Subvencionado ideólogo (es un decir) de la causa:
Como las insidias no deben quedar sin cumplida respuesta, aunque su solidez argumental sea más bien escasa, nos hemos decidido a coger la pluma, instrumento insigne donde los haya, para escribirle esta epístola improvisada que quisiéramos que entendiera como cordial, aunque V.M. no practique esta sana costumbre, ya que es imposible componerla de otra forma dados los encendidos epítetos --“manipulador, nacionalista español, rancio y racista”-- que nos dedica, con tanto cariño, tanto al arriba firmante como a este medio digital --Crónica Global--, que ejerce el periodismo en un entorno hostil marcado por el sectarismo independentista (el de su querida famiglia), tarea que además financia a pulmón, sin recibir ni un euro de las arcas catalanas, al contrario que V.M., que lleva nutriéndose del presupuesto de la que llama su patria siendo --como es-- la misma de todos.
Confiamos en que su vocación independentista, pese a que en realidad jamás se la haya aplicado a sí mismo --no cabe mayor independencia que vivir del esfuerzo personal--, no le habrá cegado (aún) el entendimiento hasta el punto de perder el seso, aunque todo pudiera ser si fuera la última voluntad del Señor, nuestro criador. Sostiene usía que un servidor, al que califica como “cronista del unionismo”, ha dado la vuelta a los hechos --esos inconvenientes tan desagradables para el dogma en el que milita con ropajes de inquisidor-- de su intervención en el foro celebrado hace unos días en la Muy Leal y Muy Noble Ciudad de Sevilla.
La verdad, ideólogo, se abre paso sola. Siempre. Como existe un vídeo que muestra exactamente lo que ocurrió, y sobre todo recoge sus amables palabras hacia España --“que se joda”--, no perderemos el tiempo (ni el espacio) en reiterar lo que es evidente. Sí quisiéramos, en cambio, responder a sus afirmaciones, lanzadas desde la cátedra de la que disfruta --desconocemos si con los sexenios suficientes-- en El Nacional, desde donde intenta descalificarnos sin nombrarnos, lo cual ilustra sobre cuál es su sentido de la valentía. Si V.M. desea celebrar un duelo, acudiremos prestos a darle honda satisfacción, aunque como nuestro natural es más bien pacífico preferimos (de momento) limitarnos a la palabra escrita, que es el oficio que (todavía) nos da de comer.
Sabemos bien que no es su caso dada su trayectoria como predicador nacionalista, actividad partisana que le ha permitido pasar de Bandera Roja a administrar el cepillo del pujolismo sin excesivos problemas de coherencia ideológica. Somos piadosos y lo entendemos todo. Su caso es universal entre aquellos que denominan convicciones a sus intereses y camuflan la vocación fenicia bajo el manto del falso idealismo. Dado que V.M. es aficionado a lanzar sambenitos alegremente y a elaborar listas de enemigos con quienes ejercen la libertad de criterio, suponemos que le agradaría que le comparásemos con Fouché, creador de la policía política. Lamentamos no darle este gusto. No procede: Fouché sabía latín. No parece ser su caso dadas las inquietantes lecturas sevillanas que cita en su homilía digital: “El mes de mayo en Sevilla se viste con el color azul violáceo de la jacaranda...”. ¡Qué lirismo, puchas, qué lirismo!
Permitirá que nos mueva a risa el hecho de que cuando un nacionalista como V.M. viene a Sevilla, que por supuesto es su tierra, abuse de la dicción sentimental que supone que profesamos en el Mediodía. Lamentamos desmentirle, pero Híspalis no tiene el exotismo que describe ni es especialmente amable. Es una ciudad perfectamente prosaica. Dada la extraordinaria calidad de sus fuentes --un diario monárquico que históricamente ha encarnado a la Sevilla Eterna-- no nos extraña que proclame que en el Sur todos somos camareros y funcionarios, como si en Barcelona, e incluso en Olot, no existieran dichos oficios o fueran de baja condición.
