Mallorquín de nacimiento, Joan Estelrich desarrolló la mayor parte de su vida en Cataluña. Nació en 1896 y murió en 1958. Su vida refleja bien las convulsiones de una generación de catalanes que pasaron del catalanismo al franquismo a partir de la experiencia, en muchos casos traumática, de la guerra civil. Hoy esta generación ha sido estigmatizada por el nacionalismo catalán con la etiqueta de "catalanes traidores" en función del supuesto esencialista de la identidad catalana como presunto sistema de valores, todos ellos positivos, reflejo intrínseco del bien frente al mal que naturalmente representa la España permanentemente asociada al general Franco, como si España empezara y acabara con el general. En esta rueda de traidores han desfilado Ferran Valls i Taberner, José María Trias de Bes, Martí de Riquer, Tomás Carreras y Artau, Guillermo Díaz Plaja y tantos otros intelectuales catalanes, que militaron en el franquismo desde procedencias ideológicas ligadas al catalanismo cultural. Joan Estelrich es un buen ejemplo. Secretario de Cambó, dirigió la Fundación Bernat Metge desde 1923, lo que supuso una labor cultural inconmensurable de aporte al conocimiento de los clásicos greco-latinos. Diputado a Cortes de la Lliga por Girona en las elecciones de 1931, 1933 y 1936. Con una enorme proyección internacional, fue delegado español en la comisión de la Asamblea de Naciones Unidas, el golpe del 18 de julio de 1936 le sorprendió en Budapest. Asistió a una reunión del PEN Club en Buenos Aires. Se instaló en París donde contactó con Carles Soldevila y organizó el Comité Intelectual de la Amistad de Francia y de España que publicó en 1937 el Manifiesto a los Intelectuales Españoles. La persecución religiosa en España le sensibilizó especialmente. Publicó al respecto un libro de denuncia prologado por Paul Claudel.
No fueron pocos los intelectuales catalanes de esta generación marcados por estas vivencias. Le pasó también a Martí de Riquer, que se pasó al bando franquista en 1937, indignado por la persecución religiosa. Riquer combatió entre los requetés durante la guerra civil y participó en la Batalla del Ebro como miembro del Tercio de Montserrat. Ganaría las oposiciones a cátedra de Historia de las Literaturas Románicas en 1950 y desde luego está considerado el gran maestro de la literatura medieval catalana. Ahí están como testimonio su infinidad de obras sobre literatura provenzal y los volúmenes de su inmensa Historia de la literatura catalana (Ariel). ¿Quién ha hecho más que Riquer por el conocimiento de la edad de oro catalana al margen de su adscripción al franquismo en la guerra civil? Ciertamente, Riquer vivió muchos años. Murió en el 2013 a los 99 años y tuvo tiempo para hacer prescribir la memoria de su pasado político. No fue el caso de otros como Valls i Taberner. Nació en 1888 y murió en 1942. Diputado por el Parlament catalán en 1932 y por las Cortes españolas en 1936 y autor de una historia de Cataluña escrita conjuntamente con Ferran Soldevila. Defensor apasionado del Estatuto republicano, tras la guerra civil cambió de perfil ideológico y escribía en La Vanguardia el 15 de febrero de 1939: "Cataluña ha seguido una falsa ruta, y ha llegado, en gran parte, a ser víctima de su propio extravío. Esta falsa ruta ha sido el nacionalismo catalanista. Nadie puede hoy honradamente dejar de confesar que, a fin de cuentas, el catalanismo, al término de su trayectoria se ha vuelto contra Cataluña". Valls sería director del archivo de la Corona de Aragón de 1939 a 1940.
La identidad de estos catalanes conversos ha sido objeto de descalificación desde las dos orillas ideológicas. Joan Estelrich fue, curiosamente, acusado de separatista entre los falangistas de su época. En 1944 marchó a París, en buena parte, por las acusaciones que sobre él circulaban de masón. En 1949 se fue a Tánger donde dirigió el diario España. De 1952 a 1958 Estelrich representaría a España en la Unesco y acabaría instalándose en París de donde ya no volvería. Una vida atormentada en busca de una identidad que no acababa de encontrar. Como le ocurrió a tantos hombres de su generación, la dedicación política de los presuntos traidores a la causa catalana imaginada por el radicalismo nacionalista fue muy dispar. Unos se refugiaron en la historia de la literatura (Riquer y Díaz Plaja) otros en la historia de la filosofía (Carreras y Artau), otros arrastraron durante mucho tiempo "leyendas negras" como Carles Sentís al que se acusó, entre otras cosas, de haber saqueado la Biblioteca de Catalunya, pero que acabaría redimiéndose contribuyendo decisivamente al retorno de Tarradellas a Cataluña. El estigma de la traición a unas supuestas esencias identitarias catalanas, ha deformado ciertamente la imagen de los representantes de la cultura catalana en el pasado histórico. Hoy me temo que el miedo a la traición sigue marcando como un lastre la presencia pública de nuestros intelectuales catalanes en el convulso presente en que vivimos.