Josep Maria Colomer analiza con frialdad. Es su cometido. Se trata de uno de los politólogos españoles con mayor proyección internacional. Acaba de publicar España: la historia de una frustración (Anagrama), en el que constata que el camino debería ser el de integrarse con todas las consecuencias en la Unión Europea, que puede acabar en una federación política y que, con ello, resuelva la disputa interna entre soberanías, como señala en la entrevista con Crónica Global. Profesor de economía política en la Universidad de Georgetown (EE.UU), autor de obras como El arte de la manipulación política (1990), investigador del CSIC, Colomer cree que, ahora sí, la reforma constitucional es necesaria, y comparte con la ministra Meritxell Batet que debe ser “urgente y viable”. En el caso de Cataluña entiende que su propia dimensión, lo que supone en el conjunto de España, ha sido un problema. “Es demasiado pequeña para liderar España, pero es demasiado grande también para que España admita que pueda ser una especie de País Vasco”.
--¿Cree que la salida en España es, realmente, una reforma constitucional?
--No sería la única salida, porque hay temas de diseño constitucional no deseados, algunos erróneos desde el inicio, pero puede ser una oportunidad. Hay procesos que no se habían previsto en la transición, como la integración europea, que es el gran condicionante de la política interior. Pero creo que se debe atender una idea que yo defiendo: la desconstitucionalización de algunos temas, una lista de temas que podrían ser reformados, de una sola vez, y sacarlos de la Constitución para que sean objeto de legislación normal. Sería menos difícil que una negociación sobre todo. La ministra Meritxell Batet ha hablado de una reforma urgente y viable, y lo que yo propongo es que sea más viable que lo que se ha hecho hasta ahora. La Constitución está muy cerrada, ha habido una obsesión por favorecer la estabilidad.
--¿Eso que propone, llevaría a más diferencias internas?
--Se debería tender a una simplificación. Es absurdo que haya dos listas sobre competencias, por ejemplo. Debe haber una única lista, del Gobierno central. Éste tendrá unos poderes concretos, y todo lo demás debería quedar abierto a las autonomías que lo quieran. Si alguna quiere devolver la sanidad que la devuelva, pero la que quiera tener más cosas, que las tenga. Y luego está el Senado, que debe representar a los gobiernos autonómicos. Se trata de un modelo federal, y que permita más diferencias entre autonomías, el que quiera que lo tome.
--Pero es una característica española es que no tolera las diferencias.
--¡El problema es que ya existen! Hubo dos procedimientos para acceder a la autonomía, hay dos haciendas forales, un sistema propio para Canarias, el concepto de nacionalidad histórica en varios estatutos... la diversidad es ya muy grande. ¿Por qué no aceptar que ya es así y abrirlo del todo?
--¿Ha existido un nacionalismo español, desde la transición, o se ha querido impulsar el llamado patriotismo constitucional?
--El patriotismo constitucional es otra cosa, que se entiende en Alemania por oposición a su nacionalismo histórico. Aquí ha habido un nacionalismo ideológico cultural, básico, tradicional, pero no entiendo qué sentido tiene que se diga constitucional.
Josep M. Colomer, economista y politólogo, en la entrevista con Crónica Global / CG
--¿Cree que lo que se ha producido en Cataluña es una traición?
--Lo que ha habido es una decepción con la democracia española, es una desesperación. Una reflexión, en la que se considera que si esto no funciona, de perdidos al río, y mejor cualquier otra cosa. El problema es que no hay otra cosa. Puedo entender la reacción de ese independentismo, pero no hay una propuesta viable, es una tragedia.
--Usted habla de “tiovivo catalán” a lo largo de la historia. No se ha sabido qué se quería.
--Cito a Francesc Cambó. Tras la revolución del 34, con la autonomía suspendida, y él en la oposición en Cataluña, decía en el Congreso que el problema persistiría, que el problema catalán seguiría, con unos protagonistas u otros. Ahora estamos igual, aunque el marco es diferente, porque ahora estamos en Europa.
--¿En Cataluña hay un contentamiento con la derrota, sabiendo que se adoptan posiciones de derrota?
--Sí, hay un poco de masoquismo en eso, y es que nadie se acaba de creer nada. Se declara la independencia y los dirigentes se van de fin de semana. La frase de Carles Puigdemont es ilustrativa: “seremos soldados derrotados, peor la causa seguirá”. Eso no va a ningún sitio, pero explicita que todo es muy difícil, que hay una causa estructural. Cataluña es demasiado pequeña para liderar España, como Piamonte en Italia, pero es demasiado grande para que se acepte lo que hace el País Vasco, que se toma el autogobierno que quiere. Es incómodo, porque su propio tamaño, dentro de España, impide ir en una dirección o en otra.
--Pero, en el contexto internacional, hay una crisis sobre la propia democracia. ¿Cómo se sitúa España en ese plano?
--Pero eso es otra cosa. Lo que defiendo es que hay una frustración. Cuando más altas son las expectativas, más alta es la frustración. El último eurobarómetro indica sobre qué grado de satisfacción tienen los ciudadanos con sus gobiernos, que España sale en una posición delicada. Es el 26 de los 28, con el mayor grado de insatisfacción. Eso no quiere decir que los otros sean mejores, es una cuestión sobre las expectativas que se tienen. Y esa idea de un estado o de una democracia ejemplar, con una transición como modelo para el mundo, no aparece. Somos otra cosa. Igual lo que ocurre es que en el resto de países no hay tanta frustración, porque las expectativas son menores, o se han cumplido más.