No hay como tomar dos tazas de algo para apreciar su sabor. Ocurre con la sopa, el ajoblanco, el consomé --ese entrante que tanto gustaba a nuestros abuelos-- y con los nacionalismos de las Españas, que ya no se conforman con condicionar la política doméstica, sino que aspiran a exportar la desazón identitaria. Esta última semana se ha oficializado el próximo desafío al Estado que el infatigable aldeanismo de parroquia tiene previsto consumar durante los próximos dos años. Ocurrió en Vitoria, sede de la autonomía vasca, donde la mayoría formada por el PNV y Bildu, siguiendo al pie de la letra el modelo transversal del soberanismo catalán, ha iniciado el camino que, según la retórica de los sacerdotes de la patria, debe conducir a Euskadi desde el autonomismo a la independencia. Agárrense, que vienen curvas.
Los nacionalistas vascos, que dejaron caer a Rajoy sin perder ni un euro del privilegiado concierto económico, y que han jugado un inquietante papel de mediación en la algarada de Puigdemont y Cía, se unen al carro contra la democracia española. Fieles a su nuevo estilo, lo hacen con otra actitud: de momento no piensan saltarse la ley; les basta y sobra con fabricar una a la medida de sus deseos para que Madrid termine validando una buena parte de sus demandas, que básicamente consisten en seguir birlándonos la cartera a todos. Los peneuvistas y los batasunos, cuyas relaciones históricas han sido la de dos hermanos gemelos, van a aprobar en breve un Estatuto de corte soberanista que definirá a Euskadi como una nación, impondrá a su sociedad un derecho de autodeterminación que sólo van a disfrutar sus promotores y ensayará una suerte de Primero de Octubre vasco, pero sin asumir los riesgos de los padres intelectuales del prusés catalán.
No hay que extrañarse: tras el golpe de Estado en Cataluña sólo hacía falta sentarse a esperar a que los patriotas de Gernika proclamaran su ADN diferencial y se incorporaran al coro de quienes pretenden quebrar el modelo de Estado sin que los españoles tengamos ni voz ni voto en esta vaina. Verdaderamente, nuestras tribus son un encanto. ¿Qué es lo que piden los nacionalistas vascos? Básicamente una independencia figurada --la efectiva vendría sola-- que desliga la ciudadanía de la nacionalidad y, aprovechando la cabriola, se queda con las cotizaciones sociales y empresariales de lo que llaman su territorio, siendo el de todos.
Por supuesto, igual que los cerebros del prusés, desean vestir el muñeco de su utopía con una consulta popular --donde sólo votarán quienes ellos quieran-- e internacionalizar su causa con representación propia, al margen de España, en las instituciones europeas para que no se produzcan fugas de empresas ni incertidumbres financieras. Los nacionalistas vascos son nacionalistas, pero no estúpidos, cosa que no puede decirse con seguridad de los héroes del prusés. Euskadi acomete la vía soberanista aprovechando la fragilidad del Gobierno socialista --sin mayoría en el Congreso y en minoría en el Senado-- y con el señuelo de la confederación, una réplica de la célebre Comunidad de Estados Independientes (CEI) que se inventó Yeltsin entre la debacle de la Unión Soviética y el resurgimiento de la Gran Rusia.
Que Euskadi es una cultura con identidad no lo discute nadie, aunque su supuesto carácter diferencial sea bastante más difuso: resucitar la lengua de los caseríos no ha impedido que los vascos sean igual de vulgares que el resto de los españoles. Lo que resulta asombroso es que, desde instituciones financiadas con el dinero de los impuestos de todos, se postule, a sabiendas de su inconstitucionalidad, la preeminencia de la “voluntad colectiva de Euskadi” sin considerar sus efectos sobre la libertad de los españoles. El programa soberanista de PNV y Bildu es una réplica del Plan Ibarretxe, pero sin ETA. No es precisamente un panorama estimulante, aunque los nacionalistas disfracen sus pretensiones --que son las de siempre-- bajo eufemismos y menos dramaturgia que los indepes catalanes.
¿Cómo hará frente el Gobierno de Sánchez a este segundo ataque de los nacionalistas alterados? Es un absoluto misterio. El PSE, que colabora en Vitoria con Urkullu, de momento se ha distanciado de los planteamientos soberanistas, pero sólo de cara a la galería porque no han roto la cohabitación con el PNV. Dada la facilidad con la que el presidente del Gobierno cede a los nacionalistas, todo indica que el prusés vasco incrementará la inestabilidad política sin que nos hayamos librado del tostón catalanufo.
El cortoplacismo, que es la verdadera pesadilla de nuestra política, explica la anomalía de que un país como España, con problemas sociales básicos sin solucionar, se ocupe a contentar a sus tribus del Norte mientras el resto de la población paga los gastos del circo. Los padres de la Constitución deberían haberlo previsto: si le das capacidad de decisión a un nacionalista lo que haces no es construir la concordia, sino validar el victimismo y malvender la generosidad de toda la sociedad. Seguramente no se trata de nada personal. Sólo es su negocio. Y nuestra ruina colectiva.