El escritor Ignacio Martínez de Pisón acaba de publicar un peculiar ensayo en el que sigue el rastro del químico austríaco Albert von Filek, como inventor de una gasolina sintética fruto de una mezcla de extractos vegetales y agua. No hubiera pasado de un hilarante fraude si no hubiese conseguido embaucar al mismísimo Franco. Con dos decretos del 7 y del 15 de diciembre de 1939, el dictador declaró de interés nacional la empresa de Filek y calificó de urgente las obras para construir la fábrica. Su ansia por liberarse de la dependencia energética exterior le pudo impedir ver el enorme engaño del que estaba siendo objeto.
El ridículo podría haber sido mundial si no llega a intervenir un ingeniero de Terrassa oriundo de un pueblo de Teruel. Se trataba de Demetrio Carceller Segura, experto conocedor del sector petrolífero y recién nombrado jefe de la Falange barcelonesa. Aunque los rastros documentales son escasos, Martínez Pisón halla el dato concluyente en las memorias del periodista norteamericano Charles Foltz Jr. (The masquerade in Spain, 1948), durante aquellos años delegado en España de la agencia Associated Press. El testimonio de Foltz parece de primera mano, conocía al ingeniero catalán al que denomina "the ambitious and realistic head of the CEPSA": "Él fue al Palacio del Pardo para una charla con Franco. Carceller nunca me contó lo que ocurrió aquel día en El Pardo. Pero la factoría en el Jarama fue abandonada. Carceller sucedió a Alarcón como ministro de Industria y Comercio".
Martínez de Pisón cita este hecho sin darle demasiada relevancia, aunque reconoce que a Carceller debió "resultarle alarmante la facilidad con la que un vulgar estafador se había ganado el apoyo del gobierno y de la jefatura del Estado". Y refiere --siguiendo a Foltz-- que "la prueba de que se tomó el asunto en serio es que no tardaría en hacerse cargo él mismo del ministerio, mandando a su casa al incompetente de Alarcón". Cierto, así ocurrió. El 16 de octubre de 1940, Franco remodelaba por tercera vez su gobierno y Carceller entraba para ocupar la cartera de Industria y Comercio, en sustitución de Alarcón de la Lastra.
Hasta ahora ningún historiador había advertido que el caso Filek pudo influir en esa crisis de gobierno y en el ascenso político del ingeniero catalán. Para Paul Preston, Franco cesó a Alarcón de Lastra como Ministro de Industria y Comercio por simpatías hacia los aliados y puso a Carceller, “empresario falangista, calculador y sin escrúpulos”: “arquitecto de la política económica por la que España exportaba alimentos y materias primas a Alemania con la esperanza de ganarse su favor a tiempo para el reparto de posguerra”. Una visión semejante ofrece Borja de Riquer cuando alude a la entrada de Carceller en el ministerio en octubre de 1940, “desde el que estrechó los lazos comerciales con Alemania, Italia y Portugal”.
Todo apunta a que uno y otro no acertaron con esas interpretaciones por infundadas. Además de considerar a Carceller un ministro títere del cuñadísimo de Franco, el filonazi Serrano Suñer, que en esa remodelación también ocupó el ministerio de Asuntos Exteriores. Tan sólo Joan Maria Thomàs había intuido que el asunto del combustible pudo estar detrás de meteórico ascenso. Para este historiador, Carceller era ante todo “un hombre de negocios ligado al negocio del petróleo y como tal se comportaría en el seno del gobierno”. También Jordi Catalan apunta a que fue una imperativo más económico que político: “La realidad de una cosecha mucho peor que la esperada y el cese de los embarques de petróleo debió de influir de forma decisiva en el cambio de actitud del titular de Industria y Comercio”. En definitiva, para explicar este “incomprensible” nombramiento algunos historiadores repiten una y otra vez que Carceller era en ese momento el cerebro económico de la Falange (sic).
Estamos ante un interesante caso de cómo se construye el perfil de un ministro clave en aquellos años, decisivos para la supervivencia una recién estrenada dictadura. La invención de su persona se hace sobre argumentos indirectos y poco sólidos, es decir, se abusa del conocimiento de lo que se sabe sucedió después con su fortuna y de especulaciones sobre filiaciones ideológicas. Amando de Miguel ha sido una excepción. En su estudio sociológico sobre los ministros franquistas, planteó una clasificación en función de la pertenencia a las ocho familias políticas del régimen: primorriveristas, tradicionalistas, monárquicos, falangistas, católicos, integristas, tecnócratas y técnicos. A Carceller lo situó en la última familia: “De los técnicos hay poco que decir. Son un grupo residual, ciertamente numeroso e importante, pero demasiado heterogéneo”. Y en concreto a Carceller le asignó esta definición: “Típico self-made man al estilo norteamericano, pero al servicio de una política autárquica”. Resulta extraño que esas dos características tan contradictorias (autarquista vs. capitalista liberal) se repitan una y otra vez entre los historiadores del primer franquismo al referirse al ingeniero catalán.
Es tal la confusión sobre su trayectoria que Francesc Cabana ha ironizado incluso con el sambenito de “cerebro económico de la Falange, porque si tenía realmente cerebro económico es porque no aplicaba los principios del Partido”. Y aporta un último testimonio de primera mano del mismo Carceller, según el cual el general Franco era “un teniente al que todos hemos ayudado a construir”.
En definitiva, fuera o no el haber demostrado al dictador que el invento de Filek era una estafa lo que propició su nombramiento como ministro de Industria y Comercio en octubre de 1940, de lo que no hay duda es que con un decreto de ese ministerio de 5 de mayo de 1941 se anularon las concesiones y demás beneficios que había logrado el pícaro austríaco. Carceller convenció a Franco que con la energía de un país no se jugaba, la broma había acabado.