Juan Claudio de Ramón Jacob-Ernst (Madrid, 1982) es diplomático y trabaja como primer secretario de la Embajada de España ante Italia en Roma. Gran conversador, aunque le gusta más preguntar que contestar, asegura en una entrevista en Crónica Global que ya no debemos aferrarnos a las identidades, en un estado democrático de derecho en el que lo importante son los valores compartidos. Señala que España tiene una buena imagen internacional y que, por tanto, "la idea de una España-cárcel sencillamente no tiene venta posible en personas mínimamente informadas". Desde su convencimiento de que el problema catalán está muy relacionado con la lengua, señala que se debe insistir en que "España tiene una lengua común, pero no tiene una lengua nacional, y que por tanto su nación no puede identificarse con una única lengua".
—Pregunta. ¿Lo que ha pasado en Cataluña demuestra que la idea de 'un sol poble' no era cierta, que han coexistido dos comunidades?
—Respuesta. La historia ha hecho de Cataluña una sociedad etnolingüísticamente compleja, con raíces autóctonas y de otras zonas de España. Lo ideal es que haya una sociedad cohesionada. Y que esas líneas de fractura se difuminen o desaparezcan a través de la mezcla. Lo que pasa es que los estudios dicen que eso no ha pasado, que el catalanismo no ha integrado tanto como pregonaba. A mí, particularmente, la consigna de un sol poble no me gusta. Tiene ecos de otras consignas que proliferaron en dictaduras. Pero si lo que se trata es de tener una sociedad cohesionada, me parece estupendo. Lo que pasa es que eso no se consigue decretando la subordinación de una identidad a otra, sino conjugándolas en libertad y sin coacciones.
—Volvemos a la idea de pacto interno, entonces.
—Claro. Y no nos engañemos, volvemos también a la cuestión de la lengua, porque lo que está detrás la consigna, un sol poble, es una sola llengua y eso no puede ser, o no puede ser al menos en una sociedad democrática y pluralista. Si España acepta ser un Estado plurilingüe –y desde 1978 lo es en creciente medida–, entonces Cataluña tiene que ser una comunidad bilingüe. Seguramente a un lado y a otro hay gente que querría que las cosas fueran más sencillas pero no hay otra.
—Usted ha trabajado durante unos años en Canadá. ¿Qué lecciones debemos tomar?
—Canadá es el único otro país democrático occidental que se ha enfrentado a un intento de separación política de raíz cultural, y si se ha superado, y yo creo que lo han superado, debemos entender cómo lo han hecho. Y siento repetirme, pero la razón es que, en los años 60, cuando se encontraron con el problema, vieron que la base de todo era la lengua, y solucionaron esa cuestión con el bilingüismo federal y con los derechos lingüísticos que Pierre Trudeau se encargó de que quedaran grabados en la Constitución de 1982, y que en la práctica protegían a la minoría francófona en Canadá y a la anglófona en Quebec. Luego, navegaron la tormenta, con dos referéndums, pero las bases de la solución se pusieron antes. No podemos importar sin más el modelo, porque nosotros tenemos cuatro lenguas, pero sí nos podemos inspirar en filosofía lingüística. Mucho mejor eso, por cierto, que el reconocimiento de singularidades o la implantación de asimetrías agravadas, algo a lo que siempre se opuso Trudeau, de forma vehemente, diciendo que Canadá no podía ser una confederación de asuntos comerciales y que era necesario que hubiera una identidad federal compartida.
—¿Se puede construir realmente la nación española, de forma integradora, hasta tal punto que se pase página a la idea de nación catalana?
—Todas las naciones son constructos. No hay naciones naturales, prejurídicas. Esto es una ventaja, porque, dentro de algunas limitaciones, podemos darles forma y mejorarlas para hacerlas más inclusivas. Y yo creo que, si la nación española se desprende de cualquier resabio castellano-céntrico que le quede, que alguno le queda, puede ser una nación política en la que se sientan cómodos todos los españoles, con independencia de cual sea su lengua. Siempre digo que es mejor idea una nación plurilingüe que un Estado plurinacional (que no sería más que una serie de uniformidades yuxtapuestas) pero también digo, y esto es algo que en Madrid a veces no se entiende, que España tiene una lengua común, pero no tiene una lengua nacional, y que por tanto su nación no puede identificarse con una única lengua.
—El independentismo, para defenderse de los reproches, señala que si estás en contra de su proyecto es que eres un nacionalista español. ¿Ha existido el nacionalismo español en todos los años de democracia?
—El nacionalismo español de corte romántico, etnolingüística, identificado con una sola tradición, la expresada en lengua castellana, excluyente, paranoico y falto de sensibilidad con las otras culturas de nuestro país, eso no existe, no existe al menos políticamente articulado y si existe es tan minoritario que no tiene ninguna relevancia. Los bajísimos índices de xenofobia en nuestro país lo demuestran. Hay gente que se pasa la vida profetizando su vuelta y espero que no vean sus plegarias atendidas.
—Usted es diplomático. España, en el concierto internacional, ¿dónde se posiciona? ¿Es una democracia con grandes lagunas como explica el independentismo o un estado que está entre los punteros del mundo?
—Sin duda entre las grandes democracias del mundo. Imperfecta, como toda democracia, pero a la altura de las mejores. Lo dicen todos los indicadores objetivos, que nos sitúan siempre en los primeros puestos de calidad democrática. Uno de los hándicaps estratégicos de los independentistas ha sido dar por supuesto que el mundo compartía con ellos la pésima opinión que ellos tienen de España, y que en el momento de la verdad la comunidad internacional iba a reaccionar dando la espalda al Gobierno. Pero eso no es cierto, España tiene buena imagen en el exterior, y aunque la campaña de propaganda del soberanismo haya confundido a parte de la opinión pública, lo cierto es que existe un caudal de simpatía hacia nuestro país nada desdeñable. La gente nos conoce, ha visitado nuestro país y le ha gustado lo que ha visto. La idea de una España-cárcel sencillamente no tiene venta posible en personas mínimamente informadas.