Pasan los siglos y el debate sobre la racionalidad y el irracionalismo en la política retorna una y otra vez. En 1640 se recurrió a explicar el conflicto entre la Generalitat y la Monarquía con el tópico "no es el huevo, es el fuero". Se entendía que lo que se dilucidaba no era un asunto de compensación material si se renunciaba a algunos derechos, sino de defensa intransigente de esos mismos derechos.
Sobre esa tesitura catalana han prevalecido en exceso los vehementes comentarios que Quevedo vertió en su panfleto La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero, redactado a fines de 1641 mientras estaba en prisión. En sus páginas el polémico escritor llegó a escribir que los catalanes eran "aborto monstruoso de la política. Libres con señor". Leído casi siempre como un insulto, sin embargo, en ese comentario había un reconocimiento del territorio catalán como autónomo, al mismo tiempo que subrayaba la contradicción y la anomalía de querer ser República teniendo un Conde y entregándose a otro Rey, el de Francia. En realidad, su panfleto era una utopía negativa, un ejemplo pesimista del fracaso de la política.
Todos los castellanos, como es obvio, no tenían la misma percepción sobre las diferencias políticas y las disputas legales. Por ejemplo, el jesuita Rangel, en una carta que escribió el 13 de noviembre de 1640 desde Madrid, al también padre Pereira que estaba en Sevilla, señalaba que el problema estaba en el fuero: "Yo no creo que ellos pelean por el huevo, sino que creen que apellidando tanto fuero se habían de hallar desaforados". Pero si aquel conflicto puso algo en claro fue la incapacidad de la facción gobernante en la Corte (olivaristas) para mantener el consenso entre los grupos dirigentes --de acá y de allá-- y para seguir alimentando las relaciones y aspiraciones de esas élites.
Pasan los siglos y, aunque la historia nunca se repite, se suceden contextos con algunas similitudes. Para solucionar los gravísimos problemas actuales, derivados del cortocircuito entre los políticos separatistas y los constitucionalistas, es indispensable recomponer las conexiones no sólo entre las élites políticas, también entre las económicas y las culturales, primero dentro y después fuera de Cataluña. Josep Maria Pou lo dijo con claridad, sobran los "ismos" y los "istas", sobran los colores: "No hay un único camino, hay muchos caminos y muchas maneras para llegar a la perfección". Abstenerse fanáticos de uno y otro lado.
¿Dónde se ha de buscar la solución a tantas conexiones fallidas para evitar la implosión de la democracia y el desmoronamiento del Estado de derecho? Quevedo tenía razón. La solución sólo es posible hallarla si dejamos a un lado el huevo y el fuero, se restituye la legalidad a todos los efectos y se reconstruyen los lazos entre uno y otro lado, dentro y fuera. Si no es así, el fracaso de la política permanecerá durante décadas y la República catalana será una utopía negativa.
Decía en aquella carta de 1641 el padre Rangel que antes que seguir con las armas era necesario buscar catalanes sensatos dispuestos a hablar: "Lo cierto es, que entre ellos hay gente cuerda, docta y santa, que del pueblo no se ha de tomar pulso para tan graves accidentes, porque siempre y de suyo está alterado". El tiempo se agota. La guerra de las cruces y el insultante enfrentamiento en las redes sociales son los últimos avisos de que el conflicto civil es inminente. Pero, como acababa su carta el jesuita, "me vive esperanza de que este disturbio se tiene que sosegar".