Reconozco que el jueves a primera hora de la tarde, cuando se supo que el PNV iba aceptar la moción de censura de Pedro Sánchez (más que del PSOE) me preocupé. No por Rajoy, a quien no considero que haya sido un mal presidente del Gobierno por sus dos órdagos que ha padecido: la depresión de caballo y el jaque separatista. Una pesadilla en lo esencial: la pobreza para cientos de miles de españoles y la amenaza de la ruptura de España. Nadie que esté en sus cabales podría envidiar el puesto de presidente del Gobierno. Estoy seguro de que le ha afectado a la salud y que, cuando haya digerido la derrota, estará encantado con Sánchez.
Creo que Rajoy es una persona honesta pero también que ha estado rodeado de malas compañías que, pala a pala, le han cavado su tumba. Creo que José María Aznar es quien plantó las flores venenosas en el jardín de Génova 13 y que fueron trasladas en noviembre de 2011 a la Moncloa. También creo que Aznar no sabía que las plantas de su jardín eran carnívoras.
Teniendo esta sombra de la sospecha (la corrupción), el jaque indepe dejaba en el invernadero la necesidad de poda y profilaxis que había que hacer en la Moncloa que, además, nutría el virus separatista por la cloaca de la corrupción que iba sacando a flote el fontanero desatascador de la justicia, que según el discurso delirante de los estelados era un dóberman al servicio de la Moncloa.
La coyuntura política me preocupaba pero también sabía lo que los indepes ignoraban (y que ahora han descubierto): que España es más fuerte que los gobiernos que sufre. De ahí el crecimiento espectacular de Albert Rivera. Su partido en su cara. Su carisma personal, pero el problema del nuevo líder, que tenía que salvar a España, es que es un hombre en busca de una ideología. Un político con telegenia. Que subía en el horno de la levadura del partido de Rajoy.
Sin embargo, hay una posición y una decisión que me hacen confiar en el nuevo inquilino de la Moncloa. La posición, paradójica, no era suya sino del berlinés errante que no quería que Sánchez fuera el presidente del Gobierno porque rompía el discurso de que Rajoy es la cara amable de Franco. Como Marta Pascal no es la marioneta de Quim Torra (también el PDeCAT tiene cuentas pendientes por el ninguneo que el fugado les ha hecho).
Esa era la posición política esperanzadora del Hijo de Amer porque vive en esa República virtual encapsulada en su cabeza, pero que no es tonto. Ningún tonto hace carrera política. Otra cosa es poner a un hombre de paja como Torra.
La primera decisión política tomada por el presidente del Gobierno ha dejado helados a los indepes al decidir que Josep Borrell sea el ministro de Asuntos Exteriores. La columna vertebral que España necesita ante el mundo.
Esta decisión, la primera que toma Pedro Sánchez, es la repuesta a la pregunta que Quim Torra quería hacerle al nuevo presidente (ya no hace falta que la pregunte), y esa decisión me hace confiar en el nuevo inquilino de la Moncloa, siendo consciente de que las flores carnívoras en el Palacio han cambiado de color.