La posibilidad de que el ex primer ministro francés Manuel Valls se presente como candidato a la alcaldía de Barcelona ha sido recibida con una mezcla de incredulidad y preocupación tanto por Ada Colau como por los partidos nacionalistas, y con expectación ilusionada por quienes ven en él un candidato idóneo, tanto por su oposición desacomplejada al nacionalismo, como por su capacidad de gestión y de aglutinar entorno a su persona el talento necesario para la elaboración de un ambicioso proyecto que relance el liderazgo europeo y mediterráneo de la ciudad condal, una vez agotado el ciclo virtuoso impulsado por Pasqual Maragall.
Los barceloneses no deberían verse obligados en las próximas municipales a elegir entre el continuismo de la gestión sin ambición y con notables lagunas del equipo de gobierno actual o la subordinación y sometimiento al proyecto secesionista que proponen los partidos nacionalistas. Por eso es trascendente que acabe fructificando en torno a Manuel Valls una candidatura potente, que salga a ganar, lo más amplia y transversal posible.
En este artículo quiero destacar otra virtualidad de que Manuel Valls se presente y acabe siendo el próximo alcalde de Barcelona. La construcción europea pasa por momentos complejos y difíciles. La UE se encuentra en un impasse, acosada por el despertar de los nacionalismos estatales y regionales, la pujanza de los populismos antiglobalizadores y las dificultades para crear un sentimiento de pertenencia europeo que supere los marcos nacionales.
Uno de los elementos que dificulta el crecimiento de la conciencia europea entre la ciudadanía es la inexistencia de una clase política que rompa el cordón umbilical con sus países de origen. La elección directa por el conjunto de ciudadanos de la Unión del presidente de la Comisión Europea es un tema recurrente que no acaba de concretarse pero que contribuiría de forma muy relevante a la construcción de una opinión pública europea, paso decisivo para fortalecer el sentimiento de pertenencia europeo.
En esta linea, que un político francés como Valls, que ha tenido altísimas responsabilidades gubernamentales en su país, encabece, fuera de sus fronteras nacionales, un proyecto de ciudad con vocación de liderazgo europeo y mediterráneo es un paso modesto pero relevante en la buena dirección.