Si miramos a nuestro alrededor, leemos los diarios o participamos de las redes sociales, uno puede comprobar fácilmente que no abundan las noticias positivas. Cuando algo nos puede alegrar el día o alentar la esperanza, suele durar muy poco en el espacio público y publicado. Por ello, aprovecho esta tribuna para contribuir un poco a la positividad tan huérfana de espacios.
La economía española va viento en popa. Los españoles tenemos que estar orgullosos de haberle dado la vuelta como a un calcetín a la situación. No hace mucho tiempo estábamos en el vagón de cola de todos los indicadores macroeconómicos, el desánimo se había apoderado de nosotros y era un milagro encontrar a alguien en nuestro entorno que pudiera ver la luz al final del túnel.
Hoy la situación es muy diferente. Hace pocas semanas en el Foro Ambrosetti, la versión mini del Foro Económico Mundial de Davos en el que están presentes las principales personalidades mundiales de las finanzas y la empresa, situaban a España como líder de crecimiento económico en Europa este año y en 2019.
Algo habremos hecho bien entre todos cuando llevamos tres años consecutivos creciendo a un ritmo superior al 3%, a la cabeza de las principales economías de la zona euro. En algo habremos acertado para que nuestras empresas estén creando medio millón de puestos de trabajo anuales, cosa que ha permitido bajar en ¡diez puntos! la tasa de paro española.
No tengo ninguna duda de que este histórico cambio de ciclo tiene mucho que ver con nuestra apertura internacional y el crecimiento de nuestras exportaciones. Por supuesto, también tiene mucho que ver la reducción de los números rojos de las administraciones públicas que tanto le ha costado al ministro Montoro. En la fase más apocalíptica de la crisis, la empresa española hizo de la necesidad virtud. Hoy tenemos una economía más competitiva, más saneada, con precios estables y con mayor fortaleza que nunca.
Ustedes dirán que peco de optimista, pero no es cierto. Todo lo arriba escrito es fácilmente contrastable con números en la mano. En cualquier caso, es evidente que aún nos queda mucho margen de mejora. Tenemos la obligación cívica de recordarle a los poderes públicos que sigan luchando contra el paro, que tengan en cuenta que nuestras pensiones están asentadas sobre bases poco sólidas y que tenemos que aprovechar esta bonanza para ir reduciendo nuestra elevada deuda pública.
Como ven, aún hay mucho camino por recorrer. De todas estas variables y desequilibrios económicos iré escribiendo a lo largo de los próximos artículos. Para seguir garantizando la prosperidad económica de empresas y familias hay que seguir haciendo reformas estructurales, reducir la presión fiscal, los costes energéticos, la burocracia y aumentar las inversiones públicas y la I+D+i.
En un mundo globalizado e interconectado no nos podemos permitir el lujo de dejar de pedalear. Las nuevas tendencias del comercio internacional, la amenaza del alza del precio del petróleo, el cercano cambio en la política monetaria del BCE o el liderazgo económico del eje Asia-Pacífico van a cambiar las coordenadas en las que estábamos acostumbrados a transitar.
Sé que me perdonarán por haber escrito un artículo que intenta aportar un granito de esperanza. Ya tendremos tiempo de hablar de crisis, amenazas, problemas y debilidades...