El hombre feliz es el que no conoce la última noticia. Queriéndonos felices y obsoletos, Torra aplica la dictadura de la incertidumbre para someternos; nos ha convertido en seres comatosos, parecidos a los ciudadanos de bajo perfil en la Barcelona de Garicano Goñi o Acedo Colunga, los gobernadores civiles del antiguo régimen. Aquellos mandos eran complacientes con los deseos de los ministros de Franco, como le ocurrirá ahora a Torra con los ministros de Rajoy (solo puede usurpar la misión del subgobernador, si quiere mandar algo). Sin olvidar la vigilancia del Virrey, Enric Millo.
De tan rápido que va, el president ha trastabillado hasta retroceder más de medio siglo. El tiempo de los gobernadores en Barcelona se congela en imágenes de un mundo de candiles, palcos sexualmente heteróclitos en el Apolo de Matías Colsada, estancias mancilladas, como la Sala Casas del Círculo del Liceu, tercios familiares, toros de Balañá, y todo atufado en la cocina antediluviana de Bofarull en Los Caracoles.
El soberanismo triste y melindroso se pasea sobre nuestras cabezas; nos cosifica, bajo las nubes de mayo. Pero nombrar a consejeros procesalmente pillados es un mal asunto, sobre todo si te fijas en los que vienen detrás ¿Vieron el talle del alcalde de Valls, Albert Batet, en el programa Debate de la 2? Semejante sujeto, alboreado por el tufo de la última carlinada, se ofrecía al Goven de Torra; y junto a inocentes como éste, los malvados, estilo Artadi (La Malinche), levantan un futuro negro. El catalán power nos quiere aislados en colectivos --mujeres, hombres de acción, pensionistas, jóvenes, viejos, discapacitados, capacitadísimos, moros, gitanos, catalanes, españoles, judíos, enfermos o sanos-- sin acertar a ver qué se cuece realmente en el espacio público. Nos quiere incapacitar para lo colectivo, como no sea en alguna concentración en la calle, donde Torra y los suyos dirimen nuestro mañana. Su objetivo es llegar entero al 26 de mayo de 2019, cita de las elecciones municipales, que él avista como el segundo revolcón republicano, desde el Frente Popular del 31, ¡oh fantasía!, con Francesc Macià marcando el paso de Niceto Alcalá Zamora.
La estabilidad de la política española depende ahora del PNV ante los Presupuestos Generales del Estado. Mientras tanto, si el Supremo dicta auto de juicio contra los exconsejeros de Puigdemont, estos quedarán inhabilitados y listos; el 155 se suprimirá de facto. Pero, peligro, los dos escenarios que no acaban de encajar en el tiempo. El abuso de poder de Torra se cuela entre la incapacidad de Rajoy y nuestra desesperanza. Y lo malo de la desesperanza es que "está muy bien documentada" (nos recuerda Jorge de los Santos rescatando a Cioran). En nuestra condición de ciudadanos, fuimos príncipes hasta que un embrujo nos convirtió en sapos. Solo esperamos que el beso de una princesa nos devuelva la condición humana.
En las bambalinas del poder catalán, el legitimismo de JxCat derrota al independentismo rancio de ERC; y cuando Torra sale de Estremera y dice que Junqueras le ha pedido que "defienda la república de todos", la nube sobre nuestras cabezas se hace más densa. Si dejas la ventana abierta y duermes a calzón quitado, dicen que el déculottée indepe resulta indoloro. No renuncian a nada, los muy granujas.
A base de oír que el nacionalismo es reaccionario por naturaleza, uno llega a constatarlo. El profesor Félix Ovejero, uno de los impulsos germinales de Rivera, me devuelve a la razón dialéctica cada vez que habla de esto; pero no le vi en la asonada españolista de Cs, el pasado domingo, con Francesc De Carreras en la platea de invitados. Si hay que cortar con la ficción moral y política del soberanismo, no lo haremos a golpe de Marta Sánchez, mujer de llanto respetable. Solo lo haremos si somos capaces de defender el Estado de derecho fundado en 1978. La mejor baza sigue siendo la UE, un proyecto en el que nunca creyeron Artur Mas, Puigdemont o Torra, amigos de Roberto Maroni, el dirigente de la Liga Norte italiana, que fue ministro del Interior con Silvio Berlusconi, nada menos. Del intríngulis padano emerge todavía la imagen de Umberto Bossi, el camisa parda que declaró la DUI del valle del Po en 1996. ¿Torra hará de Bossi? No es momento, nos diría; y además ahora ya sabemos que en España no existe la voglia di scherzare italiana, la desdramatización, que Bernardo Bertolucci mostró en su dramática Novecento.