La transformación del Raval en una red expansiva de narcopisos y batallas callejeras contradice toda la operación maragallista de anular lo que fue el barrio chino y esponjar urbanísticamente la zona. Con Ada Colau se ha iniciado un proceso regresivo, hasta el punto de que la policía municipal pide recursos materiales --pistolas taser-- para enfrentarse a la violencia de los clanes de la droga, a veces armados con machetes, como en la pura selva. Inquieta el hecho de que los narcopisos ya vayan tomando posiciones en zonas urbanas adyacentes a Ciutat Vella. Deslegitimar el concepto de autoridad legítima puede servir para ganar algún voto antisistema pero no para gobernar una gran ciudad como es Barcelona. Cuando el deterioro comienza es difícil volver a una seguridad ciudadana estable.
Si se quiere recuperar la calma en el Raval, habría que aplicar la teoría del cristal roto. Hace ya décadas, el profesor James Q. Wilson formuló la tesis de la ventana con cristal roto, una tesis corroborada por la experiencia en el caso de Nueva York. En realidad, es bastante sencillo: de dedicarse la policía solo a combatir la criminalidad, deja de tutelar aspectos del orden público en los que la pequeña trasgresión queda impune y genera a la larga un deterioro grave del barrio o de la zona, hasta el extremo de una crisis extrema de autoridad. De ahí deriva la noción de tolerancia cero, aceptada hoy en casi todas partes. El restablecimiento de la seguridad en el metro de Nueva York resultó paradigmático.
Lo que está ocurriendo con los narcopisos en el Raval es indicativo de hasta qué punto la autoridad de la gran Barcelona ha renunciado a su legitimidad operativa
Es más: a partir de un nivel tangible de desorden público --concretado en cientos de leves trasgresiones-- se produce de forma indirecta un incremento en las tasas de criminalidad. Simbólicamente, James Q. Wilson hablaba de aquella ventana con cristal roto que, de no ser repuesto, justifica que otros cristales también queden rotos en toda la vecindad. Los barrios se van hundiendo lentamente y atraen delitos mayores. En casos de desorden, una lógica imparable provoca una desestructuración del sentido de comunidad y la pérdida de autoestima de un barrio.
Lo que está ocurriendo en el Raval, al ir manifiestamente más allá del cristal roto, es indicativo de hasta qué punto la autoridad de la gran Barcelona ha renunciado a su legitimidad operativa. Es de una gravedad extrema, sumada a las campañas antisistema contra el turismo y las disrupciones urbanas que ejecuta el independentismo más radical. Mientras tanto la alcaldesa Colau se dedica a llamar “facha” al almirante Cervera para quitar su nombre de una calle, dejando de lado que en aquellos tiempos todavía no existía el fascismo y que buena parte del crecimiento de Barcelona se debe a las riquezas que generó el comercio catalán con la Cuba que el almirante Cervera defendió hasta el final. Al rehacer la historia también quedan cristales rotos.