En Escocia, donde se halla autoexiliada, ha dicho la exconsellera Ponsatí que su Govern, cuyos miembros actualmente se hallan presos, fugados como ella misma o esperando juicio, cuando se aventuró por el camino de la independencia "jugaba al póquer" contra el Gobierno de España y que "iba de farol". Textualmente. Esta expresión tan gráfica, esta nueva metáfora del procés, confirma lo que ya muchos habían sospechado.

También confirma la talla política de esa gente: esa asombrosa irresponsabilidad propia de chifladitos que se creen experimentados tahúres que apuestan a todo o nada en un casino del Mississippi, que se creen más listos que los adversarios y jugando a favor de una buena racha, pero luego resultan ser unos pardillos que salen desplumados de la timba en la trastienda de una cafetería mugrienta de la calle Escudellers.

El famoso, tan invocado, tan temido, tan amenazante "choque de trenes" se comprobó que no era tal. En su día lo admitió, en conversación privada, el "responsable" de Hacienda de la Generalitat Josep Lluís Salvadó --el mismo intelectual que sugiere como criterio infalible para elegir consellera de Educación "la que tenga las tetas más gordas"--: no tenían nada preparado.

Lo confirmó el exjuez Vidal: sus grandes preparativos para crear una nueva nación, sus mil astucias para doblegar al Estado, se reducían a pura retórica para mantener a su grey contenta e inflamada.

Y ahora la señora Ponsati, en un ejercicio no se sabe si de sinceridad que debemos agradecerle o de desarmante candidez, lo reitera públicamente: el famoso procés hacia la independencia no iba en serio sino que se reducía a un juego de picardía, apuesta sin respaldo que a la hora de mostrar las cartas fue desbaratada.

--Envido.

--Igualo. ¿Qué tienes?

--Bueno... pues... una pareja de doses.

Ah, una pareja de doses. Nada de "estructuras de Estado", ni apoyo de la CE, ni mediadores internacionales, ni financiación asegurada, ni helado de postre cada día, ni nada de nada. Parieron los montes y nació un ratón. Ese ruido y mal rollo de unos jugadores de póquer que apostaron las ilusiones de dos millones de incautos a una pareja de doses ha sido el más frívolo ejercicio de irresponsabilidad al que hayamos asistido en estas décadas de democracia.

"¿Y ahora, qué?", se pregunta la "buena gente" de la "revolución de las sonrisas". Está desconcertada, incómoda, irritada, mientras cuelga lacitos amarillos.

No han digerido todavía el engaño; no han acabado de reconocer, de admitir, que quien les ha engañado no es la pérfida España sino sus propios representantes, sus propios políticos, sus periodistas, sus clérigos. El viaje de placer que se les ofrecía y que iba a llevarles a Ítaca, en realidad acababa en una trastienda del barrio chino, manejando naipes grasientos, y perdiendo. Es posible que en sus conciencias ahora cegadas por el disgusto, y entretenidas en colgar lacitos amarillos a modo de consuelo, la evidencia se vaya abriendo paso poco a poco. Es posible que entonces no sólo la Justicia sino su propia grey pida cuentas a los tahúres.