A veces la Historia se olvida de los pioneros. Cada vez que un hombre se porta como un gorrino con una mujer, a todo el mundo le viene a la cabeza de inmediato el nombre de Harvey Weinstein, pero hubo alguien que se le adelantó a la hora de actuar como un chimpancé con la mujer que tenía más cerca. Ese pionero, ese proto cerdo, se llama Dominique Strauss-Kahn y llevábamos tiempo sin saber nada de él. A mí me gustaba imaginarlo caído en desgracia, solo y arruinado, sin amigos y viviendo en algún chamizo del extrarradio parisino, llevando una vida miserable (un poco, peliculero que es uno, como Jeremy Irons al final de Herida, para entendernos). Pero la realidad no puede ser más distinta de mis siniestras ensoñaciones. Me entero, hojeando uno de esos diarios de papel que todavía existen, de que el viejo zorro plateado está hecho un potro, vive en Marrakech, ha pillado una cuarta esposa llamada Myriam --¿pero cómo puede haber en el mundo ninguna mujer dispuesta a cargar con eso?, me pregunto-- y se gana muy bien la vida asesorando a los jefes de estado de países como Túnez, Togo y la República Popular del Congo. No consta en qué consiste exactamente esa asesoría, pero debe tener algo que ver con el dinero, dada la larga relación de DSK con el mundo de los monises.
Mientras Weinstein puede darse por muerto, a DSK le ha bastado con adoptar un perfil bajo, retirarse a Marruecos y sacarles los cuartos a países un poco de chichinabo, pero en los que seguro que hay algo a rascar. Por mal que nos caiga el sujeto, hay que reconocer que su capacidad para la supervivencia supera con creces la de las míticas cucarachas de Nueva York.
DSK sobrevivió a su absurdo ataque sexual a una camarera de un hotel de Manhattan, ataque que le costó el cargo directivo que ostentaba en el FMI y que nunca acabaré de entender. ¿Qué llevó a un tipo que podía permitirse escorts preciosas de las de 500 pavos el polvo a abalanzarse sobre una sirvienta no especialmente atractiva? Se supone que no llegas a dirigir el FMI si piensas con la polla, ¿no? También sobrevivió a la biopic que le dedicó a Abel Ferrara, con un Depardieu que gruñía durante el sexo, dato extraído de la realidad, y que lo presentaba como un representante de la gauche caviar con un componente autodestructivo. Su esposa de entonces, la periodista Anne Sinclair, se lo quitó de encima, y DSK reaccionó apuntándose a una pandilla que organizaba orgías con prostitutas por toda Francia, con el descaro añadido de afirmar, cuando lo pillaron, que él no sabía que aquellas señoritas tan simpáticas eran profesionales del sexo.
Y un buen día dejamos de oír hablar de él. Con Weinstein urbi et orbi, hasta nos olvidamos de DSK. Ahora nos enteramos de que sigue viviendo como Dios, que ha encontrado una mujer a la que le encanta oírle rebuznar en la cama y que es fan de Emmanuel Macron. Ah, y tiene 60.000 seguidores en Twitter. Una miseria si los comparamos con los de Rihanna, pero para un asalta kellys aquejado de priapismo, no está nada mal, ¿verdad?