Este año, como ya ocurriera en 2015 o en 2003, las televisiones nos ofrecen apocalípticas imágenes del desbordamiento del Ebro en las que priman pueblos desalojados, miles de cabezas de ganado al borde de una muerte atroz por ahogamiento, carreteras cortadas, decenas de miles de hectáreas inundadas y una situación de extrema alerta que, entre otras cosas, sirve para cubrir minutos y mas minutos de televisión. Es la consecuencia de un río descontrolado que, a su paso por Zaragoza, alcanza una altura cercana a los ocho metros y un caudal aproximado de 2.500 metros cúbicos por segundo de los que más de 2.000 terminarán en el Mediterráneo tras atravesar la localidad de Tortosa.
Los ríos, en frase repetida con reiteración, tienen la mala costumbre de recordarnos cada equis años que los humanos estamos invadiendo la tierra que les pertenece, y lo dramático es que estas avenidas son cada vez más frecuentes y violentas. Y haríamos mal en ignorar las estimaciones que avisan de los efectos que sufriremos con el cambio climático para el año 2050, y que se resumen en que la temperatura subirá 2,5 grados, las precipitaciones se reducirán un 10% y la humedad del suelo disminuirá en un 30%.
Aceptando que una riada es imposible de canalizar y que su aprovechamiento es mínimo en el caso de que no se cuente con suficientes infraestructuras de almacenamiento y regulación en la cuenca afectada que permitan recoger una pequeña parte de ese ingente volumen --y el Ebro carece de esas infraestructuras--, parece llegado el momento de pedir --¡exigir!-- a las fuerzas políticas que se sienten a buscar una solución sin apriorismos de ningún tipo, porque lo que resulta del todo punto inadmisible es que la actual situación se vaya a prolongar muchas décadas más.
El agua es un bien escaso y ha sido de siempre un elemento altamente conflictivo en España, aunque en los últimos años está adquiriendo una dimensión extraordinaria que debe tratar de encauzarse si se considera, como enfatiza la política hidráulica comunitaria, que el líquido elemento es el soporte indispensable de la biodiversidad y de los ecosistemas a proteger, a la vez que exige que se asegure el abastecimiento sin dañar la vida de los ríos, de los acuíferos y de los deltas.
Con ser importante el asunto Cifuentes y su ignoto máster, mucho más lo es dar una respuesta al problema del agua en España
Puede parecer pueril reclamar de la clase política acuerdos y consensos en esta materia y además que se alcancen partiendo de cero, sin posiciones preconcebidas, y con la mirada puesta en poner fin a una conflictividad entre autonomías que va a más y que amenaza con hacer saltar por los aires la supuesta buena convivencia que se entiende debe existir entre vecinos.
Para ello, habría que empezar a olvidarse de Joaquín Costa; a tener en cuenta que PP y PSOE han defendido, a lo largo de su vida de gobierno, planes hidrológicos similares (con la siempre notable excepción de Rodríguez Zapatero); a ser conscientes de que el trasvase Tajo-Segura está en las últimas; de que los planes de desalación no son la mejor solución; de que hay que enterrar el sempiterno modelo clásico desarrollista español para el que la solución del problema está en la construcción de embalses y trasvases; de que son miles y miles las hectáreas de regadío que se ponen en funcionamiento de forma ilegal en el Levante español; de que en años de sequía el Ebro aporta a su desembocadura entre 6.000 y 7.000 hectómetros cúbicos, y que solo con el 10% de ese volumen se podría derivar entre 600 y 700 hectómetros anuales al resto de cuencas mediterráneas; de que en España hay una disponibilidad de agua de unos 2.800 m3 por persona y año, superior a muchos países europeos; de que los españoles consumimos una media de 165 litros por habitante al día, siendo Castilla-La Mancha una de las regiones que más consume; de que los muchos millones de turistas que nos visitan anualmente utilizan una media de 235 litros de agua por persona al día; de que existe una cultura despilfarradora en materia de agua que alguna vez habrá que poner coto; de que necesitamos conseguir un uso eficiente del agua; de que la desertificación es un problema real en amplias zonas de sudeste peninsular, y de que ningún rio es propiedad de una sola región como lo demuestra el propio Ebro que atraviesa siete comunidades autónomas desde que nace hasta que sus aguas tributan al Mediterráneo.
Con ser importante el asunto Cifuentes y su ignoto máster, mucho más lo es dar una respuesta al problema del agua en España.