El 2 de mayo de 1808, en Madrid, constituye un hito histórico trascendental. Todo empezó aquel lunes con el tumulto generado en los alrededores del Palacio Real por el presunto traslado de los infantes de la Casa Real (especialmente Francisco de Paula, de 14 años) a Bayona. La agitación liderada por el antiguo cerrajero real, José Blas Molina, degeneró en revuelta contra August Legrange, el ayudante de Murat. En el enfrentamiento inicial murieron 10 personas. La revuelta urbana estalló en las calles próximas a la Puerta del Sol. Los líderes fueron el capitán sevillano de artillería, Luis Daoiz, de 41 años, el también capitán santanderino Pedro Velarde, y el teniente de infantería Jacinto Ruiz de Mendoza, ceutí. Los dos primeros murieron en el choque con el ejército francés; el último, unos días más tarde en Badajoz.
Las cifras de muertos han sido muy distintas, según el relato fuera francés o español. Murat tendió a considerar que se trató de un incidente con muy pocos muertos franceses. La épica francesa llegó a cifrar los muertos españoles en 12.000 de los 200.000 habitantes que tenía entonces Madrid. Fraser cuantifica los muertos en la refriega en 250, con unos 125 ejecutados en los días siguientes, cifras probablemente próximas a la realidad. Los hechos del 2 de Mayo precedieron a las abdicaciones de Bayona. Represión y usurpación se confundieron. El mito del 2 de mayo como levantamiento contra Francia creció pronto. Uno de los intelectuales que primero recomendará la celebración del 2 de Mayo como fiesta nacional es el catalán Antoni de Capmany.
El 2 de mayo tuvo una estela de levantamientos de muy distinto perfil en muchas ciudades españolas. Ha sido un tanto olvidado el levantamiento antifrancés de Barcelona, un año después del 2 de Mayo. Se conoce como la conspiración del día de la Ascensión. A lo largo de unos meses se coció en Barcelona una corriente antifrancesa que se tenía que concretar a las doce de la noche del 12 de mayo de 1809. Supuestamente estaban comprometidos unos 7.000 barceloneses con complicidad de los comandantes de Montjuïc y las Atarazanas. Se contaba con la colaboración de algunos de los capitanes italianos del ejército napoleónico, Dottori y Provana. Se creía que una vez tomada la fortaleza de Montjuïc se daría una señal tras la cual se iniciaría el motín. La delación de Provana permitió las detenciones de los organizadores.
Los principales instigadores fueron el comerciante Salvador Aulet, corredor de cambios, y el funcionario de Hacienda Juan Massana junto al cura párroco de la Ciudadela Joaquim Pou, Joan Gallifa, clérigo regular teatino que había nacido en Sant Boi de Lluçanès el 22 de febrero de 1725, y José Navarro (subteniente del Regimiento de Soria). Al fallar los presuntos colaboradores, la acción de los miquelets del Llobregat se vino abajo. El 2 de junio fueron encausados por un tribunal militar 18 responsables de la operación. Junto a los citados fueron procesados un portero de la Lonja, un fabricante de naipes, dos carreteros, un carpintero, un dorador, un herrero, dos franciscanos, dos capuchinos y dos presbíteros del oratorio de San Felipe Neri. Artesanado y clero constituyen la alianza fundamental en la revuelta contra Napoleón. Hubo cinco penas de muerte. Los sacerdotes Joaquim Pou y Joan Gallifa serían ejecutados un día después, así como tres más ahorcados (Massana, Aulet y Navarro). La represión continuaría y el 27 serían ahorcados el carpintero Ramón Mas, el espartero Julián Portet y el cerrajero Pedro Lastortras, que habían intentado impedir las ejecuciones. La ciudad de Barcelona estaba ocupada militarmente desde febrero de 1808. El general francés Duchesne y su hombre de confianza, el jefe de policía, el general Lechi, tenían fama de notable capacidad de corrupción con colaboraciones locales de personajes bastante siniestros como Ramón Casanovas. La amante de Lechi era conocida como Madame Ruga y tenía fama de prostituta generosa. La dura represión le acabó costando a esta cúpula militar su sustitución por el general Augereau.
En 1909 se formó una Comisión de Homenaje a los Mártires, que encargó al arquitecto Augusto Font un panteón en la capilla de la catedral, donde se trasladaron los restos de los ocho ejecutados. La dictadura de Primo de Rivera estimuló la memoria de los sublevados y asesinados. Se proyectó un conjunto monumental que se ubicaría en la plaza Garriga, frente a la puerta del claustro de la catedral de Barcelona. El grupo escultórico de Jordi Llimona sería inaugurado en 1941.
La crónica de Ramón Ferrer i Tolrà (últimamente editada por Antoni Moliner) sobre la guerra de la independencia en Cataluña constituye la mejor fuente para el conocimiento de aquel mayo de 1809 en Barcelona. El otro mayo de la guerra de Independencia, o tan púdicamente llamada en Cataluña, Guerra del Francés.