¿Te acuerdas de aquellos intelectuales nuestros de estar por casa, típicamente hispanos, típicamente provincianos, generalmente de izquierdas, que ante la enésima prueba de lo cateta, primitiva, inculta, bárbara que es la gente de este país, se desesperaban? “¡Qué país! No, te aseguro, yo me hago francés!”, decían. O bien: “¡dan ganas de hacerse inglés!”; dando por descontado que ellos, cultos, finos, leídos, sensibles, tolerantes, serían recibidos con los brazos abiertos en Francia, en Gran Bretaña, donde de inmediato, qué duda cabía, se les concedería la nacionalidad y se les asignaría un sueldo que les permitiría vivir y predicar y una vivienda cómoda. Estos soñadores de patrias más gratas se imaginaban viviendo en París, pero no en un HLM de extrarradio ni en una villamiseria entre inmigrantes y lumpen, sino en el XVI arrondissement, o en el VII, alternando, a lo mejor, con Patrick Modiano o con Françoise Hardy, en fin, con tout ce qu’il y a de chic, acaso rechazando alguna invitación a ingresar en la Academie Française, cuyos miembros son llamados immortels. Sus libros serían por fin comprendidos y valorados por una intelligentsia exquisita y se venderían como rosquillas… Pero luego despertaban de esos ensueños europeos y, ay, resulta que por más que les apeteciera no se habían hecho franceses, ni ingleses, sino que seguían siendo sólo españoles: espagnol, petites fesses, grande bagnole…
“¡No, te aseguro! ¡Yo me hago francés!”
No sé por qué recordaba esto yo el otro día cuando el presidente de la Generalitat, Quim Torra, se paseaba por la asamblea del PDeCAT llevando una foto de Winston Churchill ostensiblemente asomada del bolsillo de la chaqueta, bien visible.
¿Quizá porque la infinita distancia que separaba a aquellos intelectuales de sus anhelados París o Londres es tan grande como la que separa a un estadista europeo como Churchill de… de Torra, y porque las pretensiones de aquellos intelectuales de empadronarse en distinguidos escenarios europeos eran tan patéticas como las de “el Le Pen español” (Pedro Sánchez dixit), de tener algo que ver, aunque sea remotamente, con Churchill?
Pensé que puestos a encomendarse a líderes extranjeros, y teniendo en cuenta los escalofriantes escritos de Quim ratafía Torra, y la erosión de la democracia que el nacionalismo catalán ha operado desde dentro, de manera que los intelectuales desafectos no pueden celebrar en la universidad ni siquiera una charla sobre el Quijote sin que las juventudes fascistas revienten el acto, ante la pasividad del rector; ni la jefa de la oposición, la señora Arrimadas, puede visitar un pueblo sin que la turba acose su comitiva; ni un medio disidente como Crónica Global pueda publicar ciertas verdades sin sufrir las agresiones físicas de las SA locales, que firman su delito y se jactan de él impunemente porque la policía mira hacia otro lado; donde el Parlamento viola sus propias leyes para dar un golpe de Estado; donde se reúnen con cierta frecuencia las masas en obedientes demostraciones multitudinarias de apoyo al líder; donde los medios de comunicación están sobornados por el Ejecutivo; donde se alienta la delación y el escrache; donde las sedes de los partidos insumisos son continuamente bombardeados con basura y excrementos; donde se practica el bullying a través de las redes sociales contra los tibios; donde se adoctrina a los niños desde el parvulario a la universidad… En fin, teniendo en cuenta la calidad de la democracia en Cataluña en el año 2018, acaso hubiera sido más coherente que el señor Torra llevase en el bolsillo una foto de Hitler, o si Hitler le parece demasiado desagradable, la de Erdogan, en vez de la de Churchill.
Pero es que Churchill les encanta a nuestros totalitarios, está visto. La Fundació Catalunya Oberta, donde se forman generaciones de clérigos en el supremacismo, le levantó una estatua en Mitre-Vía Augusta. Los líderes del Movimiento Nacional, empezando por Pujol, le citan y veneran, acaso creyendo que así a lo mejor se les pega algo de su grandeza, de su coraje, de su buena suerte y de su victoria ante la adversidad. Pero la distancia entre el británico y la panda del 3% es la misma que separa a un gigante de un enano y no hay humana manera de salvar la que hay entre el premio Nobel de Literatura que ganó Churchill por sus memorias de la Segunda Guerra Mundial y los artículos rebosantes de odio y de necedad de Torra en el panfleto Avui.
El famoso, el conmovedor “We shall never surrender” de 1940, grandioso, entre otros motivos, porque anunciaba honestamente a su pueblo una larga temporada de sacrificios horrorosos, no pueden invocarlo decentemente los embusteros que han hecho de la retórica engañosa, de la ambigüedad y de las promesas de duros a cuatro pesetas su señal de identidad política; pero aun así lo han invocado Junqueras en el 2016, Puigdemont en el 18, y no recuerdo si también Marta Rovira daba saltitos lloriqueando y repitiendo el mantra de “No ens rendirem mai” antes de darse a la fuga.
Si Churchill se levantase de la tumba y se enterase de cómo le invocan en vano éstos de la panda de la ratafía… no creo que les cruzase la cara con la fusta que llevaba cuando cabalgaba en la guerra de los Boers. No se tomaría la molestia. Creo que sólo les volvería la espalda desdeñosamente. Así que seré yo quien os lo diga, ratafíos: sacad vuestras sucias manos de Churchill.