Pablo Iglesias salió del Palau embravecido: vamos a desatar un complot para derrocar a la monarquía, entre las fuerzas republicanas españolas y las catalanas. La política se ha hecho tómbola; se trata de ver quién la dice más gorda. Flaquea todo, hasta el turismo, pero los indepes encastillados son los patricios de Sodoma: beben, hablan y fornican alrededor de una mesa. Et la tristesse bordel!
El docto politólogo de la Complutense se ha olvidado de Platón: "El saber no es un don sino una laboriosa conquista". El fundador de la Academia desveló también una inevitable "dimensión erótica" entre maestro y discípulo; y que conste que no me quiero imaginar nada de nada entre estos dos. Iglesias y Torra fueron la extraña pareja en el zaguán de altos ventanales góticos del Palau; nada más verlos, se te ponía el pelo como escarpias. El líder de Podemos visitaba a la retaguardia de todas las retaguardias del planeta (Torra en el Palau modelo catafalco político-pétreo) y nos vendía un pacto catalano-español entre iguales, bilateral. Y además dijo que se lo iba a contar a Sánchez, que se lo chivaría, vamos. "Hombres del porvenir, ya estáis jodidos", recoge Nuccio Ordine sobre el poeta Giuseppe Belli, presbítero, ahumado y cachondo.
¿Qué c... se ha creído que es la izquierda este discípulo de Laclau?: primero el empoderamiento, después el asalto a las instituciones y finalmente (desde las instituciones) el discurso. Nunca pude imaginarme que aquel Vistalegre quedaría en un simple vuelo gallináceo. Si te asomas a la ventana del mundo, Podemos, la fuerza disruptiva de 2015, es hoy un patio de colegio a la hora del bocata. Fue tan, tan tontorrón eso de la reunión en la Generalitat que hasta me pareció un detalle cursi el regalo de Iglesias al president del libro de Manuel Chaves Nogales --¿Qué pasa en Cataluña?--, no por la recopilación del gran periodista en Ahora, en los años de la II República, sino por el toque remolón y tardío del detalle culterano. Venga hombre, déjense de chambergos y toques hipster y pónganse manos a la obra que hay mucho tajo pendiente en la España del 20% de umbral de pobreza. Menos chanzas con el soberanismo catalán del atorrante Torra, que además de no ser progresista es un supremacista de capilla francesa y de abadía (nuestro Frascuelo y sacristía). Hay un mundo de beatería alrededor del president, semejante al de los chamarileros que se hacían con las vestimentas litúrgicas para revenderlos después en el remate de los rastros. La estética Torra se emparenta con el arte bizantino y hasta con el elitismo monacal; está muy lejos de cualquier cosa que suene a libertad, que rompa el molde estilo 68, no el año del Mayo sino el de Malraux, en la Europa laica de la CEE.
Líbrenos señor de juicios facilones. Si imperara el buen gusto, sin necesidad de caer en las aspiraciones ascéticas de Torra y sus amigos respecto a la nación, podríamos revivir lo años, no tan lejanos, del buen gusto. Pero hombre, Iglesias, por favor, si mientras usted pasea sus bondades por los palacios, los de Cs se le están comiendo la tortilla. Rivera va forjando acuerdos transnacionales con Macron y, atención, con Matteo Renzi, líder del Partido Demócrata italiano y exalcalde de Florencia, capital de la Toscana, la del verano inglés. Renzi es la izquierda transversal y posible, después de medio siglo de intentos frustrados, con el compromiso histórico de Berlinguer; el socialismo canijo de Bettino Craxi y el Olivo, última pátina de la economía social de mercado, generada por el sabio Romano Prodi. Claro, Podemos nos diría que Renzi no es de izquierdas y es así como, debatiendo entre el intestino grueso y el delgado, se llega a la inacción, a la política como arma elegante, como lo es la religión para el arte sagrado. Frente a este inmovilismo, la búsqueda de alianzas europeístas es la única forma actual de imponer la obra sobre la imagen; de hacer que la imaginería le gane la partida a la simple imaginación. Pero para llegar ahí es necesario reconocer que uno no tiene toda la razón. Nadie puede poseer totalmente lo más amado sin producir un rechazo. La piedad popular es más humana y digna que cualquier teología. No me cabe ninguna duda: la frustración ante la necesidad de cambiar tantas cosas sin controlar los mecanismo del cambio ha acabado encerrando a Podemos en el puro narcisismo, la fase del espejo.
Las numerosas oportunidades para acceder al mundo institucional han podido menguar las ansias de movilización colectiva y arrinconar a las ideologías llamadas omnicomprensivas. La contrademocracia es a menudo más atractiva que la democracia reglada y basada en el respeto de la ley. Las plataformas vindicativas de la sociedad civil, tradicionalmente alejadas de la política, han vuelto a emparentarse con el poder, como ocurre con la ANC y Òmnium en Cataluña. Vivimos en un mundo que no predica una forma de poder sino que desea, dice, evitar los "abusos", algo comprobable en el actual movimiento de los pensionistas, que cada día abordan la calle. Probablemente, en esto se basa la atracción catalana que siente Iglesias. Él ha descubierto la sopa de ajo en Barcelona. Hoy se encuentra más cómodo entre nosotros que en sus feudos tradicionales, como Vallecas o la Latina, donde se ha discutido su forma de vida familiar, en un chalé, lejos del bullicio.
Digamos que, aquí, la correlación sociedad-política es más rápida y vertical; aunque también es mucho más destructiva. La movilización en las entrañas del entramado societario lleva décadas en Cataluña, un país marcado por las apuestas ideológico-financieras del soberanismo, el modelo de penetración basado en el clientelismo y la subvención. Con su foto fija, Iglesias y Torra quieren ser una amenaza para España. Pero su herejía refuerza la ortodoxia de un poder oscuro, casi teocrático.