El procés ha tenido la virtud de condensar las miserias y enaltecer todas las mentiras que durante décadas la política identitaria del pujolismo fue sembrando. Una de ellas es el tópico de que los colonos fueron llevados a Cataluña en el franquismo con el objetivo premeditado de descatalanizarla. Es conocida la respuesta de algunos de aquellos inmigrantes o de ideólogos españolistas de que esa población llegada desde fuera lo que hizo fue levantar Cataluña.
El intenso debate generado en las redes sobre el papel de los colonos demuestra la pobreza y el simplismo de los argumentos de unos y otros, nacionalistas todos. A los que dicen que con su trabajo se levantó Cataluña les responden otros que si vinieron era porque huían de la miseria en su tierra origen y agradecidos deberían estar porque fueron acogidos. Los aplausos independentistas se multiplican exponencialmente cuando un descendiente de uno de aquellos inmigrantes confirma que sus abuelos o sus padres vinieron, sobre todo del sur, con una mano detrás y otra delante y que están muy agradecidos a lo que Cataluña les ha dado o permitido: progreso y futuro para sus hijos y nietos. "Tú sí que vales" (sic), "ets de la nostra nació", etc. son algunos de los comentarios de los que firman con dos apellidos catalanes.
Si dejamos de lado los argumentos reduccionistas de unos y otros, quizás podríamos despejar algunos malos entendidos. El primero tiene que ver con el vocablo "colono". Sólo si se habla o escribe en castellano podremos calificar como colono a aquella persona que coloniza un territorio o que habita en una colonia. Pero si se piensa en catalán al utilizar el término colono sólo nos podemos referir a una persona que forma parte de una colonia. El diccionario del IEC no contempla la primera acepción que sí la tiene el vocablo "colonitzador". Luego cuando un separatista habla en catalán de colonos en el franquismo se refiere, aunque no sea consciente, a todos los habitantes de Cataluña, en tanto que ésta sería una colonia de España. Un disparate, cierto, pero tan absurdo como el desconocimiento de su pròpia lengua.
El segundo argumento reduccionista tiene que ver con la pretendida política descatalanizadora del franquismo. De haber existido fue la contraprestación que interesadamente promovió la burguesía catalana. Es innegable que, como plantea Carlos Arenas, las economías del cuadrante nororiental de España fueron más inclusivas que las economías del sur, localistas y extractivas. Las empresas del norte supieron captar las iniciativas estatales gracias a un proceso de inmersión política. Dicho de otro modo, la política económica del franquismo tuvo como objetivo prioritario una rápida recuperación de Cataluña desde el final de la guerra civil. Por ejemplo, Demetrio Carceller, ministro de Industria y Comercio entre 1940 y 1945, estuvo especialmente implicado en la importación de algodón para favorecer a la industria textil catalana. Otro dato: entre 1940 y 1973 la participación de Madrid, el País Vasco y Cataluña en el PIB nacional pasó del 33,2 al 42,3% del total. Además, las estrategias de las empresas del norte se convirtieron también en estrategias del Gobierno cuando se impulsó una salida masiva desde el sur de mano de obra barata, muy barata. De ese modo, recuerda Arenas, las élites andaluzas pudieron organizar a su gusto el capitalismo autóctono, con más tranquilidad sin la peligrosa y enorme presión social de miles y miles de jornaleros mal pagados.
Ni fueron colonos ni levantaron Cataluña ni ésta les dio nada. Sencillamente fueron trabajadores que buscaban subsistir en un régimen que era cómplice de un capitalismo salvaje sustentado en un reparto muy desigual de la riqueza. Pero si de represión franquista se ha de hablar, o si existió una política premeditada que perjudicó más a unas regiones en beneficio de otras, Andalucía y Extremadura encabezarían esa lista, y en concreto los trabajadores que marcharon o se quedaron en aquellas tierras. Y si en España aún queda alguna deuda histórica por saldar sería esa: la de utilizar a aquella mano de obra como moneda de cambio para favorecer la acumulación de capital y el desarrollo económico en la España nororiental. Pero más que deuda debería ser memoria histórica.