdicción sobre Tortosa), 12 moriscos catalanes. El tribunal de Barcelona, por su parte, de 1561 a 1614, procesó a un total de 80 moriscos de los que sólo 13 eran catalanes. De estos 80, un buen número (24 exactamente) eran procedentes de otros lugares de España (generalmente valencianos) que intentaban emigrar utilizando el Principado como paso natural. Las penas impuestas por la Inquisición a los moriscos fueron suaves. Antes de 1614 no hubo ni un solo condenado a muerte (relajado el brazo secular) en persona.
El 22 de septiembre de 1609, el virrey de Valencia, Luis Carrillo de Toledo, marqués de Caracena, dictaba la orden de expulsión de los moriscos valencianos que el rey había promulgado ya el 4 de agosto. La orden de expulsión de los moriscos catalanes la firmó Felipe III en Valladolid el 17 de abril de 1610, el mismo día que los aragoneses y siete meses después que los valencianos. La orden se publicó simultáneamente en Barcelona y Zaragoza el 29 de mayo de 1610.
Pero, a diferencia de lo acaecido en Aragón y Valencia, en Cataluña se excluía de la expulsión a los cónyuges de matrimonios mixtos, así como a sus descendientes; a los esclavos musulmanes así como a sus esposas o esposos, siempre y cuando fueran descendientes de cristianos viejos; y a los descendientes de cristianos viejos por línea masculina, así como sus familiares directos. De hecho, todavía quedaron en el Principado, después de la expulsión de 3.566 moriscos, 1.578. Esta diferencia en el tratamiento de los moriscos catalanes se debe a sus peculiares caracteres de menos resabio de moros. La encuesta del obispo de Tortosa, don Pedro Manrique, elaborada en 1610, apoyó el criterio de autorizar a parte de los moriscos a quedarse. La situación, sin embargo, no era lo rosácea que parece a través de estos informes previos a la expulsión.
En octubre de 1611, tras una protesta, se encargó una encuesta al doctor Pere Joan Hortolà para detectar la situación de los moriscos que se habían quedado. Su informe fue rotundamente negativo. Demostró la inexistencia de diferencias entre los moriscos expulsos y los no expulsos; defendió la idea de que las informaciones de que se sirvieron para demostrar su cristianismo fueron compradas, participando en esta corrupción clérigos de Tortosa; y denunció por último el retorno de muchos moriscos que formaban parte de las cuadrillas de bandoleros, tales como Gerónimo Exero y Pedro Mora, que pertenecía a la cuadrilla de Lorenzo Clua. Tras propugnarse una nueva expulsión, se desechará la idea promoviendo sólo la expulsión de los retornados y el traslado de los moriscos sospechosos a lugares con garantía de moriscos cristianizados, “para que tomaren exemplo”.
Los señores de moriscos heredaron los bienes inmuebles y las obligaciones --deudas-- de sus vasallos. De igual forma, el real patrimonio heredó los de los moriscos avecindados en los lugares de realengo. Ahora bien, al restringirse la aplicación del derecho de expulsión, Felipe III ordenó la devolución de los bienes secuestrados a los moriscos a los que se había autorizado a permanecer en el Principado.
La familia morisca de mayor poder económico fue la Caixí, con propiedades valoradas en más de 45.000 reales. Los moriscos catalanes se establecerían en el norte de África, sobre todo en Túnez, donde fundarían pueblos nuevos como Al-Alia, cerca de Bicertat, donde hoy subsisten todavía apellidos catalanes. Las consecuencias de la expulsión de los moriscos en Cataluña, tanto por su escaso relieve demográfico --compárese la cifra de los 3.566 moriscos expulsados de Cataluña con los 117.464 de Valencia (170.000, según Reglà) ó 60.818 de Aragón-- como por su significación económica, estuvieron muy lejos de la trascendencia que la expulsión tuvo en el Reino de Valencia. La Cataluña morisca fue ciertamente una pequeña isla en el conjunto total de la sociedad catalana.