“¡Cuerpo de tal --dijo Don Quijote-- y qué adelante está vuesa merced en el toscano idioma!”. En la visita a una imprenta barcelonesa, Cervantes puso en boca del ingenioso hidalgo, no sin cierta ironía, la familiaridad que los barceloneses tenían con la lengua italiana. Todavía, a comienzos del siglo XVII, el conocimiento del toscano no se reducía sólo a las élites intelectuales sino que pervivía en amplios sectores sociales que, de un modo u otro, seguían vinculados a la vecina Italia.
A partir del siglo XIII los catalanes iniciaron en el Mediterráneo un viaje de ida y vuelta con intercambios económicos, políticos, sociales y culturales cuyos efectos de dominación e incidencia se proyectaron en distintos sentidos y durante más de siete siglos. Por un lado, Italia fue capaz desde el Trecento de penetrar en el consumo y en la creación cultural catalana. Por otro, la política expansiva de los Trastámara en el siglo XV tuvo sus consecuencias más visibles en la presencia de catalanes en Italia. El imperio de Alfonso el Magnánimo (1396-1458) culminó un dominio del Mediterráneo occidental al servicio de los catalanes, entre los que reclutó sus hombres de confianza (almirantes, embajadores, virreyes y capitanes generales). Por la corte napolitana del Magnánimo, entre 1442 y 1458, pasaron un buen número de poetas en lengua catalana como Bernat Miquel, Perot Joan, Lluís de Requesens, Andreu Febrer, Lleonard de Sors, Jordi de Sant Jordi, Ausiàs March, entre otros. Además, durante su reinado Barcelona se consolidó como capital de una potencia comercial mediterránea, hasta convertirse en un gran centro de intercambios de larga distancia.
La separación política del reino de Nápoles (1458-1494) y la guerra civil catalana (1462-1472) obstaculizaron la fluidez de esos intercambios, aunque de ningún modo llegaron a desaparecer. El catalán que había sido lengua de corte en Roma durante el pontificado de Calixto III (1454-1458), volvió a serlo con Alejandro VI (1492-1503). Hacia 1500 asistimos a una continuación de esas relaciones, tanto por los vínculos ya establecidos por el anterior aparato funcionarial como por los contactos de los comerciantes catalanes y la cada vez mayor presencia de genoveses en Barcelona y alrededores, sin olvidar los continuos intercambios culturales y lingüísticos. El conocimiento del toscano, y en menor medida del ligur, abría puertas y facilitaba negocios.
Mestizaje lingüístico
Las relaciones literarias fueron tan fluidas que Rubió i Lluch afirmó, a fines del siglo XIX, que la literatura catalana fue “la més italiana de totes les llatines”. Si las letras catalanas aportaron un autor decisivo para la creación lírica en castellano como fue Boscán, en la poesía en italiano otro barcelonés, Benet Garret, se convirtió con el nombre de Il Cariteo en uno de los poetas más ilustres a final del Quatrocento. No fue un caso aislado. Algunos escritores, como el barcelonés Romeu Llull o el valenciano Narcís Vinyoles, escribieron parte de su obra poética en italiano. La familiaridad fue tan importante que al catalán se incorporaron italianismos como bufó, xusma, bandir, bergantí, regata, pilot, mercant, anxova, llotja, crèdit, sonet, cortesà, novel·la, etc. Esta italianización es un factor que podría ayudar a entender la debilidad cultural del catalán en estos siglos, antes incluso del proceso de castellanización experimentado desde mediados del siglo XVI.
Sobre este impacto cultural y económico de Italia en Cataluña se abrió un debate en el que algunos historiadores negaron la relevancia de esos contactos. Por ejemplo, Vicens Vives aseguró que los nobles y los embajadores catalanes solo trajeron vagas nociones de un nuevo estilo gramatical, unas cuantas lecturas ciceronianas mal asumidas y una visión errónea de la realidad del mundo. Estudios posteriores han demostrado que esa interpretación no fue correcta. Las innovaciones importadas o los contactos con la cultura italiana no fueron únicamente humanistas ni pasaron por el filtro exclusivo de la aristocracia ciudadana y de las élites intelectuales. Hubo numerosos elementos culturales italianos que se fundieron con otros catalanes. La presencia de libros procedentes de Italia en librerías y bibliotecas barcelonesas es un indicador más de esas relaciones mercantiles y culturales. La obras de Petrarca, Boccaccio o Dante eran leídas en italiano o en traducciones al catalán o al castellano. Incluso, hasta fines del siglo XVI, Cataluña estuvo dominada por gustos y por escultores y pintores italianos.
Origen de la leyenda negra
Fueron tan intensas esas relaciones catalano-italianas que marcaron hasta la invención de la leyenda negra española. La pugna de la monarquía hispánica por el espacio italiano a fines del siglo XV supuso la presencia de contingentes militares que alimentó cierta hispanofobia. Gonzalo Jiménez de Quesada escribía en El Antijovio (1567) que “sobre todas la naciones contadas y sobre todas las demás que hay derramadas por el mundo, tienen este odio particular que hemos dicho contra España los italianos”.
Hace ya un siglo, Benedetto Croce señaló que la tradición de animadversión hacia la política española no surgió con la conquista dirigida por el Gran Capitán, sino que se remontaba al siglo XIII con la ocupación de Nápoles y Sicilia por los reyes de la Corona de Aragón. Las exigencias fiscales que impuso el dominio catalán difundieron una imagen de avaricia y crueldad catalana, que el mismo Dante en la Divina Comedia recogió con extrema acritud. Conocida fue también la imagen dada por Boccaccio de la avaricia y falsedad de un caballero barcelonés, Diego della Ratta, en el Decamerón. Hasta el humanista Pontano consideraba que los napolitanos, por su cercanía a los catalanes, se habían “contaminado de todo lo malo”, de la violencia a los delitos de sangre, pasando por un “descarado culto y delirio por las prostitutas”.
La catalanofobia fue una de las contrapartidas de la dominación política catalana del Mediterráneo occidental y fue también el punto de partida de la leyenda negra. Sobre esta primera aportación catalana se construyó la imagen negativa de España que aún perdura.