La elección de Quim Torra como presidente de la Generalitat constituye, como antes se decía, un salto cualitativo en el desarrollo del procés. Que 66 diputados del Parlament (de Junts per Catalunya y ERC) y cuatro (los de la CUP) por consentimiento aprueben la investidura de un personaje como Torra --cuyas ideas hemos conocido por sus tuits, sus artículos y sus libros, y por sus obras, especialmente su trabajo en el Born-- derriba todos los mitos en que se basaba el idílico viaje a Ítaca, es decir, a la independencia de Cataluña.

¿Cómo se compagina la elección de Torra para presidir Cataluña con el catalanismo integrador, abierto, acogedor, progresista y solidario que siempre había vendido la versión oficial del nacionalismo catalán? Ese catalanismo existe, o existía, pero desde luego no es el que representa la mayoría independentista que controla el procés, y mucho menos el que encarna Torra, que --no lo olvidemos porque es lo más relevante-- ha sido votado sin rechistar por los puigdemontistas, por los diputados del supuestamente moderado PDeCAT y por los diputados de ERC, que se declaran de izquierdas y partidarios de la República social y democrática.

La elección de Torra acaba asimismo con la pretensión tan difundida de que el independentismo no era para nada antiespañol, de que no iba contra nadie, y menos contra España, sino solo a favor de Cataluña y de la democracia. Los escritos del nuevo president son un compendio perfecto de lo que es ser antiespañol, con esos rasgos etnicistas y xenófobos, por no decir racistas. “Bestias”, “pobres individuos”, “españoles que viven con nosotros”, “torturado cerebro español”, “país exportador de miseria, material y espiritualmente hablando”, “solo saben expoliar”, “vergüenza es una palabra que hace años que han eliminado de su diccionario”, son algunas de las lindezas que ha escrito el president sobre España y los españoles.

Pero el procés ha destruido también otros mitos. Por ejemplo, el de la inmersión lingüística. Ahora sabemos que el argumento de que la inmersión pretendía no romper la cohesión social es falso. Porque la cohesión social se quebraría si hubiera dos redes escolares, si los alumnos fueran separados en clases distintas según el idioma vehicular, catalán o castellano, pero esa segregación no la pide nadie --ni Ciudadanos--, pese a que los nacionalistas catalanes lo sigan repitiendo cada día (sin ir más lejos, Carles Puigdemont en un tuit el pasado viernes).

Es más, la separación por clases y lengua era la idea inicial de Jordi Pujol y CiU, a la que se opuso la izquierda (el PSUC y el PSC, con Marta Mata a la cabeza), que consiguió implantar un modelo integrador, pervertido posteriormente. La doble red escolar sí que era un peligro para la cohesión social, pero ¿en qué afecta a esta cohesión que una parte de las clases se den en castellano y otra en catalán, ajustando además el modelo a las características sociolingüísticas de cada lugar? En nada, porque la preparación, el dominio de las dos lenguas y el acceso al mercado de trabajo serían mucho más equilibrados. Lo de la enseñanza trilingüe –incluyendo el inglés-- es un modelo irreal por el momento, y es cierto que a veces se propone solo para minimizar el catalán.

¿Qué concepción de la inmersión lingüística y del bilingüismo puede tener alguien que, como Torra, piensa que “cuando se decide no hablar en catalán se está dando la espalda a Cataluña”, que opina que “la lengua es el alma de la patria” y que “sin lengua no hay país”? ¿O que alerta de que “el castellano avanza, implacable, voraz, rapidísimo”? Para Torra, las patrias han de ser únicas y monolingües, sin posibilidad de compartir sentimientos e identidades.

Otro mito que ha caído es el de que Cataluña es "un sol poble", una idea que promovió el PSUC en los primeros años de la transición. La intención de sus promotores se basaba en la misma obsesión de no romper la cohesión social, pese a que nadie era tan ingenuo como para creer que iban a desaparecer de un plumazo las desigualdades y las diferencias sociales. Era una aspiración legítima y digna de alcanzar, que la evolución del procés se ha encargado de desmontar. Porque ahora se ha visto que quienes defienden la idea de “un sol poble” y se escandalizan de que otros no lo hagan son los mismos que excluyen de ese pueblo a quien no piensa como ellos ni milita por la independencia de Cataluña.