Manuel MIlián Mestre (Forcall, Castellón, 1943) ha ligado su vida al mundo empresarial. Pero seguirá siendo siempre el hombre de Manuel Fraga en Cataluña, el muñidor de acuerdos y de relaciones que pusieron en pie el centro-derecha democrático en España. Con sus montañas de papel en su despacho en Foment del Treball, Milián Mestre mantiene dos premisas respecto al proceso soberanista que se ha vivido en Cataluña. La primera, que el PP no lo ha hecho bien, que el Gobierno no se tomó en serio lo que ocurría en Cataluña. Pero la segunda es que el empresariado catalán que él conoce a la perfección, no ha estado a la altura, y que “es escandaloso que no combatiera el procés”. Autor del imprescindible Los puentes rotos (Península), sobre su experiencia política y la historia de la derecha española y catalana, Milián Mestre reclama diálogo y una nueva relación con Cataluña, aunque deberá ser, a su juicio, con otros interlocutores, tanto en Madrid como en Barcelona.
--Cuando se critica la posición del independentismo en estos años, se suele añadir un pero, una reflexión sobre lo que ha hecho o no ha hecho el Gobierno de Mariano Rajoy. Incluso los que admiten los errores del independentismo, en su propio campo, acaban añadiendo esa coletilla. Usted que conoce bien el PP, y al Gobierno del PP, ¿Cree que eso es obligatorio? ¿Qué las dos partes están en un plano de igualdad?
--Parto de la base de que un gobernante de España debe tener claro qué es España, y yo creo que los actuales gobernantes del PP no lo saben. Manuel Fraga lo sabía. Conocía que España la formaban distintas partes, distintas regiones, pero también sabía de forma clara lo que significaban esas regiones. Me lo dijo una vez en Galicia, cuando, ya como presidente de la Xunta, me aseguró que entendía bien lo que era Cataluña, una entidad propia, como Galicia, aunque las dos las veía integradas en España. Los que gobiernan ahora no tienen esa visión, no han asumido esa visión de distintas partes de lo que es España. Fraga lo sabía bien, con familia gallega y vasca. Pero todo eso no se ha apreciado desde la etapa de José María Aznar hasta ahora. La España plural de la que hablaba Aznar era un camelo, un invento de Vidal-Quadras.
Con Cataluña se puede y se debe hablar de acuerdo fiscal, porque lo del País Vasco es un agravio comparativo
--Pero no partimos de cero. Lo que ha ocurrido en los últimos años no parte de una situación en la que todo estuviera por hacer.
--De acuerdo, sí, pero somos hijos de aquella circunstancia. El conflicto del proceso viene de la incomprensión del gobierno de Madrid, que no reacciona adecuadamente al reto que supone, no entra en una necesaria discusión.
--Sin embargo, ¿de qué debía discutir, qué debía negociar exactamente el Gobierno español ante el proceso soberanista?
--Hay cosas sobre las que se podía hablar. Por ejemplo, sobre el problema fiscal. La situación del País Vasco es un agravio comparativo para Cataluña. Se explicó en la transición. Jordi Pujol lo difundió, y a mí personalmente, al señalar que no se brindó el concierto para Cataluña porque el peso de la economía catalana en el conjunto de la economía española era demasiado grande en comparación con la vasca. Luego Iñaki Anasagasti aseguró todo lo contrario, la versión de que fue Pujol quien rechazó la propuesta. Lo que ocurrió, en todo caso, es que se compensó a Cataluña en el terreno cultural y lingüístico, pero no se consideró en toda su amplitud la peculiaridad catalana. El PP de Fraga sí, el de Aznar no, desde 2000, principalmente.
Manuel Milian Mestre en la entrevista con Crónica Global / CG
--¿Estamos aquí por Aznar?
--No tengo ninguna duda. Estamos en esa situación en gran medida por Aznar. Cuando no tiene mayoría absoluta, se entrega a CiU y se traga dos cosas: el servicio militar, que rompe un flujo entre ciudadanos de toda España, algo que era importante y no lo digo yo, lo dicen muchos expertos, alguien como Francesc Granell, por ejemplo, y la cesión de los Mossos de forma precipitada. El Estado español, con esas decisiones, se retira de Cataluña, algo que se reitera con la posterior supresión de los gobernadores civiles. Es el pacto del Majestic, con cosas positivas y negativas. Fue una buena legislatura, la mejor, tal vez, desde la transición, y dejó las arcas llenas, porque los socialistas las habían dejado vacías, digan lo que digan ahora. Luego, en 2000, la mayoría absoluta le lleva a Aznar a cometer errores gravísimos.
--Pero le ofreció a CiU entrar en el Gobierno, ¿fue un error de Pujol rechazar esa posibilidad? ¿Podría haber cambiado todo?
--Sí, estoy convencido de que Pujol se equivocó. Debió haber entrado en el Gobierno. Pero eso no justifica los errores de Aznar, que prescinde por completo de Pujol, con una reunión final que fue fatal, porque los caracteres de Pujol y Aznar eran antitéticos. No era así entre entre Fraga y Pujol, que fueron complementarios. Y todo se agrava posteriormente con gente que no compartía un denominador común, como fue el caso de Mariano Rajoy.
