El abogado Emilio Cuatrecasas ha sacado un copioso partido a su trayectoria como jurista de alto copete. En casi cuatro decenios de trabajo infatigable, amasa una de las fortunas más notables de Cataluña.
Crónica Global detalló esta semana las principales magnitudes de sus instrumentos de inversión y patrimoniales. Éstos se concentran en la sociedad Emesa, que Cuatrecasas controla al 100% por medio de una sociedad de cartera radicada en Suiza.
El caballero demostró así sus dotes de previsión. Se anticipó a los millares de empresarios catalanes que de unos meses a esta parte trasladan sus órganos de control a latitudes menos incómodas.
Emesa engloba, entre otros activos, un denso parque de inmuebles en Barcelona y Madrid. Descuella entre ellos un edificio de 11 plantas y 10.000 metros cuadrados, sito en Diagonal esquina Numancia, junto a l’Illa Diagonal, que hoy alberga en sus bajos la tienda de moda barata H&M. Emesa lo adquirió en 2003 a la aseguradora Mapfre por 45 millones. “Yo ni siquiera llegué a examinarlo, pues todo el trasiego de compra corrió a cargo de mi administrador”, explicó a la sazón Cuatrecasas.
Emesa también embalsa un lustroso lote de acciones del grupo francés Elior, gestor de una red de 25.000 restaurantes en las áreas de servicio de autopistas, estaciones de tren y aeropuertos.
Don Emilio cuenta 64 años. Con apenas 26, entró a trabajar en la gestoría de su padre Pedro Cuatrecasas Sabata, cuando la plantilla se componía de sólo cuatro abogados, él incluido.
Nuestro personaje no se muerde la lengua ni se anda con medias tintas. Tiene dicho que “Barcelona se ha convertido en una ciudad cada vez más pequeña, miserable y pueblerina”, y que “la cortedad de miras de los políticos catalanes la ha transformado en una aldea provinciana y decadente”.
Por cierto, soltó esta lapidaria sentencia bastante antes de que arribaran a la alcaldía la lumbrera de Ada Colau y su infumable escudero, el trepa argentino Gerardo Pisarello.
No todo son éxitos en su carrera. Como cualquier hijo de vecino, también ha sufrido algunas cogidas. Acaso la de más bulto proviene de su entrada en el capital de la promotora Habitat en 2006, justo en vísperas del estallido de la burbuja del ladrillo.
Por aquel entonces, Bruno Figueras, factótum de Habitat, se había hecho con la división inmobiliaria de Ferrovial por la friolera de 2.200 millones y buscaba socios provistos de fondos frescos para apuntalar la operación.
Además de Cuatrecasas, picaron el anzuelo prebostes como Leopoldo Rodés, del grupo publicitario Mediaplanning; Isak Andic, de prendas Mango; José Antonio Castro, de hoteles Hesperia; y Dolores Ortega, sobrina de Amancio, el gran patrón de Zara.
Entre todos ellos aportaron a tocateja 150 millones. A Cuatrecasas le tocó desembolsar 30. Poco después, Habitat entró en quiebra. El año pasado, Cuatrecasas se desprendió de sus títulos de Habitat. Apenas recuperó 225.000 euros mondos y lirondos.
Semejante descalabro es una nadería comparado con el que experimentó en diciembre de 2011, cuando la fiscalía se querelló contra él por fraude fiscal. Al parecer, uno de sus familiares más íntimos sopló a Hacienda que Emilio tenía la pertinaz costumbre de cargar sus gastos personales a la cuenta de dispendios de sus empresas para ahorrarse impuestos.
La divulgación de la querella selló el final definitivo de Cuatrecasas como jurisperito. Hubo de dimitir de presidente de su bufete, vendió las acciones que conservaba e hizo mutis por el foro.
Pactó con la fiscalía y satisfizo las multas pertinentes. Le cayeron dos años de cárcel, pero no ingresó en ella por carecer de antecedentes penales.
Emilio Cuatrecasas es un alma inquieta. Imprimió un impulso estratosférico a su bufete, hasta situarlo segundo en el rango nacional por volumen de giro. Además, intervino en la creación de fundaciones educativas y culturales. Así mismo, levantó el colegio St. Paul’s de avenida Pearson, que estaba en ruinas. Y lanzó hasta las nubes a la compañía Áreas, una firma mediana gestora de restaurantes en las autopistas.
En cierta ocasión, le escuché decir textualmente: “Tráeme cinco p. personajes de este p. país comparables conmigo y que aporten más activos que los que yo he aportado a España”.
Al filo de la jubilación, brega cada día por arrumbar al olvido su infame condena por fraude tributario. Ya lo dijo Napoleón: “Las caídas desde las alturas son devastadoras”. Más aún, si quien se precipita al vacío está en la cúspide.