Todas las dudas que tenía con el presidente Pedro Sánchez se esfumaron con el nombramiento del ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell. Con esta primera decisión Sánchez demuestra su inteligencia porque mata tres o más pájaros de un tiro: reconforta a los barones del PSOE que habían preferido a la candidata Susana Díaz, descoloca a sus rivales políticos y cabrea a los separatas en una saque genial de billar americano.

Josep Borrell ha aceptado el reto por diferentes motivos, que todos me complacen: Sánchez es un político serio con una sonrisa pegada a la boca, pero no es la sonrisa evanescente de ZP.

Sánchez parece un hombre de principios que no le importa declarar que es ateo, porque eso afecta al interior de la persona. Esa franqueza, que no le gusta a buena parte de los españoles, a mi sí que me gusta no porque sea un sin Dios, sino porque es sincero y no busca el voto en todos los caladeros. Rivera, si fuera ateo, no lo diría. Felipe González, que lo era, nunca lo dijo. Valoro la franqueza de un político porque es una virtud muy cara en su profesión.

Creo que a los políticos decentes del PP, que los hay, también les habrá gustado el nombramiento de Borrell porque les ha disipado todas sus dudas. Que no es una copia actualizada de Zapatero, y si repiten las críticas de los jefes será por la obediencia debida a las consignas de Genova 13, no porque las crean.

Tengo comprobado que, como mis pesadillas son los sueños de los estelados, lo que me gusta, a ellos les disgusta. He advertido su cabreo está en la magnitud 10 de la escala de Richter, y eso me reafirma en el acierto de su nombramiento para el Ministerio de Asuntos Exteriores para la proyección de la imagen de España, porque es una persona con prestigio en Europa.

Borrell es la bicha de los estelados porque no se llama, pongamos por caso, Giménez, sino que, como el pasado domingo leí en Diari de Girona, con cierta ironía, conserva el acento del noroeste del Pirineo catalán, y no tiene sólo ocho apellidos catalanes, como blasonaba de joven Unamuno de sus 42 apellidos vascos, el más raro el primero. A Borrell nadie le podrá decir que no es catalán de pura sangre.

En el debate es hábil, me recuerda a un pedagogo, que en un cara a cara con el campechano Oriol Junqueras le desmontó de la A a la Z su argumentario, con una sonrisa cínica de esas que revientan a sus contrarios.

Sé que los contrarios a Pedro Sánchez, los que disfrutan con el discurso apocalíptico Jiménez Losantos, que anda peleado hasta con su sombra, están escandalizados con la melodía de la propuesta, no concretada, de Meritxell Batet. Aconsejo a los que tan rápidamente se escandalizan que lean negro sobre blanco... y, si fuera necesario, que sepan tragar sus sapos como hacen los indepes. En esto sí que son ejemplares.

Porque lo que no quiero es vivir permanentemente al borde de la confrontación civil, como este domingo avisó, con buen tino, Josep Borrell en la entrevista de Ana Pastor.