Levantar una bandera contra un estado es suicida, es propio de unos irresponsables
--Pero insisto, ¿todo eso debe llevar a pensar que los dos gobiernos, el español y el catalán deben ser juzgados en pie de igualdad?
--No, una cosa es la falta de inteligencia del Gobierno en Madrid y otra es la respuesta que se ha dado desde Cataluña. La actuación del gobierno catalán es desproporcionada. Se ha equivocado por completo buscando otra vez la utopía, con un proyecto inviable, cuando lo único que funciona, y se ha demostrado, es la negociación y el acuerdo, el peix al cove que practicó Jordi Pujol, que sigue siendo lo único sólido que se ha hecho desde Cataluña.
--¿Qué responsabilidad cree que han tenido los poderes económicos para llegar a la actual situación?
--Es que lo primero que se debe mencionar es la crisis económica y las recetas que se aplicaron. Para empezar, yo creo que Artur Mas ha sido un hombre poco inteligente y atolondrado. Y me sabe mal decirlo. Mas se precipitó, vio las consecuencias del divorcio que se había producido con la sociedad catalana, con la crisis, y buscó algún arreglo para superarla. Pero es que era una crisis que se había producido en todas partes, en Europa, en muchos países, en Portugal, por ejemplo, donde han salido con un mayor sufrimiento que en España, por cierto. Pero lo que considero es que se debía haber apostado por las pequeñas y medianas empresas, por desgravaciones fiscales, por buscar salidas como en Alemania, con contratos a tiempo parcial que pagaban a medias empresas y estado, sin limitarlo todo a los subsidios de paro. Los empresarios no han estado a la altura, ni con Rodríguez Zapatero ni con Mariano Rajoy. Ha faltado interlocución de los empresarios de verdad con el Gobierno.
--¿Pero las patronales hicieron lo suficiente, se implicaron ante el proceso soberanista?
--Insisto en que la cuestión económica fue decisiva. Muchos se equivocaron porque pensaron que la crisis sería breve. Otros sí lo vieron, y trazaron un paralelismo con el crack de 1929. Entonces se solventó con políticas keynesianas. Ahora es distinto. Hay más deuda, menos capacidad de maniobra. Y creo, como defienden los sindicatos, que no se puede regatear por más tiempo con los salarios, que deben subir, que la reducción de las plantillas ha sido excesiva, y que ahora se debe revertir la situación.
La idea del todo o nada que ha defendido el independentismo es un pecado tremendo de sus dirigentes
--Pero volvemos sobre la cuestión del proceso soberanista, ¿cómo se establece esa conexión con la crisis económica y qué respuesta ofrecen los empresarios catalanes?
--Cuando Artur Mas comienza sus aventuras los empresarios no están a la altura, tenían que haberse cuadrado y no lo hicieron. Me parece un escándalo que los empresarios no combatieran el procés. Creo que muchos tenían el gusanillo interior de la independencia, cuando no es un proyecto viable. La independencia es un contrasentido con el proceso de globalización en marcha, un proceso que para mí tiene muchas sombras, pero que va a toda máquina. El nacionalismo es un proyecto que, ante ese proceso, es como un retorno a las faldas de la madre, porque uno se siente desprotegido. Porque es cierto que la globalización, manipulada por los grandes poderes transnacionales, que se saltan las leyes, resulta un problema y provoca un retorno a la protección, al nacionalismo. Pero la solución no podía ser el independentismo. Esa idea que surgió en Cataluña, del ahora o nunca, es un pecado tremendo de los políticos catalanes.
--¿Por qué?
--Se abusó de una circunstancia, de la crisis económica, y eso es algo muy discutible. Fue un pecado ético enorme de los independentistas.
Lo primero que se debería ocurrir es un cambio en el Gobierno en Madrid, que ha demostrado ser incompetente
--¿Y ahora, cómo se sale de ésta, con políticos en prisión? ¿Qué podría ser lo mínimo necesario?
--Lo primero debería pasar por un cambio del gobierno en Madrid. Han demostrado ser una panda de incompetentes, ayudando, además, a establecer una corriente de opinión que desacredita a los catalanes, sembrando el resentimiento. El otro fallo está aquí, en Cataluña, donde se han quitado las caretas y se ha ido directamente contra los españoles. Es cierto como decía Tarradellas que en España hay un problema y es la mentalidad de Castilla, que actúa con la idea de conquista, por cuestiones geográficas y socio-económicas. Están acostumbrados a mandar, y no ceden en nada. Pero si en Cataluña apuestas por tenerlo todo, por un todo o nada, puede que ocurra que no tengas nada.
--¿Se ha actuado con ignorancia?
--Con ignorancia histórica es evidente. Levantar una bandera contra el Estado es suicida. Han sido unos irresponsables, han luchado contra un estado. El pacifismo es romántico, pero ante una cultura de imposición como la castellana, no tiene ningún efecto.