La nueva delegada del Gobierno en Cataluña plantará su asta frente a Torra. La socialista Teresa Cunillera no teme el mal fario de los lazos amarillos; ha debutado en los Juegos Mediterráneos, un momento dulce para Tarragona, la ciudadela romana de luz cenital. Y sin embargo, un dulce amargo para quienes aspiramos a un país de primer nivel, como aquel que presentó los Juegos del 92. Hoy de nuevo aparece el rencor, el frío resentimiento de un hombre como Quim Torra, el president dedazo que evita al Rey y que rinde culto al principio solvitur ambulando de Puigdemont, su predecesor.
En 2012, Cunillera se mostró a a favor del derecho a decidir de Cataluña y aseguró el compromiso de su partido, el PSC, para defenderlo. Antes del no rotundo de Iceta, la actual delegada instó al Gobierno de Rajoy a iniciar un diálogo con el Govern, en la línea de acabar celebrando una consulta dentro del marco constitucional. Fue el momento de la guerra PSC-Rubalcaba que acabó dejando el socialismo catalán en mantillas, mucho después de que algunos de sus mejores cuadros hubieran abandonado la cubierta (Toni Castells, Montserrat Tura, etc) saltando al otro lado. Y recordemos que la llorada Carme Chacón dio un paso atrás frente a Meritxell Batet, hoy ministra, pero ayer favorable a un tipo de consulta.
Los entusiastas del mar y los del reseco mal café dividen al país en dos mitades: la Cataluña Ciutat de Prat de la Riba, industrializada, amante del deporte y culta, frente a la nación heliofóbica, que quiere distinguir con la piel lechosa a la gente fina de la República. La primera se ha dado cita en Tarragona; la segunda solo implora y desacata. El verano atrae la ensoñación lejana: Corfú y Cabo Sunión; la noche antorchada del Coliseum; el Partenón sobre la Acrópolis y también el anfiteatro de la antigua Tarraco, la ciudadela que combatió y defendió Escipión, el africano. Los indepes han inventado en el último suspiro que el Estado no ha financiado nada de los Juegos Mediterráneos. ¡Mentira podrida! El Estado ha financiado más de la suma de Generalitat, Ayuntamiento y Diputación. Y los números los tiene el Consejo Superior de Deportes, máxima autoridad en esta materia. Luego, a otro perro con este hueso. Si bien no me cabe ninguna duda de que a Quim Torra, ideólogo de la derecha patriótica y dura, le gustaría una Tarragona sin Rey ni ley, una plaza tomable; así podría quitarle el epíteto a Escipión.
Cunillera vuelve al eterno encaje catalán. Su lenguaje es pertinente cuando estamos en medio de una nueva polémica entre constitucionalistas: los autores del documento Renovar el Pacto Constitucional, más de 20 académicos, que proponen ahondar en el modelo federal y acusan al Tribunal Constitucional de su sentencia contra el Estatut. Y frente a ellos, dos decenas más de ilustres catedráticos que responden con el documento titulado Renovar el Pacto Constitucional, ¿con qué fin? Es decir, la reforma frente a su refutación de plano. El primero es una declaración de intenciones desde el momento en que los Botella, Innerarity, Camps, Pérez Royo o Martínez-Bascuñán cuentan con plataformas mediáticas muy visibles. Los otros (Javier Arenas, Fernández, Sebastián, Fuentes, García Amado, Jiménez Blanco, entre otros) tampoco son mancos. La refriega dialéctica promete. Pero antes de que los sabios deliberen, alguien debería encontrar un remedio casero para tranquilizar a Torra, un president asustado e incapaz de llegar hasta el fondo de sus tropelías ideológicas (afortunadamente). Lo digo por su repentino don de la ubicuidad para pasar desapercibido, meterse después de lleno en la manifestación de la ANC por las calles de Tarragona y acabar con el discurso de que la Generalitat rompe con la Corona y el mismo presi-dedazo abandona la vicepresidencia de la Fundación Princesa de Girona. ¿Y qué? La portavoz del Gobierno, Isabel Celáa, pie de reina, responde rauda: “La Corona no recibe ningún menoscabo, Cataluña sí”. Pese a todo, la tarde del viernes acabó en la tribuna del Nàstic; primero Torra la entregó su Memorial de Agravios a Felipe VI y este se lo pasó al cuarto de la fila (“guárdamelo”). Una comedia de las que utilizan los indepes para emular al Memorial de Valentí Almirall (1885) o al discurso de Cambó ante Alfonso XIII; no saben que ambos fueron civilizados, armoniosos y comprometidos con España. Nada que ver con la ruptura de Yalta inventada en Tarragona.
La señora Cunillera se las verá y deseará en la Delegación del Gobierno, el palacete marmóreo de la calle Mallorca, que un día fue la dirección del Frente de Juventudes, y que en democracia han ocupado socialistas como Martí Jusmet y populares como García Valdecasas o Enric Millo. Cunillera perteneció al equipo de fontaneros de Narcís Serra en la primera etapa de Felipe González. Vivió entornada junto a Miquel Iceta y a las órdenes de Virgilio Zapatero (fue ministro de Relaciones con las Cortes) en el corto otoño-invierno del 82 y en la década de Narcís Serra en la vicepresidencia. Participó del gran momento del Despotismo Ilustrado de los técnicos comerciales del Estado (Boyer, Solchaga, Rojo y otros) y de los letrados, escasos, del viejo Clan de la Tortilla, los amigos de Felipe y Guerra, que acabaron descollando con el gran Javier Solana al frente. Cunillera fue pieza clave en el lobby catalán de los ochentas, en Madrid. Merece respeto.
La Delegación es un remake en campo propio, en el que se bate el hierro la Quinta Columna. Difícil, difícil, difícil. Será denostada por la facilona jerga de los CDR, que de paso le pintarán las paredes gratis. Iceta no puede con todo. Y a ella le llegará muy pronto el influjo del Big Sur, no de las playas de California, sino el del abjuro contra la diferencia lanzado por la pía Susana Díaz. Pútrida izquierda. A la delegada nadie la envidia, mientras Torra pide perdón a los suyos por haber asistido a los Juegos de la luz, en Tarragona; y por aplaudir la marcha real.