La desaceleración de la economía española es un hecho. El pasado año, el PIB creció una media del 3% y es probable que en el actual ejercicio lo haga un 2,7%, una magnitud equivalente a la observada en términos interanuales en su segundo trimestre. Dicha previsión ha conducido a algunos economistas a augurar el final del actual ciclo expansivo y a los políticos de la derecha a culpabilizar al nuevo Gobierno del PSOE del menor crecimiento.
En base al anterior contexto, el presente artículo tiene un triple objetivo: explicar las causas de la desaceleración económica, analizar si el pesimismo de algunos colegas está sustentado en hechos o tendencias objetivas y evaluar si el cambio de gobierno está siendo positivo o negativo para la economía del país.
Los datos disponibles en el INE nos indican tres culpables: el gasto de las familias, las exportaciones y las importaciones. Las cifras de contabilidad trimestral proporcionadas por la AIREF nos añaden un cuarto: Cataluña.
Entre 2015 y 2017, y a diferencia del anterior ciclo expansivo, el consumo privado creció por debajo del PIB. Así, mientras éste lo hacía a un promedio anual del 3,3%, aquél solo alcanzaba el 2,5%. En el segundo período de 2018, su ritmo de crecimiento bajó al 2,2% anual y en términos trimestrales pasó de aumentar un 0,7% a únicamente hacerlo el 0,2%. Para algunos economistas, este último dato constituye un gran motivo de alarma.
El gasto de las familias crece por debajo del PIB debido al modelo de crecimiento económico instaurado por el PP. Tenía como base un escaso aumento de los salarios que permitiera impulsar la competitividad de las empresas y lograra un gran crecimiento de las exportaciones y el empleo.
A pesar de aquél, en los años previos, la caída constante de la tasa de ahorro de las familias (alcanzó el mínimo histórico del 4,9% en el último trimestre de 2017) y el gran aumento de los créditos a corto plazo hicieron que el consumo privado creciera a un ritmo moderado. No obstante, dicho crecimiento era difícil mantenerlo. El pasado año constituye un magnífico ejemplo: sus rentas aumentaron en 14.000 millones de euros y el gasto en 25.000 millones.
En dicha coyuntura, el nuevo modelo del PSOE, que tiene como uno de sus objetivos el incremento del poder adquisitivo de los salarios, puede ser la solución a la actual atonía del gasto de las familias. Las medidas a adoptar deberían ser la derogación de la reforma laboral del PP, una elevada subida anual del salario mínimo durante varios ejercicios, una moderada ganancia del poder adquisitivo de los funcionarios y el aumento del empleo en el sector público.
Entre 2015 y 2017, las exportaciones crecieron a un promedio anual del 4,9%. En el último trimestre del pasado año lo hicieron al 4,4% y en el segundo del actual al 1,2%. Su abrupta desaceleración es consecuencia del menor crecimiento de la Unión Europea y del casi estancamiento de los ingresos generados por el turismo extranjero. El primer factor es coyuntural; el segundo, si no vuelve la inestabilidad a Turquía y al Mediterráneo Sur, tiene un carácter más estructural. Por tanto, en los próximos años será muy difícil conseguir un aumento del gasto de los visitantes foráneos similar al logrado en el pasado ejercicio (un 12,4%).
En el segundo trimestre del 2018, las importaciones aumentaron un 2,1% anual. Un resultado aparentemente satisfactorio, dado que restan en el PIB, si lo comparamos con el crecimiento promedio del 4,6% durante el período 2015-17. No obstante, excesivamente elevado para un gasto de las familias en progresiva desaceleración (aumento del 0,2% trimestral). Una característica principalmente explicado por el incremento del precio del petróleo. Entre julio de 2017 y junio de 2018, el barril Brent aumentó un 65,9%. Un aumento que dudo mucho que se repita en cualquiera de los siguientes años.
Según la AIREF, en el tercer trimestre de 2017, el PIB catalán crecía al 3,5%. En cambio, en el segundo del actual año solo a un 2,5%. Debido a la inestabilidad política y a la incertidumbre económica, ha pasado de aumentar notoriamente por encima de la media española a hacerlo un poco por debajo de ella. Una reducción que ha supuesto prácticamente el 50% del crecimiento (casi dos de las cuatro décimas) perdido por España en el período analizado, pues Cataluña representa el 19% del PIB del país.
Desde mi perspectiva, no hay ningún motivo de alarma ni ninguna tendencia que prediga la llegada de una nueva crisis. Ni el precio del petróleo seguirá subiendo ni a corto plazo lo harán significativamente los tipos de interés. El país no vive por encima de las posibilidades, tal y como sucedía en 2007, sino por debajo. A finales de 2018, la economía seguirá estando en una fase expansiva y la desaceleración padecida será principalmente consecuencia de un modelo de crecimiento agotado y de una coyuntura internacional menos favorable. En 2019, el crecimiento del PIB probablemente supere al del actual año.
De ningún modo, la culpa de ella la tiene el nuevo Gobierno. Sus medidas, si finalmente dispone de la mayoría parlamentaria necesaria para adoptarlas, no tendrán efectos macroeconómicos significativos hasta el próximo verano. Además, el cambio de modelo previsto me parece un acierto tanto desde una perspectiva económica como social. Finalmente, la desaceleración observada en 2018 será probablemente de una magnitud idéntica a la de 2017 (un 0,3%). Entonces, ¿por qué el pesimismo no apareció ya durante el pasado año? La respuesta adecuada no está en la coyuntura económica sino en la política.