Después de año y medio de incomunicación total, el presidente del Gobierno español y el de la Generalitat se reúnen este lunes en la Moncloa. Pero los dos interlocutores son distintos, Pedro Sánchez en el Gobierno y Quim Torra en el Govern. La última reunión conocida entre Mariano Rajoy y Carles Puigdemont, los antecesores, se produjo en enero de 2017 en la Moncloa y fue en secreto --se conoció un mes después--, y después solo hubo un saludo en la inauguración del Salón del Automóvil en Barcelona y una cumbre presidida por los dos dirigentes con motivo de los atentados yihadistas de agosto en la capital catalana.

Posteriormente, la ruptura fue absoluta, provocada por la aprobación irregular en el Parlament de las leyes de desconexión el 6 y 7 de septiembre, el referéndum del 1-O, la declaración unilateral de independencia (DUI) del 27 de octubre y la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

Ante la reunión de mañana, el Govern y los partidos independentistas siguen jugando de farol, pero, como ahora ya se les ha visto el juego y hasta ha sido reconocido por la exconsellera Clara Ponsatí, entre otros, están obligados a repartir de nuevo las cartas y a moderar la apuesta.

Juegan de farol cuando siguen hablando de la vía hacia independencia, de la “implementación” de la República y de que la prioridad absoluta es el “derecho de autodeterminación”, mientras algunos intelectuales soberanistas vuelven a fantasear con que la Cataluña independiente está a punto y llegará este año o el próximo. Pero moderan la apuesta cuando Torra acepta que “hablar de todo” con Sánchez, incluido el referéndum de autodeterminación, es un gran gesto porque sabe que el presidente del Gobierno le escuchará, pero no va a admitir en ningún caso la celebración de la consulta. La invitación, antes de reunirse, de Torra a Sánchez para entrevistarse en el Palau de la Generalitat en septiembre indica asimismo que la voluntad de distender el ambiente no depende de los resultados efectivos de este primer contacto.

Juegan de farol cuando votan, frente a la advertencia de los letrados del Parlament, la resolución de la CUP que recupera, con matices, la declaración rupturista y de desobediencia aprobada por el Parlament el 9-N de 2015, pero moderan la apuesta cuando introducen en el texto el adjetivo “políticos” para referirse a los objetivos que hay que restablecer o cuando el portavoz de ERC deja claro que la aprobación es un mero simbolismo.

Juegan de farol cuando ERC condiciona la elección del nuevo consejo de administración de RTVE a que en la reunión de la Moncloa se “hable de todo”, pero moderan la apuesta cuando una simple declaración de la ministra Meritxell Batet en ese sentido les basta para retirar el veto.

Juegan de farol cuando montan un espectáculo para recibir a los líderes independentistas presos en las cárceles catalanas, con movilizaciones, despliegue de lazos amarillos y carreteras embadurnadas del mismo color, con Torra y el presidente del Parlament, Roger Torrent, presentes en las manifestaciones, y lanzan contundentes afirmaciones de que no pararán hasta que salgan a la calle, pero moderan la apuesta cuando reconocen que ahora las instituciones catalanas se han convertido en los carceleros de los procesados.

Torra sabe que no puede liberar a los presos, como le piden los hiperventilados en las redes sociales, porque Cataluña sería entonces lo más parecido a una república bananera. Sabe que la salida de prisión depende de los jueces, aunque los presos estén ahora bajo la responsabilidad de los servicios penitenciarios de la Generalitat. Y cuando dice que el traslado a cárceles catalanas no es ningún gesto político, sino una obligación legal, con la intención de minimizar la decisión, en el fondo, aunque no repare en ello, le está haciendo un favor a Pedro Sánchez, a quien la derecha está acusando cada día de pagar un precio político a los independentistas por su apoyo en la moción de censura.