Solo la antropología cultural con la ayuda de la psicología de masas podrá un día explicar la pasión que han desarrollado los secesionistas por juntarse, exhibirse y manifestarse, siempre uniformados con la camiseta correspondiente de la Diada, repitiendo proclamas habituales, en grandes demostraciones de fuerza, en un ambiente alegre y familiar, tanto si la independencia parece estar a la vuelta de la esquina como si ha dejado de tener fecha en el calendario. En el fondo es algo prepolítico, fundado en un sentimiento comunitario, casi religioso, que se alimenta de grandes sueños y promesas, grandilocuentes desafíos y no pocos resentimientos cultivados durante años. Es como un bautizo en la fe que se renueva al final del verano pese a las incoherencias y contradicciones de sus líderes, partidos y guías. La festividad de la jornada, el ambiente laboral a medio gas de la primera quincena de septiembre y el final de las vacaciones escolares, todo ayuda para juntar multitudes, que en gran parte llegan de fuera de Barcelona dispuestas a tomar la capital luciendo todo tipo de símbolos. Este año no más de 250.000 personas en la Diagonal, según los cálculos más fiables. Solo un tercio de cuando alcanzó su apoteosis en 2014, aunque esa sigue siendo una cifra enorme, que la Guardia Urbana ha multiplicado nuevamente con generosidad hasta el mítico millón.
En realidad, hay que dejar de pensar en la Diada independentista como una manifestación política al uso, pues se ha convertido básicamente en un ritual de confirmación y adhesión a la causa secesionista en general. Que tanta gente siga participando de algo así subraya su gran fuerza emocional pero también que el equívoco entre realidad y ficción (la disonancia cognitiva, que llaman los expertos) alcanza a las grandes multitudes independentistas. Políticamente la incoherencia es absoluta: en una misma frase sus líderes llaman a implementar el mandato del 1-O y a exigir la celebración de un referéndum pactado con el Estado español. Todo puede ser igualmente aplaudido. Que ayer por la mañana fuera noticia la perogrullada de Elisenda Paluzie, presidenta de la ANC, de que “Cataluña no es una república”, ya lo dice todo sobre el clima de deliberada confusión que han ido creando ciertos discursos.
Que el diputado de ERC, Gabriel Rufián, cuyas surrealistas afirmaciones sobre la inevitabilidad de la secesión podrían llenar un libro, diga ahora que ha llegado el momento de “pinchar el independentismo mágico”, o que su compañero de escaño, el veterano Joan Tardà, llamé “estúpidos” a los que pretendan imponer la unilateralidad, no deja de ser chocante. Políticamente es un cambio positivo pero muestra el engaño que han practicado durante años hacia su parroquia. Otro tanto se puede decir de Oriol Junqueras cuando ahora reconoce en una entrevista escrita para TV3 que “no hay atajos para alcanzar la independencia sin un referéndum pactado”. Y todo ello se dice sin ningún atisbo de autocrítica.
Por su parte, el president Quim Torra insinuaba hace unos días que podía abrir las cárceles si los presos no logran una sentencia absolutoria, pero ayer mismo reconoció ante los corresponsales internacionales que no podía hacerlo. También insiste en que está dispuesto a llegar tan lejos como Carles Puigdemont, sin que se sepa muy bien qué quiere decir, más allá de acabar también fugado en Waterloo. En su mensaje institucional por la Diada, afirmó que el compromiso de su Govern era hacer “efectiva la república” porque “es factible concretar el mandato del 1-O”; una nueva alusión a la desobediencia que ya días antes Elsa Artadi, la portavoz, había explicado que era solo “una forma política de hablar”. La incoherencia de los independentistas es monumental se mire por donde se mire, tanto en ERC como en JxCat, sin que ello afecte al ritual de movilización de la Diada, cuya fuerza tras el patético papel de sus líderes en el otoño pasado no deja de ser sorprendente. La confusión entre sueño y realidad después de tantos años de procés no es exclusiva de los políticos. Es siempre la adicción preferida de las grandes multitudes.