Para autodefinirse como un “hombre de izquierdas” admitirá V.M. que tales dotes descriptivas no reflejan los valores republicanos que dice profesar. Que vino a Sevilla a defender su causa es obvio, y nos parece excelente, pero no simule que la excursión fue un acto de valentía épica inventándose un maltrato que no existió, a menos que V.M. confunda la libertad ajena con una afrenta fabulada traída desde casa. En un debate debe haber discusión, intercambio de pareceres, controversia y argumentos. Eso es exactamente lo que sucedió, con mayor o menor fortuna.
Escribe usía en su desahogo que sintió desde el primer momento “el desprecio” del auditorio y califica como “aquelarre” el asunto, sugiriendo que V.M. fue torturado por unas gentes que cometieron la imperdonable afrenta de reírse de algunas de sus afirmaciones, dada su escasísima sustancia. Se ve que a V.M. le inquieta la risa ajena, igual que a los abates medievales. Hasta el punto de llamar “incultos, ignorantes y malas personas” a quienes esa noche fueron a escucharle, o mandar “a la mierda” al presentador del acto, uno de sus dos anfitriones.
La tortura que usía inventa para embellecerse como patriota no existió. Entre otras razones porque el suyo fue un sacrificio pensionado. Cajasol le pagó --generosamente-- la soldada pactada justo antes de empezar, en un saloncito elegante y discreto. Dada su proclamada falta de fe en la fiabilidad de los duros sevillanos sospechamos que la cantidad recaudada debió parecerle a V.M. escasa, sobre todo tras perder los 80.000 euros de vellón que percibía hasta ayer de los impuestos de todos los españoles, a los que recomendamos que declare --cuando proceda-- parte de la bolsa recibida, no diremos que ganada con sudor ni con esfuerzo.
No tiene V.M. de qué quejarse. Le pagaron el viaje, la estadía y los honorarios por el teatrillo. Gozó además de la protección del capitán Alatriste, héroe (ficticio) y español de los Tercios de Flandes, que hábilmente le hizo pronunciar el titular de la crónica que V.M. niega haber dicho y puede escucharse --como si fuera la voz del Altísimo-- en el vídeo de lo que usía llama Sabbat, siendo sólo un vulgar martes del año del Señor de 2018. En su letra V.M. se define como un “macho cabrío y un demonio cabrón”, pero el único que le adjudicó tal término --que en el Sur, según el tono, no es un insulto, sino una irónica expresión de afecto-- fue Pérez-Reverte, su patrocinador. En su homilía incluye también la figura melodramática de un samaritano granadino que --cual profecía bíblica-- sí le comprendió y aceptó gustoso su falta de educación. No es descartable que tal santo, cuyas reliquias deberían exponerse ante la grey indepe, sea tan ficticio como su aquelarre.
Si quiere V.M. “largarse a Europa”, como anuncia desde su tribuna, hágalo sin demora, pero se lo paga usía de su propio bolsillo, no del nuestro. El viaje quizás le abrirá la mente. E incluso puede que en algún diván encuentre solución a su problema, que no es político, sino metafísico. Sostenía V.M., con indudable inmodestia, que para entender el soberanismo los ciudadanos de España debían pensar por qué alguien como su persona, educado en una escuela española (en Cataluña) es independentista. “¿Si no existe la plurinacionalidad en España me pueden explicar qué soy yo?”, inquiría al público. Nos gustaría ayudarle en tan delicado trance, pero resolver tal incógnita es tarea exclusivamente suya, no una preocupación colectiva. Casi ha doblado ya la edad de Cristo, pero aún está a tiempo de averiguarlo. Busque un buen psicólogo o, en su defecto, un manual de autoayuda. Las frustraciones personales no deben proyectarse sobre los demás. Se las cura uno solo. Si puede.
Saludos desde el unionismo jacarandoso